El Grial, -- prosiguió Langdon -- simboliza a la
diosa perdida. Cuando apareció el cristianismo, las antiguas religiones
paganas no desaparecieron de la noche a la mañana. Las leyendas de las
búsquedas caballerescas del Grial perdido eran en realidad historias que
explicaban las hazañas para recuperar la divinidad femenina. Los
caballeros que decían ir en busca del cáliz hablaban en clave para
protegerse de una Iglesia que había subyugado a las mujeres, prohibido a
la diosa, quemado a los no creyentes, y censurado el culto pagano a la
divinidad femenina. (El código Da Vinci, página 297)
El Santo Grial es
una metáfora favorita para describir una meta deseada pero a la vez
difícil de conseguir, desde el mapa del genoma humano hasta la Copa de
Lord Stanley. Aunque el Grial original -la copa que Jesús supuestamente
utilizó en la última cena -normalmente se limita a las páginas de los
romances del Rey Arturo, el último best seller de Dan Brown, El código Da
Vinci transporta el Grial hasta las regiones de la historia esotérica.
Pero su libro es mucho más que otra historia de la búsqueda del Grial.
Brown vuelve a interpretar la leyenda entera. Y al volver a interpretar la
leyenda, invierte la idea de que el cuerpo de la mujer es simbólicamente
un recipiente, haciendo que el recipiente sea simbólicamente el cuerpo de
una mujer. Y ese recipiente lleva un nombre que todos los cristianos
reconocerán: Brown dice que el Santo Grial fue en realidad María
Magdalena. Ella fue la vasija que contenía la sangre de Cristo en su seno
al llevar a sus hijos.
A través de los siglos, los guardianes del Grial han protegido el
verdadero linaje (que continúa) de Cristo y las reliquias de la Magdalena,
no protegían una vasija física. Por eso, Brown dice que “la búsqueda del
Santo Grial es la de arrodillarse delante de los huesos de María
Magdalena”, una conclusión que ciertamente le habría sorprendido a Sir
Galahad y a los demás caballeros del Santo Grial que creían que buscaban
el cáliz de la Última Cena.
El Código Da Vinci empieza con el asesinato violento del conservador del
Louvre dentro del museo. Este crimen involucra al héroe Robert Langdon, de
la Universidad de Harvard, catedrático de simbología, y a la nieta de la
víctima, una tal Sophie Nevue, criptóloga de pelo oscuro. Juntos con un
millonario minusválido, el historiador Leigh Teabing, Langdon y Nevue
huyen de París hacia Londres, un paso por delante de la policía y de un
albino loco del Opus Dei, un monje que se llama Silas, que hará todo en su
poder para impedir que encuentren el “Grial”.
Pero a pesar del ritmo frenético, la acción nunca impide que haya
numerosas conferencias académicas; antes de que la historia regrese al
Louvre, el lector se enfrenta con un buen número de códigos, rompecabezas,
misterios y conspiraciones.
Usando el principio, dos veces repetido, que “a todos les encanta una
buena conspiración”, Brown nos recuerda a la famosa autora que construyó
su producto analizando las características de los diez best-sellers
anteriores. Sería muy fácil criticar a Brown por sus personajes más
transparentes que el celofán, por su prosa corriente, y por la acción
improbable de su novela. Pero no es que escriba mal, sino que escribe con
un estilo cuyo objeto es atraer a un público femenino. (Después de todo,
son las mujeres las que compran la mayoría de los libros en este país.) Ha
juntado un complot tipo thriller a una técnica de novela romántica. El
lector notará que cada personaje de la novela es un extremo: alguno es
brillante sin el más mínimo esfuerzo, otro zalamero, otro malintencionado,
o psicópata según necesidad, y se mueve entre escenarios lujosos pero
curiosamente planos. Brown evita tanto la violencia como las escenas de
cama, describiendo sólo un beso breve, y un rito sexual practicado por una
pareja casada. Las alusiones sexuales pasan desapercibidas, aunque el
texto sí que describe en detalle las mortificaciones sangrientas del Opus
Dei. En resumen, Brown ha construido la novela perfecta para un club
literario de señoras.
La falta de seriedad de Brown se manifiesta en el juego que hace con los
nombres de sus personajes: Robert Langdon, "fama brillante, miembro largo"
(distinguido y viril); Sophie Nevue, "sabiduría nueva Eva"; el detective
taurino irascible Bezu Fache, "ira zebú"; el siervo que les traiciona a la
policía, Legaludec, “duce legal”. El conservador del Louvre asesinado
tiene el mismo apellido que un verdadero cura católico cuyas prácticas
ocultas incitaron un interés en el secreto del Grial. Y como broma
secreta, Brown incluye hasta el nombre de su editor (Faukman es Kaufman).
Su manera de emplear formulas de ficción será el secreto de su éxito, pero
también le ha ayudado seguramente su mensaje anticristiano entre los
círculos del mundo editorial: El código Da Vinci se estrenó entre los
primeros de la lista de best sellers del periódico neoyorquino The New
York Times. Al manipular a su público a través de las convenciones de las
novelas románticas, Brown invita a sus lectores a identificarse con sus
personajes listos y atractivos que no se han dejado engañar por los
clérigos que esconden la “verdad” sobre Jesús y su esposa. La blasfemia se
comunica a través de una voz suave y una risa conspiradora: “Todas las
verdades se basan en la mentira”.
Pero aún para Brown hay límites. Para esquivar las acusaciones de una
intolerancia absoluta, incluye una desviación culminante en la historia
que absuelve a la Iglesia del pecado de asesinato. Y aunque representa el
cristianismo como una raíz y rama falsas, lo tolera gracias a sus obras
caritativas.
(Por supuesto, el cristianismo católico será aún más tolerable una vez que
el papa neoliberal, el cual fue elegido en la anterior novela de Brown con
el héroe Langdon, Angels & Demons [Ángeles y demonios], consiga que la
Iglesia abandone las enseñanzas anticuadas: “Las leyes del siglo III no se
pueden aplicar a los seguidores modernos de Cristo,” dice uno de los
cardenales progresistas de la novela.)
¿De dónde saca todo
esto?
Brown realmente
cita sus fuentes principales dentro del texto de la novela. Una de ellas
es un ejemplo de la obra académica feminista: The Gnostic Gospels (Los
evangelios gnósticos) de Elaine Pagels. Las demás son historias esotéricas
populares: The Templar Revelation: Secret Guardians of the True Identity
of Christ (La revelación de los templarios: guardianes secretos de la
verdadera identidad de Cristo) de Lynn Picknett y Clive Prince; Holy Blood,
Holy Grail (El enigma secreto) de Michael Baigent, Richard Leigh, y Henry
Lincoln; The Goddess in the Gospels: Reclaiming the Sacred Feminine (La
diosa en los evangelios: reclamando lo femenino sagrado) y The Woman with
the Alabaster Jar: Mary Magdalene and the Holy Grail (La mujer con el
jarro de alabastro: María Magdalena y el Santo Grial), ambos de Margaret
Starbird. (Starbird, que se llama católica, publica sus libros con la
compañía de Matthew Fox: Bear & Co.) Otra influencia, por lo menos en
segundo plano, es The Woman's Encyclopedia of Myths and Secrets (La
enciclopedia femenina de mitos y secretos) de Barbara G. Walker.
El uso de semejantes fuentes tan poco fiables contrasta con las
presunciones intelectuales de Brown. Pero ha conseguido engañar a por lo
menos una parte de sus lectores: el crítico literario del periódico
neoyorquino The New York Daily News exclamó, "Sus investigación es
impecable".
Pero a pesar de su aire intelectual, el escritor que piensa que los
merovingios fundaron París y que se olvida de que los papas vivían una vez
en Aviñón, no puede ser un investigador modélico. Y su declaración de que
la Iglesia inmoló a cinco millones de mujeres como brujas, demuestra una
ignorancia voluntaria y maliciosa del registro histórico. Los datos más
recientes sobre las muertes que ocurrieron durante la caza europea de
brujas, numeran a las víctimas entre 30.000 y 50.000 personas. Todas no
fueron ejecutadas por la Iglesia, todas no eran mujeres, y todas no fueron
inmoladas. La declaración de Brown, de que las mujeres con estudios, las
sacerdotisas, y las comadronas fueran especialmente escogidas por los
cazadores de brujas, es una declaración que no es solamente falsa, sino
que también revela que sus fuentes promocionan las diosas.
Una multitud de errores
El código Da
Vinci está tan lleno de errores, que el lector erudito realmente aplaude
aquellas ocasiones tan infrecuentes cuando Brown topa (a pesar de sí
mismo) con la verdad. Unos ejemplos de sus “investigaciones impecables”:
dice que el movimiento del planeta Venus traza una estrella de cinco
puntas (el así llamado pentagrama Ishtar), símbolo de la diosa. Pero no es
una figura perfecta y no tiene nada que ver con la duración de la
Olimpiada. Los antiguos Juegos Olímpicos se celebraban en honor a Zéus, no
a Afrodita, y tomaban lugar cada cuatro años.
Su idea de que los cinco aros entrelazados de los Juegos Olímpicos
modernos sean un tributo secreto a la diosa es también una equivocación.
Antiguamente, cada serie de juegos tenía que añadir otra anilla al diseño,
pero los organizadores pararon después de cinco. Y los esfuerzos de Brown
de meter propaganda de diosas en el arte, en la literatura, y hasta en los
dibujos de Disney, son simplemente ridículos.
No excluye ningún dato, por dudoso que sea, y la realidad se sacrifica
desde el principio. Por ejemplo, el obispo del Opus Dei anima a su asesino
albino, recordándole que Noé también era albino (una idea sacada del libro
no canónico 1 Enoc 106:2). Sin embargo, el albinismo de este hombre no
afecta su vista, tal como lo haría en la realidad por cuestiones
fisiológicas.
Un ejemplo mucho más importante, es la forma en que Brown trata la
arquitectura gótica, presentándola como un estilo lleno de símbolos del
culto a las diosas, y repleto de mensajes en código para confundir a los
no iniciados. Partiendo de la idea de Barbara Walker, que “como un templo
pagano, la catedral gótica representaba el cuerpo de la Diosa,”; The
Templar Revelation afirma que “el simbolismo sexual se encuentra en las
grandes catedrales góticas, diseñadas por los caballeros templarios....y
representa la anatomía femenina: el arco, que invita al seguidor a entrar
en el cuerpo de la Madre Iglesia, evoca la vulva”. En El código Da Vinci,
estas expresiones se convierten en la descripción de uno de los personajes
de la novela. Dice que “la nave larga y vacía es un tributo secreto a la
matriz de la mujer...repleta de crestas labiales que retroceden, y un
clítoris en forma de cinquefoil por encima de la puerta”.
Estos comentarios no pueden ser descartados como las meras opiniones del
malo de la novela; Langdon, el protagonista, también se refiere a sus
propias conferencias sobre la simbología de diosas en Chartres.
Estas revelaciones extrañas demuestran una falta tremenda del conocimiento
del verdadero desarrollo de la arquitectura gótica y de su construcción.
Llega a ser un ejercicio demoledor el de corregir los errores incontables
de Brown: Los templarios no tenían nada que ver con las catedrales de su
época, las cuales fueron un encargo de los obispos y sus canónigos a lo
largo de Europa. Eran hombres incultos, con ningún conocimiento secreto de
la “geometría sagrada”, heredado de los que edificaron las pirámides.
Ellos no manejaban las herramientas para sus propios proyectos, ni tampoco
fundaron gremios de masones para construir de parte de otros. No todas las
iglesias eran redondas, ni fue la redondez un insulto que desafiaba a la
Iglesia. Más que un tributo a lo divino femenino, las iglesias redondas
honraban la Iglesia del Santo Sepulcro.
Pero si realmente miramos las iglesias góticas y las anteriores, esta idea
de la simbología femenina se desvanece. Las grandes iglesias medievales
tenían típicamente tres puertas principales al lado occidental, además de
entradas triples a sus cruceros en el norte y en el sur. (¿Qué parte de la
anatomía femenina está representada en el crucero? ¿O en el retorcimiento
de la nave lateral de Chartres?) Las iglesias románicas -incluso las que
datan de antes de la fundación de los templarios- tienen bandas similares
de adornos que forman un arco por encima de las entradas. Tanto las
iglesias góticas como las románicas tienen una nave larga y rectangular,
una influencia de las basílicas antiguas más recientes, y algo que tuvo su
origen en los edificios públicos romanos. Ni Brown ni sus fuentes
consideran el posible simbolismo interpretado por los eclesiásticos
medievales como Suger de St.-Denis o de William Durandus respeto al diseño
eclesiástico. Desde luego, este simbolismo no fue el del culto a las
diosas.
Declaraciones falsas
Aunque lo
anterior puede parece un intento de darle demasiada importancia a algo
insignificante, su propósito ha sido el de demostrar la completa falsedad
del material de Brown. Sus distorsiones premeditadas de la historia
documentada son igualmente o aun más increíbles que sus declaraciones
sobre varias controversias. Pero al posmodernista, una interpretación de
la realidad vale tanto como otra.
El método de Brown consiste en tomar textos de las fuentes citadas, y
juntarlos todos para formar una especie de plato combinado. Del libro El
enigma secreto, Brown coge el concepto del Grial como una metáfora para el
linaje sagrado, al romper arbitrariamente en dos un término medieval
francés, Sangraal (Santo Grial), convirtiéndolo en sang (sangre) y raal
(real). Esta sangre santa, según Brown, descendió de Jesús y de su esposa,
María Magdalena, y fue a parar en la dinastía merovingia de la Edad Media
en Francia, para luego sobrevivir la caída de la dinastía y persistir en
varias familias francesas modernas, incluyendo la de Pierre Plantard, un
dirigente del misterioso Priorato de Sión. El Priorato -una organización
verdadera registrada oficialmente con el gobierno francés en el año 1956-
se declara extraordinariamente antigua, y el “verdadero” poder detrás de
la Orden de los Templarios. Esta organización, el Priorato de Sión,
probablemente tuvo su origen después de la II Guerra Mundial, y fue
reconocida públicamente por primera vez en 1962. Exceptuando al director
de cine, Jean Cocteau, su lista de Grandes Maestros -los cuales incluyen a
Leonardo da Vinci, Isaac Newton, y Víctor Hugo- es poco creíble, aunque
Brown la presenta como verdadera.
Brown no acepta que una motivación política sea la explicación de las
actividades del Priorato. Al contrario, se pone de acuerdo con el punto de
vista del libro La revelación templaria, pintando la organización como una
secta de culto secreto a diosas; un grupo que ha conservado la antigua
sabiduría gnóstica y los datos de la verdadera misión de Cristo, los
cuales pondrían patas arriba al cristianismo si se revelaran. Es
interesante que Brown no incluye el resto de la tesis de este libro, que
describe a Cristo y a María Magdalena como pareja sexual que practicaba
los misterios eróticos de Isis. Quizás el gran público ingenuo del
marketing también tiene sus límites.
Brown se pone de acuerdo con el punto de vista negativo de la Biblia que
se encuentra tanto en El enigma secreto como en La revelación templaria, e
igual que ellos, pinta una imagen muy distorsionada de Jesús: no es ni el
Mesías ni un carpintero humilde, sino un maestro religioso rico y formado,
que está empeñado en reclamar el trono de David. Sus credenciales aumentan
gracias a su relación con la rica Magdalena, portadora de la sangre real
de Benjamín: “Casi todo lo que nuestros padres nos enseñaron sobre Cristo
era falso,” lamenta un personaje de Brown.
Sin embargo, es la cristología de Brown la que es falsa - y de una forma
impresionante. Para apoyar las ideas de Brown, el Nuevo Testamento habría
tenido que ser una fabricación posterior a Constantino, habiendo
desplazado los verdaderos relatos, los cuales sólo existen dentro de los
textos gnósticos que se han conservado. Dice que Cristo no fue considerado
divino hasta que, en el año 325, según la petición del Emperador, el
Concilio de Nicea lo declaró Dios. Entonces, Constantino -que veneraba al
sol- decretó que todos los textos de las escrituras más antiguos fueran
destruidos, y por eso, hoy en día, no hay ninguna colección completa de
los evangelios que sea anterior al siglo IV. Por alguna razón, los
cristianos no notaron este cambio tan radical en su doctrina.
Pero si seguimos los razonamientos engañosos de Brown, vemos que el
Antiguo Testamento tampoco puede ser auténtico, porque las Escrituras
Hebreas completas no tienen más de mil años. Y sin embargo, los textos
fueron transmitidos con tal exactitud, que son una réplica exacta de los
Pergaminos del Mar Muerto que datan de mil años antes. Un análisis de las
familias de textos, una comparación con fragmentos y citas, más las
correlaciones históricas, hacen que los evangelios ortodoxos daten del
primer siglo, e indican que son anteriores a las falsificaciones
gnósticas. (Las Epístolas de Pablo son aún más antiguas que los
Evangelios.)
Los documentos de la Iglesia Primitiva y del testimonio de los Padres
anteriores al Concilio de Nicea confirman que los cristianos siempre han
creído que Jesús es Señor, Dios y Salvador - aun cuando creer así les
costaba la vida. El canon parcial más antiguo de las Escrituras data del
Siglo II y ya rechazaba los escritos gnósticos. Pero con Brown, no es
suficiente darle crédito a Constantino por haber declarado divino a Jesús.
La antigua costumbre del emperador de venerar al Sol Invencible,
significaba que tenía que reformular la nueva fe para que incluyera la
veneración al sol. Para apoyar esta idea, Brown aprovecha las viejas
acusaciones (ya desacreditadas desde hace mucho tiempo) de anticatólicos
virulentos como Alexander Hislop, que acusó a la Iglesia de perpetuar los
misterios babilónicos, y de los racionalistas del siglo XIX que
consideraban a Cristo como simplemente otro salvador-dios que murió.
Y no es sorprendente que Brown aproveche cada oportunidad para criticar el
cristianismo y sus patéticos seguidores. (La iglesia en cuestión siempre
es la Católica, aunque el villano de la novela se mete una vez con los
Anglicanos - por su seriedad, increíblemente.) Brown se refiere a la
Iglesia repetidas veces y en forma anacrónica como “el Vaticano” aún
cuando los papas no residían allí. Representa sistemáticamente a la
Iglesia a través de la historia como engañosa, obsesionada con el poder,
asesina y llena de doblez: “La iglesia ya no puede utilizar las cruzadas
para matar, pero su influencia no es menos persuasiva, engañosa.”
El culto a las diosas y
a la Magdalena
Pero lo peor de
todo, para Brown, es que la Iglesia, que odia el placer, el sexo, y las
mujeres, censurara la veneración a la diosa y eliminara la divinidad
femenina. Dice que la veneración a la diosa dominaba universalmente el
paganismo precristiano con el hieros gamos (matrimonio sagrado) como su
rito central. Su entusiasmo por los ritos de la fertilidad es entusiasmo
para la sexualidad, no para la procreación. ¿Qué más se podría esperar de
un simpatizante de los cátaros ?
Otra declaración sorprendente de Brown es la de que los judíos en el
Templo de Salomón adoraban a Yahweh y a su complemento femenino, Shekinah,
a través de los servicios de las prostitutas sagradas -posiblemente una
versión torcida de la corrupción del Templo después de Salomón (1 Reyes
14:24 y 2 Reyes 23:4-15). Además, dice que el tetragrámaton YHWH viene de
"Jehová, una unión física andrógina entre el masculino Jah y el nombre
prehebreo para Eva, Havah."
Pero cualquier estudiante de primer año de las Escrituras diría que la
palabra “Jehová” es una versión del siglo XVI de 'Yahweh,' que utilizaba
las vocales de 'Adonai' (Señor). De hecho, las diosas no dominaban el
mundo precristiano, ni en las religiones de Roma, ni en las de sus
súbditos bárbaros, ni en las religiones de las tierras semíticas donde el
hieros gamos era una práctica antigua. El culto helenizado de Isis tampoco
parece haber incluido el sexo en sus ritos secretos.
Al contrario de lo que alega Brown, las cartas del Tarot no enseñan la
doctrina de diosas. Fueron inventadas para el uso inocente de juegos en el
siglo XV y no adquirieron ningunas asociaciones ocultas hasta finales del
XVIII. Y la baraja normal no lleva ningún simbolismo del Grial. La idea de
que los diamantes simbolizan el pentáculo es una distorsión deliberada de
parte del ocultista británico A. E. Waite. Y el número cinco -tan
importante para las rompecabezas de Brown- sí que tiene algunos nexos con
la diosa protectora, pero con muchos otras cosas también, como la vida
humana, los cinco sentidos, y las Cinco Heridas de Cristo.
El trato que Brown le da a María Magdalena es puramente engañoso. En El
código Da Vinci , no es una prostituta penitente, sino la esposa real de
Cristo, y la cabeza prospectiva de Su Iglesia, suplantada por Pedro y
difamada por los eclesiásticos. Huyó hacia el oeste con sus hijos a
Provenza donde los cátaros de la Edad Media mantendrían vivas las
originales enseñanzas de Cristo. El Priorato de Sión todavía es guardián
de sus reliquias y datos, excavados por los templarios del Lugar Santísimo
subterráneo. También protege a sus descendientes, incluyendo a la heroína
de Brown.
Aunque muchos todavía consideran a la Magdalena como una mujer pecaminosa
que ungió a Cristo, y la igualan a María de Betania, aquella conflación es
en realidad la obra posterior del papa San Gregorio el Grande. El oriente
siempre las mantenía separadas, y decía que la Magdalena, “apóstol a los
apóstoles” murió en Éfeso. La leyenda de su viaje a Provenza no surge
hasta el siglo IX, y no existía ningún documento sobre la presencia de sus
reliquias allí hasta el XIII. Los críticos del catolicismo, incluso los
bolandistas, han rechazado la leyenda y han separado a las tres damas
desde el siglo XVII.
Brown utiliza dos documentos gnósticos, el Evangelio según Felipe, y el
Evangelio según María para comprobar que la Magdalena fue la “compañera”
de Cristo, lo cual significaba pareja sexual. Los apóstoles tenían celos
de que Jesús le “besara en la boca” y que la favoreciera por encima de
ellos. Brown cita los mismos pasajes que se citan en El enigma secreto y
La revelación templaria, y hasta menciona la referencia que se incluye en
este último sobre La última tentación de Cristo. Lo que estos libros no
mencionan, es el último versículo infame del Evangelio según Tomás. Cuando
Pedro dice con escarnio que “las mujeres no son dignas de vivir”, Jesús
responde, “Yo mismo la dirigiré para hacerla hombre... porque cada mujer
que se hace hombre entrará en el Reino de los Cielos”.
Desde luego, es una forma extraña de “honrar” al cónyuge o de exaltar el
estado de las mujeres.
La Orden de los
Templarios
De la misma
forma, Brown distorsiona la Orden de los Templarios. Esta orden, la más
antigua de los órdenes militares-religiosas, fue fundada en 1118 para
proteger a los peregrinos en los Santos Lugares. Su autoridad, atribuida a
San Bernardo de Clairvaux, fue aprobada en 1128 y generosos donativos de
propiedad en Europa les apoyaron. Después de la derrota de la última
fortaleza de las Cruzadas en 1291, los templarios ya no tenían una razón
para existir, y su orgullo y riqueza -también eran banqueros- les ganaron
mucha animosidad.
Brown atribuye maliciosamente la supresión de los templarios al
“maquiavélico” Clemente V, a quien hacían chantaje con el secreto del
Grial. Su “golpe ingeniosamente planificado” fue el arresto repentino de
todos los templarios. Los acusó de satanismo, sodomía y blasfemia, fueron
torturados hasta confesar y fueron quemados como heréticos, sus cenizas
“tiradas sin ceremonia al Tíber”.
Pero en realidad, la iniciativa para aplastar la Orden de los Templarios
vino del Rey Felipe el Hermoso de Francia, cuyos oficiales los arrestaron
en el año 1307. Unos 120 Templarios fueron quemados por juzgados locales
de la Inquisición en Francia por no confesar o por no retractarse de una
confesión, como ocurrió con el Gran Maestro, Jacques de Molay. Hubo pocos
Templarios que sufrieron la muerte en otros lugares, aunque su orden fue
abolida en 1312. Clemente V, un francés débil y enfermizo, manipulado por
su rey, no quemó a nadie en Roma, ya que fue el primer Papa que reinó en
Aviñón (y las cenizas en el Tíber… ya no digamos).
Además, el misterioso ídolo de piedra, al que los templarios supuestamente
rendían culto, se asocia con la fertilidad en sólo una de centenares de
confesiones. La sodomía fue la acusación escandalosa y posiblemente
verdadera contra la orden. No fue la fornicación ritual. Los templarios
han sido los favoritos de los ocultistas desde que su mito, como maestros
de una sabiduría secreta y de un tesoro fabuloso, empezó a extenderse a
finales de siglo XVII. Los masones y hasta los Nazis los llamaban
hermanos. Ahora les toca a los Neo-gnósticos.
Torciendo a da Vinci
Las
interpretaciones revisionistas de Brown respeto a da Vinci están tan
distorsionadas como el resto de su información. Dice haber topado con
estos puntos de vista “mientras estudiaba historia del arte en Sevilla”,
pero corresponden punto por punto al material que sale en La revelación
templaria. Es simplemente imposible creer a un escritor que ve en un dedo
que señala, un gesto de cortar la garganta; que dice que la Madona de las
Rocas fue comisionada por monjas en vez de por una confraternidad de
laicos; y que dice que da Vinci recibió “centenares de comisiones
lucrativas del Vaticano (cuando en realidad, sólo fue una, y nunca se
realizó).
El análisis que realiza Brown de la obra de da Vinci es igual de ridículo.
Presenta a la Mona Lisa como un autorretrato andrógino cuando se sabe que
es el retrato de una mujer real, Madona Lisa, la mujer de Francesco di
Bartolomeo del Giocondo. El nombre de Mona Lisa no es, desde luego, un
anagrama burlón de dos deidades egipcias de la fertilidad, Amón y L'Isa
(italiano para Isis). ¿Cómo es que no incluyó también la teoría, propuesta
por los autores de La revelación templaria, de que el Sudario de Turín es
un autorretrato fotográfico de da Vinci?
Mucho del argumento de Brown se centra en La Última Cena, un cuadro que el
autor considera un mensaje en código que revela la verdad sobre Jesús y el
Grial. Brown dice que la falta de un cáliz central en la mesa es una
prueba de que el Grial no es una vasija física. Pero el cuadro de da Vinci
dramatiza específicamente el momento cuando Jesús avisa, “uno de vosotros
me va a entregar”. (Juan 13:21). No hay ninguna narrativa donde se
instituya la Santa cena en el Evangelio según San Juan. La eucaristía no
se ve allí. Y la persona al lado de Jesús no es María Magdalena (como dice
Brown), sino San Juan, retratado como el joven afeminado usual de da Vinci,
comparable a su San Juan Bautista. Jesús está en el centro exacto del
cuadro, con dos grupos piramidales de tres apóstoles a cada lado. Aunque
da Vinci fue un homosexual angustiado espiritualmente, el argumento de
Brown de que pusiera un código anticristiano en sus cuadros simplemente no
puede ser defendido.
El lío de Brown
En resumen, Dan
Brown ha creado un lío mal escrito, y de una investigación histórica
altamente cuestionable. Así que, ¿por qué molestarse con una lectura tan
nítida de una novela sin valor? La respuesta es sencilla: El código Da
Vinci lleva la esotérica a nivel popular. Hará del gnosticismo lo que The
Mists of Avalon (Las nieblas de Avalón) hizo del paganismo: le ganó la
aceptación popular. Después de todo, ¿cuántos lectores van a ver las
mentiras y errores presentados como verdades escondidas?
Además, al hacer reivindicaciones falsas de intelectualidad, este libro
infecta a sus lectores con una hostilidad virulenta hacia el catolicismo.
Decenas de libros sobre la historia del ocultismo, convenientemente
enlazados entre sí en la página web de Amazon.com, siguen sus pasos. Y los
estantes de las librerías están repletos de falsedades que la gente no
compraría si no fuera por su conexión con El código Da Vinci. Aunque este
asalto de Brown en contra de la Iglesia Católica podría considerarse un
cumplido sarcástico, es un cumplido que no nos hacía ninguna falta.
Nota del Editor: Hemos respetado la forma en que el
autor del libro escribió el nombre de Leonardo da Vinci, aunque está
equivocada.
Sandra Miesel. "Dismantling El código Da Vinci ."
© Crisis (septiembre 2003). Usado con permiso.
Traducción de Derryl H. Fox
La autora
Sandra Miesel, medievalista y periodista católica, escribe desde
Indianapolis (EE.UU).
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