(NOTA:
Los subtítulos no corresponden al original. Fueron incluidos como
referencia en esta versión digital)
Historia
de los Papas - Vol. VII
Ludwig
von Pastor
Barcelona
- Ciudad de México (1911) pp. 295-324
Situación
de la Iglesia en Alemania.
La
consideración del estado de las cosas eclesiásticas en Alemania al fin
de la Edad Media, manifiesta que se hallaban en una situación, aunque en
ninguna manera desesperada, sin embargo, sumamente necesitada de reforma.
Por más que la Iglesia gozaba allí todavía de poderosa fuerza vital; y
los sentimientos de piedad y de adhesión a la fe de sus padres,
conservaban su viviente energía en las grandes masas del pueblo, no
obstante los desórdenes introducidos en la vida del clero secular y
regular; había al lado de esto, numerosos y diversos elementos, cuyo
desencadenamiento debía producir una catástrofe. Lo propio que en el
terreno político y social, se habían amontonado en el eclesiástico los
combustibles en cantidad espantosa; y sólo faltaba la ocasión y el
hombre a propósito para hacer estallar la peligrosa fermentación. Uno y
otro se hallaron.
El
que el rompimiento de las hostilidades contra Roma tomara pie precisamente
de una cuestión financiera, no fue en manera alguna casual; pues, sobre
ninguna otra cosa se lamentaban entonces más, en Alemania, que sobre las
exigencias pecuniarias de la Curia, y sobre los grandes abusos que con
esto iban enlazados.
Los
recaudadores de impuestos pontificios se habían hallado siempre en
Alemania en una situación difícil; pues, con el nativo sentimiento de
libertad del pueblo alemán, se juntaba la opinión, en general reinante,
que no quería admitir ni los impuestos imperiales ni las contribuciones
destinadas para cubrir las necesidades comunes de la Iglesia .
Desde que, en el siglo XIII, por medio de la nueva organización de la
administración económica, se había obtenido la posibilidad de llevarse
a Roma grandes cantidades de dinero contante, las quejas contra la
avaricia de la Curia se hicieron tan violentas, que con ellas hubo de
padecer también notablemente la reverencia hacia la Santa Sede. Todos
aquellos a quienes se dirigía un requerimiento de este género,
desfogaban su disgusto; muchas veces, sin pensar que el Pontificado, como
institución internacional, debía tener asimismo el derecho de apelar a
los bienes eclesiásticos para atender a las necesidades de su
sostenimiento .
La contradicción contra el sistema tributario de la Curia, desarrollado
ya en el siglo XIII en sus principales ramas, no conoció poco después
ningún límite; y con frecuencia se llegó a decir, en el siglo XV, que a
causa de las sumas de dinero que se enviaban a Roma, iba a quedar
empobrecida Alemania. En labios de hombres como Martín Mayr, no eran en
todo caso lealmente sentidas las quejas de este género, sino medios
conscientemente empleados para intimidar a la Curia y obtener de ésta que
comprase a buen precio su silencio ;
pero también cronistas de las ciudades, honrados y adictos a la Iglesia,
repiten en el siglo XV aquellas mismas quejas
.
Que en esto se contiene una enorme exageración, no puede dejar lugar a
duda; y cabalmente las investigaciones recientes nos amonestan a mirar con
prevención semejantes juicios divulgados. Si verdaderamente es exacta la
opinión expresada por un eminente investigador: que el conocimiento
profundo del sistema tributario de la Santa Sede, se convertiría en
muchos conceptos en una verdadera apología de la misma ,
no puede resolverse definitivamente en el estado actual de las
investigaciones históricas. Pero cualquiera que sea el juicio definitivo,
es cierto que, en muy extensos círculos de Alemania, reinaba la opinión
de que la Curia romana apretaba hasta un punto intolerable los tornillos
de la tributación eclesiástica.
En
general se desataron las más acerbas sátiras contra la avaricia romana,
y contra repugnantes manifestaciones de ella en particular (trato
mercantil, cambio de moneda, propinas, etc.). Cada día se repetían de
nuevo las quejas acerca de la elevación o extensión ¡lícita de los
derechos de Cancillería, annatas, medii fructus, derechos de consagración,
nuevas e inacabables indulgencias publicadas sin consentimiento de los
prelados del país, diezmos sobre diezmos impuestos para la guerra contra
los turcos y empleados para otros fines
.
Hasta varones adictos a la Iglesia y a la Santa Sede, como Eck, Wimpheling,
Carlos de Bodmann, el arzobispo Henneberg de Maguncia, y el duque Jorge de
Sajonia, participaban de este disgusto, y manifestaban paladinamente que
las Querellas alemanas contra Roma, especialmente las de carácter
pecuniario, eran en gran parte fundadas .
Lo
propio que acerca de los diezmos contra los turcos, reinaba también
gran descontento sobre que las indulgencias se rebajaban de cada día más
a la condición de asunto pecuniario, el cual traía en su séquito
numerosos abusos. Ulrico de Hutten había atacado este punto vulnerable de
la más agria manera, ya en tiempo de Julio II
.
La
curia romana no valora la importancia de la situación.
En
la corte del Papa Médici no se tuvo cuenta del disgusto profundamente
arraigado, en especial en Alemania, contra las exigencias pecuniarias de
Roma; y con inconcebible descuido, se siguió, por el contrario, en el
camino una vez emprendido. Sin hacer caso de las numerosas quejas, los círculos
directivos se mecían en una peligrosa seguridad; los temores manifestados
por algunos, perdíanse en el vacío sin ser oídos; y ninguna cosa era
capaz de quebrantar la seguridad que se, alimentaba acerca de la sólida
situación de las cosas eclesiásticas. En la Curia se habían
acostumbrado de tal suerte a las ásperas invectivas de los alemanes
contra Roma, que ya no se atribuía importancia especial a semejantes
desahogos .
La constante necesidad de dinero, consecuencia de la desordenada
administración económica, y de la desmedida prodigalidad de León X,
llevaba por caminos cada vez más peligrosos. No se tenia dificultad, para
llenar las cajas continuamente vacías, en seguir apelando a los más
peligrosos medios, y era inútil que Aleander dijera al Papa, en 1516, que
temía un levantamiento de Alemania contra la Santa Sede, por haber allí
millares de personas, que no aguardaban más que un nombre, para abrir la
boca contra Roma
.
No se dio a estas voces de aviso ningún crédito, y se cometió el
desacierto, imperdonable en vista de la violenta efervescencia, de hacer
publicar la indulgencia para la construcción de la nueva iglesia de San
Pedro, de una manera todavía más extensa que en tiempo de Julio II.
León
X había revocado al principio de su pontificado, conforme a la costumbre
establecida, todas las indulgencias concedidas por su predecesor; pero ya
a 29 de Octubre de 1513, declaró que la indulgencia prescrita por julio
II para fomentar la construcción de la nueva iglesia de San Pedro, no debía
considerarse como suprimida. La publicación de la indulgencia se confió,
como hasta entonces, a los Franciscanos observantes cismontanos, en las
respectivas provincias de su Orden. En esta publicación, la indulgencia
no se extendió a nuevas regiones; de suerte que, al principio, aun en
tiempo de León X, no se alargó esta indulgencia a Portugal, Francia,
Borgoña, ni a los países alemanes, a excepción de Austria y de la parte
de Silesia que pertenecía a Bohemia
;
pero ya a fines del año de 1514 se introdujo una variación. A 29 de
Octubre de dicho año extendióse por un año la indulgencia para la
reconstrucción de San Pedro a Saboya, el Delfinado, Provenza, Borgoña y
Lorena, así como a la ciudad y diócesis de Lieja; y a 2 de Diciembre,
por dos años, a las provincias eclesiásticas de Colonia, Tréveris,
Salzburgo, Crema, Besancon, Upsala e iglesias exentas interyacentes,
exceptuando, sin embargo, las posesiones del arzobispo Alberto de Maguncia
Magdeburgo, administrador de Halberstad, y de los marqueses de Brandeburgo,
pero extendiéndola también a las diócesis de Cambray, Tournay, Thérouanne
y Arras. Como comisario de la indulgencia para el distrito últimamente
nombrado, se eligió al clérigo cortesano Juan Angel Arcímboldi, oriundo
de una familia milanesa .
A fines de Septiembre de 1515 se extendieron también los poderes de
Arcimboldi al obispado de Meissen, y el comisario nombró representante
suyo en esta parte, en la Pascua de 1516, al dominico Juan Tetzel .
Cuando Arcimboldi, a fines del año de 1516, se dirigió hacia el Norte,
entró Tetzel al servicio del príncipe elector de Maguncia, Alberto de
Brandeburgo, a quien se había concedido, para las provincias eclesiásticas
de Maguncia y Magdeburgo, así como para el obispado de Halberstadt, una
indulgencia, cuya publicación había de dar lugar a acontecimientos de
trascendencia no sospechada.
Concesión
de la predicación de las indulgencias a Alberto de Brandeburgo.
Alberto
de Brandeburgo
,
desde fines de Agosto de 1513 arzobispo de Magdeburgo, y desde Septiembre
del mismo año administrador del obispado de Halberstadt, había sido
elegido por motivos políticos arzobispo de Maguncia, a la muerte de Uriel
de Gemmingen, a 9 de Marzo de 1514. Mas como Alberto quería conservar,
con el de Maguncia, los otros dos obispados, se produjo una acumulación
de dignidades eclesiásticas hasta entonces desacostumbrada en Alemania.
Por eso su confirmación tropezó en Roma con dificultades, las cuales
aumentaba el cardenal Lang, esperando adquirir para sí Magdeburgo y
Halberstadt. Por muy ancho de corazón que fuese León X, en semejante
coyuntura no podía dejar de parecerle dificultoso el entregar a un príncipe
de sólo 25 años de edad, un distrito tan dilatado, que hubiera sido de
excesiva extensión aun tratándose de un hombre maduro, y aunque se
hubiese limitado sólo a la superior inspección de las cosas más
imprescindibles.
A
la verdad, todas estas dificultades se desvanecieron ante la halagüeña
esperanza de conciliarse con esta indulgencia a los dos poderosos príncipes
electores de Brandeburgo. Después de largas negociaciones, fue complacido
Alberto en todos sus deseos, y a 18 de Agosto de 1514, confirmóle el Papa
en un consistorio, como arzobispo de Maguncia y Magdeburgo y administrador
de Halberstadt. Verdad es que, fuera de los acostumbrados derechos de
confirmación, que ascendían a unos 14.000 ducados, debía pagar otra
“composición” extraordinaria o tasa de 10.000 escudos, para conservar
los otros dos obispados. Toda esta suma se la adelantó la célebre Casa
de Banca de los Fugger ,
que teniendo entonces a la cabeza al genial Jacobo Fugger, dominaba el
comercio bancario internacional. Para indemnizarle, y ante todo, para
hacerle posible satisfacer sus deudas a los Fugger, se concedió a Alberto
la publicación de la indulgencia para San Pedro en las provincias eclesiásticas
de Maguncia y Magdeburgo, en el obispado de Halberstadt y en los dominios
de la Casa de Brandeburgo, de suerte que la mitad de lo recaudado debiera
destinarse a sufragar los costos de la construcción de la iglesia de San
Pedro, y la otra mitad perteneciera al arzobispo de Maguncia. Aun cuando
antes se había creído que la propuesta de esta indulgencia había
partido de Alberto, y que éste había pagado de antemano los 10.000
ducados, como premio por la concesión de ella, las recientes
investigaciones han demostrado la inexactitud de esta apreciación
.
Los 10.000 ducados fueron más bien los derechos extraordinarios impuestos
para la retención de Magdeburgo y Halberstadt juntamente con Maguncia;
pero el proyecto de la indulgencia no salió del de Brandeburgo, sino la
Dataría fue quien le hizo a él esta proposición. Los delegados de
Alberto se mostraron al principio poco inclinados a entrar en este
negocio, porque “podrían nacer de esto disgustos, y por ventura alguna
cosa peor” ;
mas al fin, no tuvieron otro remedio que aceptar la propuesta. El mediador
de todo este asunto financiero fue, muy verosímilmente, el más tarde
cardenal Armellini; y aun cuando no hay razón para calificar este negocio
de simoniaco ,
sin embargo, en aquellas circunstancias todo él fue un trato muy poco
honroso para todos los que intervinieron ;
y que contribuyera al estallido de la catástrofe, ya por tantas otras
causas preparada, parece haber sido un castigo de Dios. Mas si la
mencionada indulgencia no fue sino como la piedra desprendida que dio
origen al ventisquero asolador estaba, sin embargo, hondamente fundado en
las circunstancias de la realidad, el que la rebelión contra el
Pontificado tomara origen, en Alemania, de un grave daño, reconocible
para cualquier hombre observador, que tenía conexión con la aborrecida
administración económica de la Curia romana. Las exigencias pecuniarias
de la Curia, recaían ante todo, naturalmente, sobre el clero; sobre los
legos pesaba principalmente el uso de exigir para el lucro de una
indulgencia, no sólo el cumplimiento de obligaciones religiosas, sino
también una oblación de dinero.
Doctrina
católica sobre las indulgencias.
La
indulgencia ,
conforme a la doctrina de la Iglesia católica, ya completamente declarada
en el siglo XIII, es la remisión de las penas temporales de los
pecados, que después del perdón de la culpa y de la pena eterna,
obtenido por medio de la penitencia, quedan todavía que expiar, ya sea en
la tierra o ya en el purgatorio. Los dispensadores de indulgencias son el
Papa y los obispos, los cuales sacan todas estas gracias del inexhausto
tesoro que posee la Iglesia en los merecimientos de Jesucristo, de la Santísima
Virgen María y de los demás santos (thesaurus Ecclesiae).
Prerrequisitos indispensables para ganar cualquiera indulgencia son, el
estado de gracia, o en su defecto, la penitente confesión, para ponerse
en él, y fuera de esto, suele prescribirse la práctica de ciertas buenas
obras, como la oración y visita de algunas iglesias, la limosna u otras
oblaciones para fines píos o de común utilidad. Se distinguen las
indulgencias plenarias, por las que se perdonan todas las penas de
los pecados ya remitidos, y las parciales, por las que no se
perdona sino una parte de dichas penas. Las indulgencias plenarias no
puede concederlas más que el Papa, como Vicario de Cristo, y se otorgaron
a los cruzados en la segunda mitad del siglo XIII .
Una forma especial de indulgencia plenaria es la indulgencia del jubileo
que fue concedida por primera vez por Bonifacio VIII. En la publicación
de tales jubileos, los cuales se promulgaban con particulares
solemnidades, obtenían los confesores, respecto de todos los fieles
cristianos que se proponían ganar la indulgencia, no sólo la ordinaria
jurisdicción semejante a la que tienen los párrocos sobre sus
feligreses, sino también más amplias facultades para absolver aun de los
casos reservados.
Acerca
de la aplicación de las indulgencias a los fieles difuntos, se habían
dividido los pareceres de los teólogos hasta mediados del siglo XV,
rechazándola o poniéndola en duda unos, al paso que otros la tenían por
posible; y esta última sentencia llegó a obtener aceptación general,
por efecto de las resoluciones de Sixto IV e Inocencio VIII; de suerte
que, desde el principio del siglo XVI, ningún escritor católico volvió
a discutir la aplicabilidad de. las indulgencias a las benditas ánimas
del purgatorio .
Como la indulgencia para los fieles difuntos no es en el fondo sino una
solemne manera de sufragio por los mismos, podía ganarse, según
la opinión común, aun hallándose en estado de pecado mortal; mientras,
por el contrario, para ganar la indulgencia que los vivos quieren lucrar
para sí mismos, es necesario juntar con la visita de algunas iglesias y
la oblación pecuniaria, la penitente confesión .
Las
bulas pontificias expusieron la doctrina de las indulgencias con absoluta
exactitud dogmática
,
y asimismo los más de los escritores teológicos de fines de la Edad
Media, por más que en algunos puntos singulares disintieran entre sí,
estaban de acuerdo, no obstante, respecto de lo esencial; todos
consideraban en la indulgencia, no la remisión de la culpa, sino sólo
la remisión de las penas; todos presuponían que, para ganarla, debían
estar de antemano perdonados los pecados por una penitente confesión.
Así
en los escritos catequísticos como en los sermones del siglo XV, la
doctrina de las indulgencias se halla expuesta con tanta claridad como
exactitud teológica. Los sermones que tuvo el célebre Geiler de
Kaisersberg en los años de 1501 y 1502 ofrecen una exposición
verdaderamente modelo ;
y asimismo los ordinarios curas de almas se limitaban a repetir, con más
o menos habilidad, la doctrina eclesiástica, de la manera que los papas
la habían formulado. Los bosquejos de sermones que se conservan todavía
del siglo XV, demuestran que esto se hacía con tanta claridad y de un
modo tan fundamental, que aun las personas de inferior grado de cultura
podían entender su verdadera naturaleza .
Buenos
resultados de la predicación correcta de las indulgencias.
Donde
las indulgencias se predicaban de esta manera debida y conforme al espíritu
de la Iglesia, no podían dejar de producir muy beneficiosos frutos,
constituyendo un poderoso medio extraordinario para la cura de almas, que
se puede poner en parangón con las actuales misiones dadas a los pueblos
.
Hombres celosos de la reforma, como Geiler de Kaisersberg, atribuían por
esta razón a las indulgencias grande y beneficiosa trascendencia .
Una porción de factores concurrían para ejercer en semejantes coyunturas
un poderoso influjo en la vida espiritual del pueblo. Aquellos tiempos de
gracia se inauguraban con una solemnidad que causaba profunda impresión,
con especiales funciones eclesiásticas, como procesiones, rogativas, cánticos,
erección de cruces o de imágenes de la Madre de Dios con el exánime
cuerpo de su Divino Hijo en el regazo. Buscábanse predicadores más hábiles
que los ordinarios para que instruyeran al pueblo con frecuentes pláticas
espirituales, no sólo acerca de la indulgencia, sino también sobre las
demás verdades de la Fe y las obligaciones de la vida cristiana, y le
movieran a una verdadera penitencia y enmienda de las costumbres .
Los penitentes así preparados tenían a su disposición, además de los
confesores del país, otros forasteros, provistos de especiales facultades
para la absolución de casos reservados y conmutación de votos, e
instruidos para tratar solícitamente los casos de conciencia especiales.
Los fieles no eran solamente excitados por las indulgencias a la recepción
de los Santos Sacramentos, sino también a la oración y distribución de
limosnas, al ayuno, a la veneración de los Santos, y a otros piadosos
ejercicios; y los que se aprovechaban concienzudamente de aquellos tiempos
de gracia que la Iglesia les procuraba, hacían verdaderamente un gran
adelanto en la vida espiritual. Se reconciliaban con Dios Nuestro Señor,
-por ventura después de mucho tiempo- e inauguraban para lo porvenir, con
nuevos propósitos, una nueva vida genuinamente cristiana. Pero además,
aquellos tiempos de gracia contribuían asimismo poderosamente para
aliviar las miserias temporales. Desventurados de todos géneros hallaban
consuelo y fortaleza en sus padecimientos, y volvían llenos de confianza
a emprender los arduos trabajos de su vida cotidiana. De esta suerte, la
indulgencia daba ocasión a una verdadera renovación de la vida
religiosa; y de que aún hacia fines de la Edad Media, se obtuvieran
realmente con frecuencia estos fines, existen muchos testimonios
.
Frutos
de los abusos en las predicación de las indulgencias.
Junto
a éstos no faltan, sin embargo, quejas de otros testigos fidedignos y
fuera de sospecha, sobre los múltiples abusos cometidos con ocasión de
las indulgencias. Casi todos insisten en que los fieles, después de haber
hecho su confesión, como prerrequisito indispensable para ganar la
indulgencia, debían depositar además, en el cepillo de las oblaciones,
una suma de dinero proporcionada a la cuantía de sus haberes. Esta
contribución pecuniaria para fines píos, que no era más que un accesorio,
se convirtió muchas veces en fin principal, y con esto se abatió
la indulgencia de su ideal elevación y se rebajó hasta convertirla en
una operación financiera. Y no fue ya sólo la dispensación de gracias
espirituales el propio motivo porque se solicitaban y se otorgaban las
indulgencias, sino la necesidad de dinero.
Como
casi todos los males que padeció la Iglesia a fines de la Edad Media,
arranca también en gran parte el abuso de las indulgencias de la época
del cisma de Occidente .
Para poderse sostener frente al pontificado francés, Bonifacio IX, por
otra parte no muy escrupuloso en la elección de los medios para llenar
las arcas de la Cámara Apostólica ,
otorgó indulgencias en número extraordinariamente grande, con el
manifiesto fin de recaudar dinero por este camino. En primer lugar hizo
que el jubileo promulgado para Roma en 1390, se extendiera también con
grande amplitud a las ciudades italianas y principalmente a las de
Alemania. De suyo no se hubiera podido objetar contra esto cosa alguna:
pero se sujetó el lucro de la indulgencia a condiciones que debían
engendrar abusos. A los requisitos anteriormente usados, se añadió ahora
el de que todos aquellos que quisieran ganar la indulgencia plenaria, debían
aprontar tanto dinero, cuanto hubieran debido gastar en el viaje a Roma y
hubieran ofrecido en las iglesias de esta ciudad. En particular, debían
los fieles convenir en la cantidad con los colectores, y aun cuando se había
prescrito a éstos una tasación moderada, y aun la remisión de todo
donativo para los pobres, “no obstante, la grandiosa idea del año
jubilar revistió, por estos ajustes entre el colector y los peregrinos,
el carácter de un negocio, en tales términos, que era imposible faltaran
abusivas explicaciones de parte de los colectores y malas inteligencias
por la de los peregrinos”. De los dineros que se recaudaran debía
enviarse la mitad a Roma .
Muy
pronto se mostraron claramente los malos efectos. Eclesiásticos seculares
y regulares no se recataron de negociar con las gracias, hasta casi
venderlas; y por dinero absolvían aún a personas a quienes faltaba el
arrepentimiento. Bonifacio IX fue informado de estos abusos; pero, en vez
de ordenar medidas enérgicas contra los tales, se limitó a expresar su
disgusto solamente porque muchos de los eclesiásticos a quienes se habían
concedido las facultades referentes a las indulgencias, no querían rendir
cuentas de lo recaudado. La impresión de que, para la Curia romana,
estaba en primer término la cuestión del dinero, aumentóse todavía
cuando en 1349 se hallaron presentes a la publicación del jubileo
concedido a la ciudad de Colonia, un abad y un banquero como
representantes oficiales de la Cámara Apostólica. Era el primer caso
en que esto sucedía; y también se inició entonces otra usanza; es a
saber, la gradación de una serie de subdelegaciones para la publicación
de la indulgencia; con lo cual se hubo de enflaquecer el sentimiento de
responsabilidad en los que dispensaban las gracias del jubileo .
Fue, finalmente, en alto grado pernicioso el que, para la obtención de
las bulas de indulgencia, además de los considerables gastos que llevaba
consigo su redacción, todavía se hubieran de pagar grandes propinas a
los empleados de la Curia. También de esto hay testimonios indudables, ya
respecto a la época de Bonifacio IX .
Por
el camino comenzado por Bonifacio IX, siguieron adelantando sus sucesores:
todos los papas de fines de la Edad Media, en parte necesitados por el
peligro de los turcos y otros apuros, o ya movidos por las incesantes
solicitaciones de eclesiásticos y seglares, concedieron las indulgencias
de una manera desmedida, así en lo tocante a la frecuencia como a la
extensión de las mismas. Y aun cuando en la forma de sus bulas nunca
se desviaron poco ni mucho de la doctrina católica, y siempre
exigieron como prerrequisito para ganar la indulgencia, la penitente
confesión y ciertos ejercicios espirituales determinados, sin embargo, en
estas concesiones de gracias, se fue poniendo en primer término,
de una manera a propósito para producir escándalo, el lado financiero;
o sea, la necesidad de una oblación pecuniaria. Cada día más fueron
tomando las indulgencias la forma de un asunto económico, que conducía
luego a numerosos conflictos con las Potencias seculares, por exigir éstas
una parte de los rendimientos. “Que aquel que concedía la gracia
obtuviera por ello alguna participación, no producía por sí mismo
ofensión alguna; pero la grandeza de esta contribución fue materia de
escándalo. Lo propio que el solicitante se sentía perjudicado por la
Curia, así ésta por el Emperador y por los señores territoriales que
cerraban sus dominios a la indulgencia, o embargaban los fondos recaudados
por medio de ella” .
Con
la transformación de las indulgencias en una operación financiera, y con
la excesiva extensión y acumulación de las gracias otorgadas, era
natural (principalmente teniendo en cuenta la codicia de la época) que se
introdujeran los más graves excesos y abusos, así en el ofrecimiento
como en la ponderación de las indulgencias. Ocurrían con harta
frecuencia sucesos aflictivos, tanto en la recaudación como en el reparto
del dinero de las indulgencias; por lo cual no es de maravillar que de
todas partes se levantaran las más claras y vehementes quejas. Pero ¿cómo
podía ser de otro modo, cuando hasta un hombre de sentimientos tan
favorables al Papa como Eck, se desahogaba en amargos lamentos, quejándose
de que “una indulgencia abría la puerta a otra”? El mismo Eck refiere
de ciertos comisarios, que llegaban hasta repartir cédulas de confesión
como recompensa del vicio .
Jerónimo Emser habla claramente del delito de los avarientos comisarios,
monjes y curas, que habían predicado sobre la indulgencia sin ningún
decoro, insistiendo más en el dinero que en la confesión, penitencia y
dolor de los pecados .
También Murner habla de los abusos cometidos con ocasión de las
indulgencias ,
los cuales en ninguna manera estaban limitados a los países alemanes.
Todavía en el Concilio de Trento se lamentó el cardenal Pacheco de los
manejos de los predicadores que anunciaban en España la bula de la Santa
Cruzada ,
y el austero cardenal Jiménez de Cisneros, a pesar de su adhesión a la
Santa Sede, manifestó su disgusto por la indulgencia concedida por León
X para la construcción de la iglesia de San Pedro .
En los Países Bajos, la conducta de los comisarios de indulgencias ,
especialmente a causa de la ligereza con que otorgaban dispensas, causó
tal ofensión, aun en personas severamente religiosas, que un profesor de
Teología de Lovaina se pronunció públicamente contra ellos en 1516 .
En el Concilio de Letrán se quejaron los obispos de los abusos de los
Minoritas en la predicación de la indulgencia de San Pedro; convínose en
un compromiso ;
pero no sirvió de remedio, pues todavía el cardenal Campegio se hubo de
expresar enérgicamente contra el encargo de las indulgencias dado a los
Minoritas, con el cual se perturbaba la jurisdicción ordinaria de los
obispos. ¡Cuánto padeciera de esta suerte la autoridad eclesiástica; cuánto
escándalo se originara de ello; cuántas ocasiones se dieran para formar
juicios desfavorables contra la Iglesia, cosas son que no necesitan
ponderarse! El mencionado cardenal era de parecer, que la gran facilidad
en perdonar, llegaba hasta ser estímulo de los pecados y como un
aliciente para cometerlos .
También
se levantaron en Italia otras voces contra la inconveniente multiplicación
de las indulgencias .
Satíricos como Ariosto ,
se burlaban de la baratura de ellas, y varones graves como Sadoleto,
promovían una resuelta contradicción. Pero León X, siempre necesitado
de dinero, no hacia caso de esto, teniendo en derredor suyo consejeros sin
conciencia, como el cardenal Pucci, que en semejantes casos sabían
apaciguar los resquemores de la conciencia del Papa, con una Casuística
que, usando de benignidad, ha de calificarse de extraña
.
De esta suerte no puede maravillarnos que el Papa Médici viniera en
conceder la indulgencia que se otorgó al nuevamente elegido príncipe
elector de Maguncia.
Las
indulgencias se predican en Alemania.
La
súplica de Alberto de Brandeburgo sobre concesión de la indulgencia para
las diócesis de Maguncia y Magdeburgo ,
que lleva la fecha de 1 de Agosto de 1514, obtuvo ya al día siguiente el placet
del Papa ;
pero su publicación debía aún diferirse largo tiempo .
Hasta 31 de Marzo de 1515 no se redactó la bula ,
por la cual el arzobispo de Maguncia y el Guardián de los Franciscanos de
dicha ciudad fueron nombrados, por el plazo de ocho años desde el día de
la promulgación de la bula, comisarios pontificios de la indulgencia para
las provincias designadas en la concesión; y los mismos debían tener
derecho de suspender todas las otras indulgencias en el distrito de su
cargo. A esta bula siguió el Motu propio de León X de 15 de Abril de
1515 al cardenal obispo de Ostia, como Camarero pontificio, y a los
empleados a sus órdenes, por el que se confirmaba la indulgencia del
jubileo solicitada por Alberto. La bula llegó primero a manos del
emperador Maximiliano, quien aprovechó la favorable coyuntura para
obtener también algo para sí; y para que el Emperador permitiera por
tres años la indulgencia concedida por el Papa para ocho, se obligó el
canciller de Maguncia Juan von Dalheim, a pagar en cada uno de dichos tres
años a la Cámara imperial la suma de 1.000 ducados rinianos, los cuales
deberían emplearse en la construcción de la iglesia de Santiago,
adyacente al palacio imperial de Innsbruck
.
Como en la bula no se, declaraba expresamente, que la mitad de los
rendimientos hubieran de pertenecer al arzobispo, no quiso éste, para
prevenir posteriores molestias, proceder a la publicación antes de haber
recibido de Roma una terminante seguridad sobre ello ;
y las negociaciones acerca de esto produjeron nuevo retardo; de suerte
que, el breve pontificio expedido a 14 de Febrero de 1516, en que se
contenían las seguridades deseadas, no llegó a Maguncia hasta los días
precedentes a la dominica Jubilate; por lo cual, como escribió el
canónigo de Maguncia Dietrich Zobel a Alberto ,
a 14 de Abril de 1516, se juzgó ser ya demasiado tarde para aquel año; y
así, la predicación de la indulgencia no comenzó en Maguncia hasta
principios del funesto año de 1517. A consecuencia de las turbaciones que
muy pronto se suscitaron, no pudo continuarse esta predicación sino en
los dos primeros años; y según las cuentas de los Fugger, que
recientemente se han hallado, la recaudación total fue verdaderamente mínima,
contra todas las suposiciones que hasta ahora se habían hecho
;
de manera que parece que Alberto, después de haber entregado al Emperador
su contribución, apenas obtuvo por su parte, la mitad de la “composición”;
para no decir nada de los derechos de la confirmación. La indulgencia de
Maguncia y Magdeburgo fue, pues, “un mal negocio para Alberto, aun desde
el punto de vista puramente mercantil”. Con esto resulta una fábula
introducida en la Historia, la de que Juan Tetzel recibiera en un
solo año, para el príncipe elector de Maguncia, la cantidad de 100.000
escudos de oro.
El
predicador dominicano Juan Tetzel.
El
mencionado dominico
aparece desde Enero de 1517 como subcomisario general del arzobispo de
Maguncia
.
A 24 de Enero se hallaba Tetzel en Eisleben, que pertenecía entonces al
obispado de Halberstadt, y al principio anduvo por esta diócesis y por el
obispado de Magdeburgo
.
En la primavera se dirigió a Jüterbog donde confluyó mucha gente de la
próxima ciudad de Wittenberg para ganar la indulgencia, por cuanto en
Sajonia no se había permitido la predicación de la misma .
Esta fue la ocasión de que el profesor de Wittenberg, Martín Lutero, que
por motivos mucho más hondos se hallaba ya interiormente muy alejado de
la Iglesia, tomara cartas en el asunto de la indulgencia.
Tetzel
era un elocuente y estimado predicador popular; pero su importancia ha
sido las más de las veces muy exagerada por adversarios y defensores,
bajo la impresión de los acontecimientos que tomaron principio de su
predicación de las indulgencias .
Si por una parte no se puede justificar todo lo que hizo o predicó, por
otra, la imagen tradicional que de él se formó en el campo de los
adversarios, no corresponde en manera alguna a la justicia y verdad históricas.
Los reproches de grosera inmoralidad que le dirigieron algunos contemporáneos,
sus enemigos, descansan en una pura invención; lo propio que la afirmación,
repetida todavía por autores modernos, de que había predicado de una
manera escandalosa y blasfema sobre la Madre de Dios; lo cual el mismo
Tetzel pudo demostrar ser una calumnia, fundándose en testimonios
oficiales .
También se ha desfigurado con frecuencia de la manera más repugnante, el
fondo de la predicación de Tetzel sobre las indulgencias; y las opiniones
erróneas acerca de esto nacieron principalmente de la circunstancia de no
haber distinguido con bastante solicitud cuestiones de muy diversa
naturaleza .
Ante todo, es preciso distinguir claramente la indulgencia para los vivos,
de la que se aplica a los fieles difuntos. Respecto de la primera, la enseñanza
de Tetzel fue completamente correcta; y la afirmación de que ponderó la
indulgencia, no sólo como remisión de las penas de los pecados, sino
también como absolución de la propia culpa de ellos, es tan
injustificada, como el reproche de haber vendido el perdón de los pecados
sin exigir arrepentimiento, o haber absuelto, por dinero, de pecados que
se pensaba cometer después. Realmente enseñó con la mayor claridad, y
de acuerdo con las doctrinas teológicas que entonces como ahora profesaba
la Iglesia, que la indulgencia sólo sirve respecto de las penas de las
culpas que han sido lloradas y confesadas .
Las llamadas cédulas de confesión o de indulgencia (confessionalia), podían
a la verdad adquirirse sin arrepentimiento, mediante el solo pago de la
limosna; pero la mera adquisición de semejantes cédulas no procuraba, ni
el perdón de los pecados, ni el lucro de la indulgencia; el poseedor de
una de estas cédulas adquiría simplemente por ella, el derecho de poder
ser absuelto una vez en la vida y en la hora de la muerte, por un confesor
libremente elegido por él, mediante una penitente confesión de sus
culpas, aun de los más de los pecados reservados al Papa; y de hacerse
aplicar una indulgencia plenaria .
Así pues, también en este caso, como en todos los demás, el lucro de la
indulgencia tenía por imprescindible prerrequisito la penitencia y la
confesión .
Otra cosa sucedía con las indulgencias para los fieles difuntos ;
respecto de las cuales Tetzel, de acuerdo con las instrucciones que debían
servirle de regla acerca de la indulgencia, predicó realmente ser dogma
cristiano, que para ganar la indulgencia para los difuntos no se requería
más que el pago de la limosna, no siendo necesaria la penitencia ni la
confesión. Al propio tiempo enseñó, ajustándose a la opinión
defendida por los más de los teólogos de entonces, que la indulgencia
para los difuntos podía aplicarse por modo infalible a un alma
determinada; y no puede caber lugar a duda que, partiendo de este
supuesto, predicó, por lo menos cuanto al sentido, la gráfica
sentencia que se le ha atribuido: “Tan luego como el dinero cae en el
cepillo, el alma sale del suplicio” .
Las bulas pontificias acerca de la indulgencia, no ofrecían fundamento
ninguno para estas tesis; y lo que Tetzel proponía, de un modo del todo
impertinente, como verdad cierta, no era más que una incierta opinión de
los teólogos, rechazada por la Sorbona ya en 1482 y luego de nuevo en
1518, y no en manera alguna doctrina de la Iglesia. El primer teólogo que
había entonces en la corte romana, el cardenal Cayetano, no aprobó nunca
semejante exageración; antes bien acentuó enérgicamente que, aun cuando
los teólogos y predicadores enseñaran tales opiniones exageradas, no se
les debía prestar en esto ningún crédito. “Los predicadores -
escribe el citado cardenal - enseñan en nombre
de la Iglesia, en cuanto anuncian la doctrina de Cristo y de la Iglesia;
pero cuando enseñan guiados por su propia cabeza o movidos por interés
privado, cosas que no saben, no pueden considerarse como representantes de
la Iglesia; y por tanto, nadie debe maravillarse de que, en semejantes
casos, padezcan extravíos”
.
Desgraciadamente
muchos predicadores de la indulgencia, así en Alemania como en otras
partes, no se esmeraron, como el mencionado cardenal, en proceder con esta
reserva; imprudentemente predicaban como verdad cierta, una dudosa opinión
de las Escuelas, a propósito para proponer en primer término el aspecto
pecuniario, de una manera sumamente ofensiva. Tampoco a Tetzel se le puede
absolver de culpa en este respecto, aun cuando no se dejó llevar a tan
grandes excesos como Arcimboldi
;
y si por una parte el mencionado dominico era en general propenso a
extremosidades, por otra se echaban también de menos en su proceder, la
simplicidad y la modestia; antes bien se mostró atrevido y pretencioso, y
dio al ejercicio de su cargo tal carácter de negociación, que no podía
menos de producir escándalo. Aun varones que, por otra parte, estaban
enteramente a su lado, tuvieron motivos de queja; y su contemporáneo y
compañero de hábito Juan Lindner, le reprendió gravemente el designio
predominante de recaudar dinero. “Tetzel, escribe dicho autor, inventaba
inauditos medios de reunir dinero, hacía demasiado benignas promociones,
erigía en las ciudades y aldeas demasiado comunes cruces, de donde se
seguía finalmente escándalo y desestima en el pueblo sencillo, y
menosprecio de tales tesoros religiosos, a causa del abuso”
.
Lutero
se enfrenta a los abusos.
Se
hizo intérprete del disgusto, muy extendido contra los abusos que se cometían
con motivo de la predicación de la indulgencia, un profesor de la
Universidad de Wittenberg, cuyo nombre no había sido hasta entonces
conocido sino en un circulo muy estrecho.
Con
ocasión de las predicaciones de Tetzel sobre la indulgencia, fijó Lutero
a 31 de Octubre de 1517, en la iglesia del castillo de Wittenberg, 95
tesis, con el objeto de celebrar una disputa sobre el valor de las
indulgencias .
En este proceder nada había de extraordinario, conforme a los usos académicos
de aquella época; pero el asunto que se tomaba como argumento de la
disputa tocaba a una cuestión candente; a lo cual se agregaba, que el
contenido de las tesis de Lutero era ásperamente polémico, lleno en si
mismo de contradicciones, y tendía mucho más allá de la finalidad del
momento. En todas partes despertaron aquellas tesis grande expectación; y
aun cuando las predicaciones de Tetzel fueron la ocasión exterior del
proceder de Lutero, éste no se dirigía tanto contra la persona del
dominico, cuanto generalmente contra el uso que entonces se hacia de las
indulgencias. El ataque del profesor de Wittenberg hería ante todo a la
autoridad eclesiástica, al Papa y al arzobispo de Maguncia, a los cuales
hacia Lutero en primer término responsables de lo que consideraba como
abusos
.
Pero en el fondo, no eran los abusos de la práctica entonces usual de las
indulgencias, los que motivaban la conducta de Lutero; las tesis de 31 de
Octubre no eran más que la primera ocasión exterior y casual, para
manifestarse públicamente la profunda contradicción en que se hallaba
Lutero con la doctrina católica de las buenas obras; pues sus opiniones
sobre la justificación por sólo la fe, y la falta de libertad de la
voluntad humana, las cuales tenía ya entonces completamente formadas, no
podían compadecerse con aquella doctrina
.
Lutero no había concebido entonces todavía en manera alguna, el designio
de separarse de la Iglesia; y tampoco se podría afirmar, que desde el
principio no tomara la controversia de las indulgencias sino como pretexto
para dar más fácil entrada a sus opiniones dogmáticas; antes bien se
puede admitir, que por de pronto no persiguió conscientemente ningún
otro fin, sino el de combatir los verdaderos abusos introducidos con las
indulgencias, y los que por tales tenía. Mas a pesar de eso, las tesis
del profesor de Wittenberg alcanzaban ya con efecto, en su totalidad, una
trascendencia mucho mayor, y cuyo efecto había de ser soliviantar contra
la autoridad eclesiástica, hacer despreciables las indulgencias y
extraviar al pueblo, como quiera que contenían una mezcla de ortodoxia y
heterodoxia. Apenas se disimulaba en ellas el odio y la befa contra la
Sede Apostólica, y bajo una forma exteriormente católica, contenían
muchas cosas harto capciosas. La tesis 36 se dirigía contra la
indulgencia tomada en sentido católico, y la 58 negaba derechamente la
doctrina del tesoro de la Iglesia .
El
mismo día 31 de Octubre envió Lutero las tesis al arzobispo Alberto de
Maguncia, acompañándolas con una carta
en la que en parte resumía brevemente el contenido de ellas, y se
lamentaba de las erróneas ideas del pueblo y de las falsas promesas de
los predicadores de indulgencias. Verdad es que al principio de la carta
decía que no había oído a los predicadores ni pretendía acusarlos de
haber expuesto realmente en el púlpito tales perniciosas doctrinas; pero
poco después echaba en cara a los mismos predicadores, “que con
maliciosas fábulas, y promesas sin ningún fundamento, aseguraban al
pueblo y le quitaban el santo temor”. Y al fin llega hasta insinuar al
arzobispo, que debe retirar la instrucción para las indulgencias, que en
todo caso se había dado sin su conocimiento y voluntad; y substituirla
por otra mejor; y le amenazaba con que, en otro caso, tal vez se levantaría
alguno y escribirla contra ella, para suma afrenta del arzobispo.
Alberto
de Brandenburgo sometió el asunto a sus consejeros en Aschaffenburg, y a
los profesores de la Universidad de Maguncia. Los primeros estuvieron de
acuerdo sobre que debía incoarse un proceso contra Lutero .
Alberto envió al Papa el dictamen de los consejeros de Aschaffenburg
junto con las tesis de Lutero, “con buenas esperanzas de que Su Santidad
intervendrá también en el asunto, y hará que se ponga coto
oportunamente a semejantes extravíos, como lo piden la ocasión y la
necesidad, y no habremos de tomar a nuestro cargo el orden y el
negocio”; esto escribía Alberto a 13 de Diciembre de 1517 ,
a sus consejeros de Halle, rogándoles consideraran con gran diligencia
las actas del proceso que se acompañaban, y que si eran de parecer que
convenía y aprovechaba apretar el proceso, lo hiciesen intimar a Lutero
por medio de Tetzel, “para que tan venenoso error no se continuara
esparciendo entre el pueblo sencillo”. Se ha de tener por cosa cierta,
que los consejeros de Halle no tuvieron por prudente el proceso judicial
contra Lutero acordado en Aschaffenburg, y que el mismo no fue incoado por
Tetzel
.
El
dictamen de la Universidad de Maguncia no se envió hasta 17 de Diciembre
de 1517, después de repetidas amonestaciones del arzobispo, y únicamente
se fijaba en un punto de las tesis de Lutero: la limitación de la
autoridad del Papa respecto de las indulgencias; condenándolo por estar
en contradicción con la doctrina tradicional, la cual era más prudente y
seguro conservar. Los profesores de Maguncia rehusaron una formal
condenación de las proposiciones, recomendando más bien que se pidiera
la resolución pontificia
.
Por
el contrario, Tetzel, por la extensa difusión de las tesis de Lutero, se
creyó en el caso de contestar a su adversario científicamente; y lo hizo
al principio por medio de una larga serie de tesis que defendió a 20 de
Enero de 1518 en la Universidad. de Francfort junto al Oder .
El autor de estas tesis no era el mismo Tetzel, sino el profesor de
Francfort Conrado Wimpina .
Verdad es que aquellas antítesis fueron, en algunos puntos determinados,
demasiado lejos, presentando opiniones de la escuela como verdades de fe;
pero en general, defendían fundamentalmente la tradicional doctrina de
las indulgencias, rebatían los, errores de Lutero, y acentuaban
principalmente: que las indulgencias no perdonan los pecados, sino
solamente las penas temporales que al pecado siguen; y aun esto, sólo en
el supuesto de que los pecados hayan sido de antemano sinceramente
llorados y confesados; no hacen injuria a los merecimientos de Cristo,
sino más bien substituyen los padecimientos satisfactorios de Cristo en
lugar de las penas que se debían satisfacer.
Cuando
a mediados de Marzo llegó a Wittenberg un mercader llevando numerosos
ejemplares de las Antítesis de Francfort, con el fin de venderlos, los
estudiantes, calurosos partidarios de Lutero, se los arrebataron y
quemaron en la plaza pública; procedimiento que más tarde fue vituperado
por Lutero .
Poco tiempo después publicó éste, indudablemente con ocasión de haber
sido conocidas las tesis de Tetzel, su “Sermón sobre la indulgencia y
la gracia” ,
en el que fue todavía más allá .
Condenó enérgicamente la división escolástica de la Penitencia, en
confesión, dolor y satisfacción; alegando no hallarse fundada en la
Escritura; y al final declaró: “Si ahora me reprendieren por ventura
como hereje, algunos a quienes estas verdades son muy perjudiciales para
el bolsillo, no hago gran caso de semejantes parlerías; puesto que no
procederán sino de algunos cerebros obscurecidos, que tienen poco olor de
la Biblia”. A este escrito, a poco tiempo muy difundido, opuso Tetzel en
seguida su “Exposición contra un sermón temerario de 20 artículos erróneos
tocantes a las indulgencias papales y a la gracia”
;
en la cual trató muy fundamentalmente la doctrina de las indulgencias
.
Honra en gran manera a la penetración de Tetzel y su formación teológica,
el que, mientras otros teólogos, buenos católicos, juzgaron al principio
de un modo demasiadamente superficial la conducta de Lutero, no viendo en
ella sino una contienda escolástica acerca de cosas secundarias,
comprendió en seguida Tetzel con exactitud, la trascendencia de las
nuevas proposiciones del heresiarca, y conoció con clara perspicacia, que
esta controversia iba a parar a una lucha de principios honda y de grande
importancia, sobre los fundamentos de la fe cristiana y la autoridad de la
Iglesia. “Los artículos de Lutero -dice Tetzel lamentándose en
aquel escrito- están destinados a promover un grande escándalo; pues,
por causa de estos artículos, muchos despreciarán la superioridad y el
poder de la Santidad del Papa y de la Santa Sede Romana. También se
abandonarán las obras de penitencia sacramental, y no se volverá a creer
a los predicadores y doctores, queriendo cada cual interpretar la
Escritura a su antojo; por donde la santa y universal Cristiandad habrá
de incurrir en gran peligro de las almas; pues cada cual no creerá sino
aquello que bien le pareciere”
.
Al
fin de la “Exposición”, publicada en Abril, anunciaba Tetzel que
después daría a luz algunas otras proposiciones y enseñanzas, sobre las
cuales pensaba disputar en la Universidad de Francfort .
Estas fueron las 50 tesis publicadas a fines de Abril 6 principios de Mayo
de 1518, y compuestas por el mismo Tetzel
;
en las cuales, sólo de pasada toca el asunto, ya antes suficientemente
discutido, de las indulgencias; al paso que trata más de propósito de la
autoridad eclesiástica, que Lutero había puesto en duda. Y como el
profesor de Wittenberg, en sus ataques contra las indulgencias, se había
apoyado principalmente en la Biblia, hace notar Tetzel expresamente que,
junto a las contenidas expresamente en la Sagrada Escritura, hay otras
muchas verdades católicas que los fieles cristianos deben profesar
firmemente; y que en este número se han de contar las resoluciones
doctrinales dictadas por el Papa en materia de fe, así como las
tradiciones eclesiásticas aprobadas. Esta proposición daba en el punto
principal de toda la controversia. “La cuestión de las indulgencias,
como cosa secundaria, pronto desapareció casi completamente de las públicas
discusiones; y por el contrario, siguió formando el asunto principal de
las disertaciones polémicas la cuestión acerca de la autoridad eclesiástica”
.
Contra la “Exposición” de Tetzel, publicó Lutero el escrito
“Apología del Sermón sobre la indulgencia papal y la gracia, contra la
Exposición tramada en injuria suya y del mismo sermón” (Wittenberg,
1518)
,
en el cual, sólo hacia el fin y de pasada, procura desentenderse Lutero
de las 50 tesis, con una observación irónica. Después de la publicación
de las 50 tesis, Tetzel no volvió á escribir más; y como por efecto del
proceder de Lutero se había hecho imposible continuar la predicación de
la indulgencia, a fines de 1518 se retiró al convento de los dominicos de
Leipzig
.
Entretanto
las tesis de Lutero, difundidas rápida y extensamente en su traducción
alemana, estaban ejerciendo una influencia profunda; y como en ellas
andaba extrañamente mezclado lo verdadero y lo falso, tanto los amigos
como los adversarios de la autoridad eclesiástica pudieron encontrar allí
alguna cosa a su gusto. A la inmensa muchedumbre del pueblo, le agradó
extraordinariamente el modo enérgico con que se acentuaba, que socorrer a
los pobres era más meritorio que ganar indulgencias .
Pero el proceder de Lutero obtuvo principalmente aplauso por dirigirse
contra las aborrecidas exacciones pecuniarias de Roma y los abusos que con
ellas andaban juntos y eran universalmente sentidos. A poco, todos los
elementos que se hallaban descontentos de la Curia, por motivos políticos,
económicos, nacionales o de cualquier otra especie, saludaron con gozo el
precedente sentado por Lutero
,
el cual se halló de este modo a la cabeza de una oposición nacional, que
debía conducir, valiéndose de él, a la separación de una gran parte
del pueblo alemán, arrancándolo del centro de la unidad eclesiástica.
Casi nadie previó esto al principio; por el contrario, eran sin número
los que creían entonces, y siguieron creyendo todavía mucho tiempo después,
que el profesor de Wittenberg era el paladín de la reforma radical,
generalmente ansiada, de los males de la Iglesia. Los mas no dudaban que
Lutero llevaría al cabo semejante reforma dentro de la Iglesia y conforme
a sus principios. Pero perdían completamente de vista, que Lutero no
combatía solamente los abusos; no sabían o no conocían que se hallaba
ya en contradicción con importantes doctrinas de la Iglesia.
Del
número de los pocos teólogos alemanes que desde el principio temieron de
parte de Lutero grandes peligros para la Iglesia, fue el profesor de
Ingolstadt, Juan Eck, el cual en sus Observaciones (Obelisci), que
sólo se esparcieron manuscritas, contra las tesis de Lutero, señalaba el
parentesco de algunas de las opiniones por éste expresadas, con las
doctrinas de Wiclef y de Huss, que ya la Iglesia había condenado.
[1]-
Kirsch, Die päpstlichen Kollektorien während des 14. jahrhunderts,
Paderborn, 1895, Einl.
[2]-
Jansen, Maximilian I, 12.
[3]-
Referencia a un caso tratado en el volúmen II de la Historia de los
Papas, p. 408 y siguientes
[4]-
Cf. Janssen-Pastor, I18, 742
[5]-
Finke, Kirchetipolit. Verhältnisse, 110.
[6]-
Gebhardt, Gravamina, 112 s.
[7]-
V. los documentos en Janssen-Pastor, I18, 743; cf. también
Knepper, Nationaler Gedanke, 71, y Wimpfeling, 256 s.
[8]-
Strauss, I, 99 s. Los abusos que se cometían en la publicación de las
indulgencias, ocuparon también la atención de la Facultad de teología
de la universidad de París, el año 1518; v. Delisle, Notices sur un
registre des procés verbaux de la fac. de théologie de Paris. París,
1899.
[9]-
Es característica para eso una declaración de Sigismondo de Conti, II,
291.
[10]-
V. Balan, n. 31; Brieger, n. 11.
[11]-
Cf. Paulus, Tetzel, 26. Schulte, Fugger I, 57 s. El suizo P. Falk,
comunica desde Roma, en 1513, que es difícil alcanzar nuevas
indulgencias, porque esto perjudicaría a la indulgencia por la iglesia de
S. Pedro. V. Anz. für schweiz. Gesch., N. F. XXIII (1892) 376; cf. 378.
Sobre las dificultades que opuso León X en 1517 a los Venecianos, que pedían
nuevas indulgencias, v.. Sanuto, XXIV, 105, 448.
[12]-
Regest. Leonis X, n. 12385, 13053, 13090. **Breve al arzobispo de Colonia
de 15 de Diciembre de 1514, existente en el Archivo público de Düsseldorf;
cf. también Paulus, Tetzel 28 s.; Schulte I, 63-65, Los estudios de
P. Fredericq, La question des indulgences dans les Pays-Bas au
commencement du XVI siècle, publicados en el Bulletin de l'Académie
Royale de Belgique, Classe des lettres, 1899, 24-57; y Les comptes des
indulgences en 1488 et en 1517 à 1519 dans le diocèse d'Utrecht, sacadas
à luz en las Mémoires couronnés et autres mémoires publiés par l'Académie
Royale de Belgique LIX (1900), ofrecen algunas noticias sobre la publicación
de la indulgencia para la Iglesia de S. Pedro en las diócesis holandesas
hecha por Arcimboldi. Cf. además las correcciones de Paulus en el Histor.
Jahrb. XXI (1900) 139, 846, y Paquier Aléandre et la princ. de Liége,
Paris 1896, 53 not. 1. Sobre la publicación de la indulgencia en los
reinos del norte, hecha por Arcimboldi, v. en este volumen cap. XII
[13]-
Regest. Leonis X, n. 17844. Paulus, Tetzel 29.
[14]-
Cf. J. May, Der Kurfürst, Kardinal und Erzbischof Albrecht II von Mainz
und Magdeburg, 2 Bde, München 1865-1875; Schulte, Fugger I, 93-141. Además,
las críticas de la obra de Schulte, hechas por Schrörs en el
Wissenschaftl. Beil. zur Germania 1904 Nr. 14, 15, Paulus en la Theol.
Revue 1904, n. 18 y Pfülf en los Stimmen aus Maria-Laach LXVII (1904) 323
s., como también Halkoff, Zu den römischen Verhandlungen über die Bestätigung
Erzbischof Albrechts von Mainz im Jahre 1514, en el Archiv. für Ref.-Gesch.
I (1903) 375-389 (exactamente 381-395).
[15]-
La carta de crédito de Alberto de 29000 florines renanos, se halla en
Schulte II, 93 s.
[16]-
Cf. Schulte I, 121 ss., 115 s., quien ha sido el primero que ha ilustrado
estas cosas, aprovechándose de la correspondencia entre Alberto, elector
de Brandenburgo, y sus embajadores en Roma, conservada en el archivo público
de Magdeburgo.
[17]-
V.Kalkoff en el Archiv. für Ref.-Gesch.I,385s.
[18]-
Paulus y Pfülf en las críticas arriba mencionadas, han rechazado la
inculpación de simonía que repetidas veces y con toda dureza hace
Schulte (I, 115, 118, 121 s., 127); asimismo Kalkoff (Archiv. für Ref.-Gesch.
I, 379 s.) W. Schnöring (Joh. Blankenfeld, Halle 1905) por el contrario,
sostiene (26 s.) la opinión de Schulte y procura fundarla (p. 91-94)
contra Kalkoff, Schrörs y Pfülf. La diversidad de opiniones no puede
causar admiración. Quien tiene conocimientos algún tanto precisos sobre
las disposiciones canónicas, sabe cuán difícil es muchas veces
resolver, si en éste o aquel caso hay propiamente simonía. «No se han
de considerar simoníacos» pondera Esser (Kirchenlexikon X1, 323), todos
aquellos casos, en los que un bien temporal no se ha de dar como paga
por el espiritual, sino que con ocasión del ejercicio de una función
espiritual, se ofrece bajo otro título. En este respecto, exteriormente,
depende eso mucho de la costumbre, interiormente de la intención del que
da o recibe» Como el Papa necesita de medios materiales para el gobierno
de la Iglesia, puede exigir derechos a los miembros de la Iglesia, para
confirmar una elección eclesiástica, sin hacerse reo de simonía. Para
exigir 10000 ducados por la conservación de los obispados de Magdeburgo y
Halberstadt no había ciertamente ningún título formal; pero aun Schnöring
(91) admite, que había por lo menos una razón justa. Porque se
recordó también a los embajadores de Brandenburgo, «que diversas veces
se había notificado al Papa que a su Santidad pertenecían justamente
los derechos de la permisión y confirmación de tales obispados» (Schulte
II, 109). En este motivo de justicia se podían apoyar en la curia, para
decir que no había simonía. Cf. ahora también Göller en Gött. Gelehrt.-Anz.
1905, 642 s.
[19]-
Kalkoff loc. cit. pondera con verdad: “La mayor parte de la culpa de los
sucesos escandalosos enlazados con el arreglo de este negocio, que después
se ocasionaron por el asunto de las indulgencias, y del aumento del
descontento ya reinante con el estado de cosas de la Iglesia, para el que
el proceder de Lutero fue de tan graves consecuencias; la tienen los
hermanos Hohenzollern, que se presentaron a la curia con la demanda de una
acumulación tan enorme de beneficios”.
[20]-
De las obras antiguas son todavía dignas de consideración: Bellarmin. De
indulg. et iub. libri duo, Romae 1599. Lugo, Disput. de virtute et
sacramento poenitentiae, item de suffragiis et indulgentiis, Lugd. 1638.
E. Amort, De orig., progressu, valore ac fructu indu1g., Aug. Vind. 1735.
Theod. a Spiritu Sancto, Tract. dogm.-mor. de indulgentiis, Romae 1743.-De
los modernos, cf. Gröne, Der Ablasz, seine Geschiclite und Bedentung in
der Heilsökonomie, Regensburg 1863. Schanz, Die Lehre von den heiligen
Sakramenten der kath. Kirche, Freiburg 1893, 613 ss. Lea, Hist. of
auricular confession and indulgences III,Philadeiphia l896;cf. Rev. d'hist.
et de litt. religieuse III (1898) 434 ss. Beringer, Die Ablässe12,
Paderborn 1900. A. Karz, Die kath. Lehre vom Ablass vor und nach dem
Auftreten Luthers, Paderborn 1900; cf. Stimmen aus Maria-Laach LX, 88 s. Lépicier,
Les indulgences, Paris, 1903, 2 tomos (aquí también hay muchas
observaciones críticas contra Lea). Son notables por su erudición y
solidez los estudios especiales de Paulus (v. particularmente Zeitschr. für
Kath. Theol. XXIII, 48 ss., 423 ss., 743 ss.; XXIV, 1 ss., 182 ss., 249 ss.,
390 s., 644 s.; XXV, 338 ss., 740 ss.; XXVII, 368 ss., 598 ss., 767 ss., y
Tetzel 84 ss.), que ofrecen juntamente una refutación sólida de las
ideas a veces enteramente falsas, que Harnack (Dogmengesch. III),
Dieckhoff (Der Ablaszstreit, Gotha 1886) y Brieger (Das Wesen des Ablasses
am Ausgang des Mittelalters, Leipzig 1897) defendieron. Para la crítica
de Harnack y Dieckhoff, cf. también Finke Kirchenpolit. Verhältnisse 122
ss., y Mausbach en el Katholik 1897, I, 48 ss., 97 ss.; II, 37 ss., 109 ss.
[21]-
Es muy probable que ya Alejandro II, en 1063 concedió una indulgencia
plenaria a los cruzados contra los sarracenos en España; v. Herzog,
Realenzykl. IX3, 79.
[22]-
Cf. sobre la misma las obras especiales que indicamos en el vol. II, p. 75
not. 2.
[23]-
Cf. Paulus en la Zeitschr. für kath. Theol. XXIV, 1 ss., 249 ss.
[24]-
Paulus, Die deutschen Dominikaner, 294.
[25]-
Esto se ha de entender también de Bonifacio IX; cf. Paulus, Bonifatius
IX, und der Ablass von Schuld und Strafe, en la Zeitschr. für kath. Theol.
XXV, 338 ss.; v. también el mismo, Tetzel 97 s., y Jansen, Bonif atins
IX, 170 s.
[26]-
Cf. Janssen-Pastor I18, 18, 56.
[27]-
Cf. A. Franz en el Katholik 1904, II, 113, donde hay datos sumamente
interesantes tomados de un sermón de un cura párroco, que se halla en el
Cod. 365 del cabildo de S. Florián, escrito por los años 1468-1477.
[28]-
Trae esta oportuna comparación Schrörs en su preciosa disertación sobre
Schulte, publicada en el Wissenschaftl. Beil. zur Germania 1904, Nr. 14;
cf. también Pfülf en las Stimmen aus Maria-Laach LXVII, 321 ss.
[29]-
Cf. Histor.-polit. Bl. XLIX, 394 ss.
[30]-
Cf. la Instrucción, en que se dan explicaciones acerca de la indulgencia
de Constanza de 1513, en Schulte II, 40 ss. Como Paulus (Tetzel 87)
pondera, cuatro gracias principales son las que se exponen en todas las
instrucciones de indulgencias de aquel tiempo: 1. La indulgencia por los
vivos. 2. La cédula de confesión o de indulgencia. 3. La participación
en los bienes espirituales de la Iglesia, que va unida generalmente con la
adquisición de la bula de indulgencia. 4. La indulgencia por los
difuntos.
[31]-
Cf. Paulus, Tetzel 124 s.
[32]-
Por lo demás, ya en el siglo XIII sé quejaban algunos, como por ejemplo
Bertoldo de Ratisbona, de los abusos de las indulgencias.
[33]-
Cf. nuestros datos vol. I, p. 294 s.
[34]-
Jansen, Bonifatius IX, 143. Göller en Gött. Gelehrt.-Anz. 1905, 649 s.
muestra que, por lo demás, la práctica de Bonitacio IX se apoyaba en los
usos empleados ya en la mitad primera del siglo XVI en la conmutación de
los votos.
[35]-
Jansen, Bonifatius IX, 143.
[36]-
Cf. las cartas del embajador de Colonia del año 1394, publicadas en Höhlbaum,
Mitteilungen aus dem Stadtarchiv zu Köln XII (1887) 67 s.
[37]-
Schulte I, 179.
[38]-
Cf. los proyectos de reforma de Eck en las Beitr. z. bayr. Kirchengesch
II, 222.
[39]-
Emser,Wider das unchristliche Buch Luthers an den tewtschen Adel 1521 Bl.
G.4
[40]-
V. Janssen-Pastor II18, 137.
[41]-
Concil. Trid. I, Friburgi 1901, 51. Sobre la conducta escandalosa de los
quaestionarii en Alemania, cf. los ejemplos aducidos por Falk en el
Katholik 1891, I, 574. Es muy interesante el Tractatus contra questores,
por el cual el dominico P. Schwarz hizo advertir al obispo de Eichstätt,
Guillermo de Reichenau (1464-1496), que el proceder de muchos cuestores
estaba en pugna con la tradición y legislación eclesiástica. De este
escrito que se conserva en el Cod. 688, f. 139 b-144 b
de la Biblioteca de Eichstätt, debo noticias circunstanciadas al
Dr. Grabmann. Schwarz somete aquí una cédula de indulgencias a una crítica
abrumadora Y le imprime la marca infamante de falsificación de la forma
legítima de conceder indulgencias. En la forma legítima se habla siempre
de uno vere contritus et confessus; en el programa de indulgencías
falta enteramente esta cláusula. Con semejantes falsificaciones, como
dice Schwarz, el pueblo pierde la confianza en las verdaderas
indulgencias, y no contribuye luego en nada a los fines de la Iglesia. En
el Fol. 143 b reune Schwarz los siguientes abusos que andan
mezclados con el proceder de los cuestores: 1. Los cuestores impiden el
anunciar la divina palabra, porque los párrocos gastan el tiempo
destinado a la predicación en las cédulas de indulgencias, de cuyo
producto reciben un tercio. 2. Con la negligencia de la divina palabra, se
perjudica gravemente al pueblo en la vida de la fe (ad incredulitatem
disponitur). 3. Se murmura de la Cabeza de la Iglesia, sobre quien se
hacen recaer todos estos excesos en el uso de las indulgencias. 4. Se
cometen abusos y pecados con las reliquias. 5. Los cuestores, que se
jactan del poder de las llaves, llevan una vida escandalosa y son
ignorantes. 6. Se esquilma al pueblo. Un solo cuestor se ha llevado en un
año, según dicen, más de 1.000 florines de la diócesis de Eichstätt,
de los cuales apenas 10 han llegado a los hospitales. Al fin (f. 144 b
el P. Schwarz: alega al obispo el ejemplo del arzobispo de Salzburgo, que
ha echado fuera de su diócesis a los cuestores, y ha amenazado con
censuras a los párrocos, que tengan trato con tales cuestores.
[42]-
Hefele, Ximenes 458 (2 edición 433). Cf. además Lea III, 386.
[43]-
Paulus en Histor. Jahrb. XXI, 139, ha hecho notar este escrito que ha
quedado inadvertido aun a Fredericq (La question des indulgences dans les
Pays-Bas au commencement du XVI, siécle, Bruxelles 1899).
[44]-
Cf. Hefele-Hergenröther VIII, 637-638.
[45]-
Memoria a Adriano VI, editada por Höfler en las Denkschr. d. Münch. Akad.
IV, 3. Abtl. 73 s.
[46]-
Sanuto, XXIV, 105, 448.
[47]-
Además de la tercera sátira (v. 228) y del pasaje aducido por Gaspary,
II, 422, tomado de la Scolastica, cf`. especialmente el prólogo del
Negromante, cuya representación no permitió León X por este motivo,
aunque el mismo era allí alabado. Una impugnación todavía más fuerte
de las indulgencias se halla en Rinaldo ardito, IV, 38, de la cual obra
ciertamente no consta con seguridad que la haya compuesto Ariosto.
[48]-
Cf. Jovius. Vita I. 4. Es muy notable que este amigo del de Médici
procura defenderle en el asunto de las indulgencias, y hace recaer toda la
culpa sobre los comisarios inferiores.
[49]-
Impresa en Körner, Tetzel, der Ablaszprediger, 142 s., y en Schulte, II,
107 hasta 109. Cf. Schulte, I, 124.
[50]-
Cf. Schulte, II, 143.
[51]-
Cf. Paulus, Tetzel, 31 s.; Schulte, I, 125 ss.
[52]-
La bula desconocida de los primeros investigadores acerca de Tetzel, y
utilizada por primera vez por Paulus (Tetzel, 31), ha sido publicada desde
entonces por Köhler, Dokumente zum Ablaszstreite, 83-93, según la edición
original de la Biblioteca de la Universidad de Munich, y por Schulte,
II, 135-143 según los registros. Cf. además Göller en Gött. Gelehrt. -Anz.,
1905, 657 s.
[53]-
En Schulte, II, 147 s. Cf. ibid., I, 130.
[54]-
Cf. Paulus, Tetzel, 31 s. Schulte, I, 130 ss.; II, 148 ss.
[55]-
En Körner, 147; Schulte, II, 152.
[56]-
Schulte, I, 144-150. Los documentos II, 190-192, 193 s., 197.
[57]-
Sobre Tetzel v. especialmente la insigne monografía de Paulus (Maguncia,
1899) y además los suplementos del autor en el Katholik, 1899, I, 484 s.
y 1901, I, 453 s., 554 s.; asimismo los ligeros esbozos que se hallan en
la obra: Die deutschen Dominikaner, 1-9, del mismo autor. Los anteriores
trabajos de Gröne (Tetzel und Luther2, Soest, 1860) y Körner
(Tetzel, Frankenberg, 1880), han sido superados por los estudios de Paulus.
Fuera de esos, cf. Grube, Die Tetzel-Literatur der Neuzeit, en el Literar.
Randschau, 1889, n. 6; Falk en el Katholik, 1891, I, 496 s.; O. Michael,
Tetzel in Annaberg en la Allg. Zeitg, 1901, Beil., núms. 87 y 88. El
reciente trabajo de Dibelius en Beitr. zar sächs. Kirchen-gesch. XVII
(1904), 1 ss., es insuficiente; v. Histor. Zeitschr. 93, 509. Sobre las
disputas acerca de las indulgencias en general, cf. Janssen-Pastor, II18.
Además: An meine Kritiker, 14. Brief, 66-81; Hefele-Hergenröther, IX, I-173;
Riffel, Christliche Kirchengeschichte der neuesten Zeit, I2,
Mainz, 1844. De la parte protestante: A. W. Dieckhoff, Der Ablaszstreit,
dogmengeschichtlich dargestellt, Gotha, 1886. Las biografías de Lutero de
Köstlin y Kolde. Publicaciones de escritos auténticos: J. E. Kapp,
Schauplatz des Tetzelischen Ablasz-Krams und des darwider streitenden Sel.
D. Martini Lutheri2, Leipzig, 1720, y: Saminlung einiger zum Päpstlichen
Ablasz überhaupt, sonderlich aber zu der im Anfang der Reforination
zwishen D. Martin Luther und Johann Tetzel hiervon geführten Streitigkeit
gehörigen Schrifften; Leipzig, 1721. W. Köhler, Dokumente zum
Ablaszstreit von 1517, Tübingen u. Leipzig, 1902. El mismo, Luthers 95,
Thesen samt seinen Resolutionen sowie den Gegenschriften von Wimpina
Tetzel, Eck und Prierias und den, Antworten Luthers darauf; Leipzig, 1903.
[58]-
Cf. Herrmann en la Zeitschr. f. Kirchengesch., XXIII, 263 s.
[59]-
Cf. Paulus, Tetzel, 34 ss.; Katholik, 1901, I, 465 ss.; Die deutschen
Dominikaner, 3.
[60]-
La aserción de Juan Oldecop, de Hildesheim, de que Tetzel publicó las
indulgencias en el mismo Wittenberg, se apoya sin duda en un error de este
cronista; cf. Paulus, Tetzel, 38 ss., y su trabajo: Tetzel y Oldecop,
publicado en el Katholik, 1899, I, 434 ss. En el pasaje de la edición de
Aurifaber, de la obra Luthers Tischreden (Eisleben, 1566, fol. 625b),
donde se pone este dato en boca del mismo Lutero, ha metido este editor
arbitrariamente el nombre Tetzel y el año 1517 en la memoria original de
Veit Dietrich, en la que claramente se habla de la indulgencia para la
ig1esia del castillo de Wittenberg, de Marzo de 1516. Paulus en el
Katholik, 1901, I, 467 s.
[61]-
Paulus, en sus escritos alegados, da ahora una apreciación objetiva y
justa en todos sus aspectos.
[62]-
Cf. Paulus, Tetzel, 56-69; Katholik, 1901, I, 556-560; Die deutschen
Dominikaner, 5 s.
[63]-
Sobre la doctrina de las indulgencias sostenida por Tetzel, cf.
especialmente Paulus. Tetzel, 84-169; Katholik, 1901, I, 561-570; Die
deutschen Dominikaner, 6 s.; Janssen-Pastor, II18, 18, 82-85.
Como fuentes para esta doctrina de Tetzel, merecen especial consideración
la “Vorlegung, gemacht von Bruder Johan Tetzel, Prediger Ordens
Ketzermeister: wyder eynem vormessen Sermon von tzwantzig irrigen Artiklen
Bebstlichen ablas und gnade belangende allen cristglaubigen menschen
tzuwissen von notten”, publicada por Löscher, Reformationsakta, I,
484-503; Kapp, Sammlung, 317-356; Gröne, Tetzel2, 219-234; las
tesis sobre las indulgencias compuestas por Wimpina, y defendidas por
Tetzel en la universidad de Francfort, se hallan en Löscher, I, 507-516;
Paulus, Tetzel, 171-180 (cf. también Köhler, Luthers, 95, Thesen); después
también especialmente las instrucciones sobre las indulgencias, según
las cuales él debía regirse; la instrucción de Maguncia (Instructio
summaria pro subcommissariis penitentiariis et confessoribus in
executionem gratiae plenissimarum indulgentiarum...) editada por Kapp,
Sammlung, 117-206 (traducida en este mismo volumen, pág. 207-286).
[64]-
Cf. la “Vorlegung” de Tetzel, artículo 7; Paulus, Tetzel, 88 s.
[65]-
Para prevenir abusos, había la ordenación eclesiástica, que la cédula
de confesión o indulgencia debía perder su valor, si el poseedor de la cédula,
confiando en ella, cometiese pecados; v. Paulus en Histor. Jahrb., XXV,
636.
[66]-
Cf. Paulus, Tetzel, 130 ss.; Die deutschen Dominikaner, 6; Katholik, 1899,
II, 456-458; Schmidlin, Sanson, 38 ss., donde en la pág. 44 ss. hay una cédula
de indulgencia, para la ciudad de Soleure, firmada por Sanson, puesta con
su texto y traducción y reproducida en facsímile.
[67]-
Cf. Paulus, Tetzel 138 ss.
[68]-
Ibid, 149.
[69]-
Paulus, Tetzel, 165. También el canónigo de Sena, Tizio, censura a los varones
inoportunos y demagogos presuntuosos, los dispensadores de las
indulgencias pontificias y los cuestores de las limosnas que van tras las
indulgencias, las mismas cosas que irritaban a Lutero; v. Piccolomini,
Tizio, 128.
[70]-
Kalkoft en la Histor. Zeitschr. LXXXIII, 369 cree, que había de
acontecer, que los “Romanistas”, o sea, los cortesanos italianos
acometidos también en esta parte por Lutero, propiamente más que el
mismo Tetzel, acabaron por hacer rebosar el vaso de la paciencia alemana.
[71]-
Paulus, Tetzel, 120, 134; cf. 166.
[72]-
Impresas en las diversas ediciones de las obras de Lutero. Edición de
Weimar I, 233 ss. Edición critica con los escritos adjuntos de W. Köhler:
Luthers 95 Thesen samt seinen Resolutionen sowie den Gegenschriften von
Wimpina-Tetzel, Eck und Prierias und den Antworten Luthers darauf, Leipzig
1903. En Hefele-Hergeröther IX, 15-22, hay un resumen circunstanciado y
un juicio desde el punto de vista católico. Sobre el plan de las tesis,
cf. también Falk en el Katholik 1891, I, 481 ss. Dieckhoff 40-71, trae
una apreciación de las tesis a la luz del protestantismo.
[73]-
Paulus, Tetzel 167 s. En este sentido escribía el mismo Lutero a Tetzel,
enfermo de muerte, para consolarle, diciendo, «que ha de estar tranquilo,
porque la cosa no principió por su causa, sino que tiene el hijo muchos
otros padres.» (Paulus, 81, 169).
[74]-
Sobre el punto de partida de las nuevas doctrinas de Lutero, cf. ahora
especialmente Denifle, Luther I, y los artículos de Grisar en la Lit.
Beil. der Köln. Volksztg 1903, Nr 44-46; 1904 núms. 1 y 3.
[75]-
Además de Pallavicino I, c. 4, y Hefele-Hergenröther IX, 14-22, 24, cf.
especialmente Riffel I, 32 ss.
[76]-
Impresa muchas veces así en de Wette I, 67-70; Enders I, 114 ss.; Kapp,
Sammlung 292-296 (con la traducción, p. 297-302; ésta se halla también
en May, Kurfürst Albrecht II. I: Beilagen und Urkunden 47-49). Una más
exacta traducción trae Falk: en el Katholik: 1891, I, 483-485; el mismo
advierte además, en la pág. 486: “Mientras la carta al principio toma
un tono más que devoto, casi servil, al fin se muestra amenazadora - este
doble caracter penetra toda la carta de Lutero. Cuando él ahora advierte
y amenaza, que podría acaso levantarse alguno que, con sus escritos
contra las indulgencias, llenase de afrenta al cardenal, Lutero
evidentemente se tenía a sí mismo ante los ojos, pues él fue realmente
el primero y más apercibido adversario que se presentó contra las
indulgencias. Cf. también Paulus, Tetzel, 45-47, 126.
[77]-
Cf. Paulus, Tetzel, 47.
[78]-
Esta carta, según el original del archivo público de Magdeburgo, se
halla en Korner, Tetzel, 148 s., y en alemán moderno está en May I:
Beilagen und Urkunden 50-52.
[79]-
Cf. Paulus, Tetzel, 47, contra Brieger, Uber den Prozess des Erzbischofs
Albrecht gegen Luther, en las Kl. Beitr. zur Gesch., Leipzig 1894, 191 ss.
[80]-
V. Herrmann en la Zeitschr. für Kirchengesch. XXIII, 265-268.
[81]-
Paulus, Tetzel 170-180, las ha editado, segun la hoja impresa de la
biblioteca pública de Munich, comparando el texto publicado por Wimpina
(en su Anacephalaeosis, 1528) y el texto de la edición completa de las
Opera Lutheri I (1545), hecha en Wittenberg, sobre el que descansan todas
las ediciones posteriores. Un resumen circunstanciado se halla en Hefele-Hergenröther
IX, 25-32. Cf. también Gröne, Tetzel2, 81 96; Janssen -Pastor
II18 85 s. En las obras precedentes se habla generalmente de
106 tesis; pero éstas sólo forman la primera parte de toda la serie; cf.
Paulus 49. Es exacto lo que se admite generalmente, que Tetzel fue
nombrado doctor en teologia con ocasión de la defensa de estas primeras
tesis; no recibió el grado de doctor sino hasta más tarde en el decurso
del año 1518, ciertamente de la Universidad de Francfort y no del general
de la orden; cf. Paulus en el Katholik, 1901, I, 555 s.; el mismo, Tetzel
55.
[82]-
Cf. Paulus, Tetzel 49 ss. Si Tetzel tomó la defensa de las tesis
compuestas por un profesor de la Universidad, y las dio después a la luz
pública en su propio nombre; no hizo en esto sino seguir una costumbre,
que entonces y más tarde reinaba en todas las universidades de Alemania;
es por tanto un error, el que los modernos autores protestantes quieran
sacar de ahí, que Tetzel, por su ignorancia, no estaba en disposición de
presentar tesis propias.
[83]-
Cf. Paulus, Tetzel, 52; el mismo, Die deutschen Dominikaner 4.
[84]-
En la edición de Weímar I, 243 ss. Este escrito salió a luz por los años
1518-1520 en 22 ediciones; Falk en el Katholik 1891, I, 486.
[85]-
Cf. Kolde, Martin Luther I, 150.
[86]-
Ver nota 53.
[87]-
Cf. Paulus, Tetzel 53 s, Janssen-Pastor II18, 87. Un resúmen
circunstanciado se halla en Hefele-Hergenröther IX, 33-41.
[88]-
Vorlegung, Art. 19. Kapp, Sammlung 353. Gröne 233. Paulus, Tetzel 53.
[89]-
Vorlegung, Art. 20. Kapp, 355. Gröne 233.
[90]-
Impresas por primera vez en la edición de las Opera Lutheri I (1545)
96‑98 de Wittenberg; también están en Löscher, Ref-Acta I,
517-522. Con traducción alemana se hallan en Gröne 111-115; después en
Hefele-Hergenröther IX, 47-51.
[91]-
Paulus, Tetzel, 55.
[92]-
En la edición de Weimar I,383ss.También en Kapp, Sammlung 364-385. Cf.
Gröne 116-122; Hefele-Hergenröther IX, 56 s.
[93]-
Las disputas de Lutero sobre las indulgencias hallaron una resonancia
menos importante en Suiza, donde Bernardino Sansón de Brescia, guardián
de los franciscanos observantes de Mitán, publicó la indulgencia para la
iglesia de S. Pedro, desde el verano de 1518, como subcomisario del
cardenal y del general de la orden Cristoforo Numai, delegado por un breve
del Papa de 15 de Noviembre de 1517 para los trece cantones de Suiza. Cf.
L. R. Schmidlin, Bernhardin Sanson, der Ablaszprediger in der Schweiz
1518/19, Solothurn 1898; N. Paulus, Der Ablassprediger Bernhardin Sanson,
en el Katholik 1899, II, 434-458. Aunque hay muchas anécdotas exageradas
o fingidas sobre la publicación de las indulgencias, hecha por Sansón,
las cuales refieren V. Anshelm y H. Bullinger, con todo está justificada
la opinión admitida de que también Sansón tuvo la culpa de las
exageraciones que se cometieron, señaladamente por lo que toca a las
indulgencias por los muertos. En vista de las quejas de la dieta helvética,
León X hizo llamar a Sansón, en 30 de Abril de 1519, y prometió
castigarle, si realmente hubiese permitido excesos (la carta se halla en
Schmidlin 30 s., cf. Paulus, 453). Por encargo del papa, el franciscano
Juan Bautista de Puppio, uno de los comisarios de la indulgencia para la
iglesia de S. Pedro (no general de la orden, como le llama Schmidlin),
escribió a los suizos en 10 de Mayo de 1519 (cf. Schmidlin, 32 s., aquí
mismo, 33, se halla el texto original; Paulus 454), para dejarles en su
mano el enviar a Sansón a Italia, o soportarle por más tiempo hasta el término
de su comisión. Si él ha caído en errores, añade la carta, de cuya
noticia se ha maravillado mucho el papa, estará dispuesto a dar cuenta de
sí ante el papa y sufrir el castigo por sus culpas. También escribió
Puppio al mismo Sansón en 1 de Mayo, pidiéndole cuenta de los cargos de
los suizos, y mandándole por orden del papa, acomodarse a su voluntad de
ellos. Con esto se puso fin a la actividad de Sansón en Suiza, éste
volvió a Italia, cediendo a los deseos de los helvecios, y desde entonces
desaparece enteramente de la historia. No se sabe si en Roma, se entabló
una información oficial contra él, y si se le halló culpado y fue
castigado. “León X conservó su supremo poder en este asunto de las
indulgencias, pero sacrificó al predicador de ellas, por consideración y
benevolencia hacia los suizos, quizá para impedir que estallara el ya
incoado Incendio” (Schmidlin). “De esta manera, quitada toda ocasión
de daño, el asunto de las Indulgencias en Suiza no tuvo ulteriores
consecuencias.” Fue éste, un incidente secundario, que en modo alguno
puede ser designado como el origen del movimiento de los protestantes en
Suiza (Paulus 455).
[94]-
Hefele-Hergenröther IX, 23 s.
[95]-
Schulte I, 187.
http://apologetica.org/leonx/pastor-leonx-capituloviib.htm