Infalibilidad y Evidencia por Francis Simons obispo de Indore |
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Párrafo inicial de la solapa de Contratapa: "Se precisa una entereza de ánimo y un amor a la verdad, tan insólitos como vehementes, para que un OBISPO CATOLICO tenga la osadía de refutar una de las doctrinas centrales y más controvertidas del catolicismo –la infalibilidad de la Iglesia y del papa- alegando que en el Nuevo Testamento no hallamos ninguna evidencia que fundamente esta doctrina, y, en consecuencia, sugiere la conveniencia de, sencillamente, abandonarla."
“Creo que nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que los otros cristianos aceptarán algún día nuestras actuales posiciones sobre la Infalibilidad y el poder papal. Nuestra causa, simplemente no es lo buena que sería de desear. Pero, sobre la base del os Evangelios, nos podemos unir. Si nosotros estamos equivocados en nuestras afirmaciones, entonces somos nosotros el obstáculo invencible para la unidad cristiana y no podemos limitarnos a encogernos simplemente de hombros con objeto de no perturbar la paz. Una paz verdadera y permanente sólo puede construirse sobre la base de la verdad manifiesta, la verdad que nos hará libres.” (solapa contratapa) “En la literatura teológica católica, el tema de la infalibilidad de la Iglesia ha alcanzado desde hace tiempo su forma última y definitiva. Cualquier estudiante católico de teología está familiarizado con el gran número de textos bíblicos y argumentos teológicos en que se basa tal doctrina. Las pruebas aducidas le parecen tan convincentes que la cuestión ha llegado a ser totalmente obvia para él, hasta el punto de que la certeza de la infalibilidad se ha independizado de sus fundamentos bíblicos y, sin ella, resulta ser insegura la misma Biblia. Parece como si el alero sostuviera ahora el edificio principal..” (pág. 9) “Por el hecho mismo de que Jesús propuso su religión a todo el mundo, hemos de suponer que el núcleo de sus principios esenciales no puede ser de naturaleza tan abstrusa que resulte únicamente accesible al juicio crítico de unos pocos especialistas...
“.. si las Escrituras no dan pie a tal doctrina [de la Infalibilidad], si los textos aducidos como prueba sugieren o reclaman una explicación distinta, entonces no podemos admitirla como válida en virtud de una tradición superior. Sería un círculo vicioso aceptar una tradición de la infalibilidad posterior a los evangelios basándose para ello en esa misma tradición que no arranca de los evangelios. Cuanto más fundamental e importante es una cuestión para la fe cristiana, tanto más imperiosa es su necesidad de una evidencia válida. Dios no puede pedirnos que fundamentemos nuestra fe sobre un terreno incierto..” (pág. 28) “Una comunidad religiosa tiene necesidad de certeza, de una certeza basada en una evidencia sólida. Ni siquiera la infalibilidad puede ignorar la necesidad de evidencia: para que sea aceptable debe apoyarse en una prueba sólida. Por lo menos los hombres de buena voluntad, cultivados y con espíritu crítico, que estudian la religión y pueden calibrar la evidencia, han de estar convencidos de que son ciertos sus alegatos porque descansan en unos fundamentos muy firmes. En manos de tales hombres se halla la clave del conocimiento de la comunidad entera. Sin una evidencia válida, las convicciones de la gente culta sufrirían una progresiva erosión, hasta que finalmente serían abandonadas por ellos y por el resto del pueblo.. El Cristianismo siempre ha proclamado que se basa en una personalidad [Jesucristo] y en unos acontecimientos históricos. Para nosotros, la validez de tal pretensión nos viene dada, en la práctica, por la fiabilidad histórica de los evangelios y de los demás Libros del Nuevo testamento –corroborada además por la primitiva historia cristiana y las referencias que hallamos en los autores no cristianos- y, sobre todo, por los hechos milagrosos de la vida de Jesús. Si estos fundamentos fallan, sólo nos queda la proclamación de un mensaje o una creencia, rodeada por una masa de leyendas, sin ninguna evidencia histórica de su verdad..” (pág. 61 y 62) “El conocimiento sólo es un verdadero conocimiento cuando es cierto. Si la infalibilidad nos proporciona una certeza de interpretación o de conocimiento –de suerte que, sin ella, no podríamos lograr tal certeza-, entonces nos proporciona realmente un conocimiento que sin ella no podríamos poseer. Por eso, contrariamente a la afirmación tradicional de que la infalibilidad no es una fuente de conocimiento acerca de lo que Cristo nos reveló, en definitiva se la transforma implícitamente en tal fuente de conocimiento. Esto queda conformado en su aplicación a las doctrinas particulares. Sin la infalibilidad no podemos poseer ninguna certeza y, por consiguiente, ningún conocimiento real de la inmaculada concepción de María o de su asunción en cuerpo y alma a los cielos. En sí mismas, las pruebas sobre la revelación de estas doctrinas no son convincentes, como así lo admiten los teólogos. En consecuencia, sólo es la infalibilidad quien realmente nos proporciona una certeza y, por ende, un conocimiento real. Así es como convertimos la infalibilidad en una fuente de conocimiento, en sustitución de otra evidencia..” (pág. 94) “.. es inútil que se pretenda usar la doctrina de la infalibilidad como medio para darnos una certeza infalible acerca de la revelación y de su contenido. Hacer que nuestra certeza sobre la revelación y nuestro acto primario de fe dependan de la infalibilidad, nos sitúa en un círculo vicioso. Es evidente, pues, que el problema verdaderamente fundamental y primero no es la infalibilidad, sino el crédito que nos merecen los libros del Nuevo testamento. En último término, nuestra certeza sólo puede ser una certeza ordinaria, de ningún modo infalible..” (pág. 97) “La rapidez con que grandes masas de judíos y gentiles fueron admitidos en la comunidad cristiana después de una única instrucción –tres mil el día de Pentecostés (He 2, 41), muchos más después de la curación del mendigo tullido (He 4, 4), y siempre nuevos miembros en grupos más o menos reducidos- demuestra que no era la creencia en una minuciosa lista de verdades, sino una nueva visión sobre la vida y la fe en Dios tal como la manifestaba Jesús (y tal como era rápidamente comprendida por la gente sencilla, mientras a menudo permanecía “oculta” a los sabios de este mundo y a los que se aferraban a la tradición (Mt 11, 25-27, Lc 10, 21-22), lo que hacía convertir a la gente en cristianos y miembros de la Iglesia. Aunque es propio de las mentes instruidas indagar todas las posibles implicaciones o ramificaciones de lo que Jesús reveló, parece altamente improbable que Jesús encargase o tuviera el propósito de permitir a sus discípulos que impusieran la aceptación de tales implicancias como condición indispensable para ser miembro de la Iglesia..” (pág. 125-126) “¿Es verosímil quizá que los autores de las narraciones evangélicas, que han dejado constancia escrita de cientos de pequeños detalles, de minucias que no pueden formar parte del evangelio excepto para señalar con mayor claridad la singularidad de Jesús, se hayan dejado en el tintero, los cuatro, algunos puntos verdaderamente esenciales de su misión y de su mensaje? A priori, esto parece altamente inverosímil; sólo porque nosotros, los católicos, nos hallamos influidos por la creencia en la infalibilidad, es por lo que nos hemos acostumbrado a creer que la Iglesia tiene acceso a muchas verdades reveladas de las cuales no existe una clara evidencia en los evangelios. En realidad, nos hallamos enfrentados a una opción entre dos suposiciones: 1ª. Los relatos evangélicos y demás libros del Nuevo Testamento proporcionan a la Iglesia, con suficiente claridad, toda la sustancia de la revelación de Cristo; 2º. No lo hacen del todo y, por lo tanto, el Espíritu Santo asiste especialmente a la Iglesia a través de los tiempos para que pueda enseñar infaliblemente la totalidad de la verdad revelada. La primera suposición expresa lo que parece natural y cabe esperar; la segunda representa un punto de vista que ahora hemos de considerar, a priori, como muy improbable y debido por completo a una comprensión primitiva de la acción de la providencia de Dios. En cuanto hemos admitido que todo lo esencial se halla contenido con suficiente claridad en los relatos del Nuevo Testamento [1] , existe la posibilidad de certeza y unidad sin la infalibilidad. Se requiere aún buena voluntad y fidelidad con respecto a los relatos, y buena disposición para confiar el juicio definitivo a la comunidad. Es necesario asimismo tiempo suficiente, estudio y discusión para llegar a un consenso acerca de lo esencial (como sabemos por el ejemplo de las controversias cristológicas y trinitarias). Pero no se precisará ya la infalibilidad desde el momento en que una certeza histórica ordinaria, que ha de servir como preámbulo de la fe en el hecho básico de la misión de Cristo y en la misma infalibilidad, si realmente existe, será también suficiente para la fe en las otras cuestiones esenciales. El mandamiento dado a la Iglesia de enseñar a todas las naciones, y la convicción que siempre animó a la Iglesia de que se hallaba capacitada para hacerlo, se armonizan bien con la necesidad y la posibilidad de una certeza válida, pero no constituyen ninguna prueba de un carisma de infalibilidad. La necesidad de dicha prueba surgiría únicamente si, a la Iglesia, le asistiera el derecho de independizarse de los únicos relatos conocidos y pudiera reclamar la certeza acerca del carácter revelado de unas proposiciones no claramente contenidas en ellos. Existe en la Iglesia un auténtico progreso en la comprensión del evangelio y en su aplicación a los problemas propios y a los de la humanidad. El proceso se inició por los mismos apóstoles y, sobre todo, por san Pablo. Sin embargo, no parece que exista ninguna razón para suponer que este progreso, más allá del evangelio original, esté bajo una salvaguarda de infalibilidad. Los nuevos puntos de vista han de ser comprobados, repensados y revisados continuamente, y hay que encontrar soluciones para los nuevos problemas que incesantemente surgen. Las exigencias de la misma vida imponen esta tarea a la comunidad. En algunas ocasiones, el estudio y la discusión conducirán a la unanimidad de opiniones, pero incluso esta contingencia no constituye una garantía de infalibilidad: asegura tan sólo la mejor solución posible en el contexto de los conocimientos y opiniones de una época determinada. Han de dejarse abiertos todos los caminos para la revisión y el progreso posteriores, puesto que también la Iglesia sólo puede desarrollarse a través de múltiples tentativas y errores. Mientras permanezca fiel al testimonio original, sus errores y soluciones imperfectas no dañarán realmente la obra del evangelio en el mundo; no son más que un signo de que el evangelio sólo puede ser efectivo dentro de los límites del conocimiento y la buena voluntad de la época. No impiden una penetración aún más efectiva del evangelio en la masa humana. En este contexto de crecimiento, la creencia en la infalibilidad constituye un obstáculo al progreso y a la efectividad del evangelio; considera erróneamente como permanentes las soluciones interinas, obstruye en parte el camino hacia un nuevo conocimiento y hacia el descubrimiento de nuevos problemas y necesidades. La única levadura divina e indispensable es el evangelio mismo; todo lo demás es la masa que siempre h de permanecer expuesta a su acción...” (pág. 130-133) “En lugar de ser una fuerza de progreso y de cambio favorable, la Iglesia [Católica Romana] se ha constituido en una institución temerosa de todo cambio y preocupada por la salvaguarda de sus propias posiciones [2]. Así, más de una vez avanzó arrastrando los pies y se vio forzada por una abrumadora evidencia a cambiar de posición, cuando ya la mayor parte del mundo se le había adelantado. Y todas estas posiciones no formaban parte, de un modo evidente, del evangelio de Cristo tal como lo relata el Nuevo testamento, sino que eran posiciones que la Iglesia había enseñado con carácter general y ya no podía admitir que fuesen objeto de discusión y duda. Alentó en sus miembros una actitud de pasiva espera: que Roma se moviese, que Roma hallase soluciones, que aclarase los embrollos, que dictase la ley. Dio pie para que la obra de evangelización degenerase en un estéril intento de introducir una organización extranjera, con formas culturales y leyes extranjeras, en unas culturas antiguas a quienes la Iglesia tenía el encargo de llevar las incomparables riquezas de Cristo, no los dudosos beneficios de un modelo extranjero. Y, a causa de su petición de infalibilidad, incluso sus buenos argumentos dejan de ser efectivos. Tras ellos, los extraños sospechan la existencia de artificiosas alegaciones, y no sinceros intentos de hallar la verdad. Debido a la infalibilidad, la Iglesia docente ha pasado a ser como un gran cuerpo muerto al que hay que mover desde fuera por la presión de la opinión pública, no como un cuerpo vivo que se mueve por el propio impulso interior.” (pág. 138-139) “La fuente última de certeza se halla constituida por los relatos auténticos y veraces, pero no por cualquier pretensión de infalibilidad. Sólo los relatos neotestamentarios pueden garantizar la certeza y la unidad en la fe. Las definiciones papales sólo ponen el sello sobre las opiniones generalmente aceptadas; no preceden, sino que siguen a las convicciones ya existentes en la Iglesia. Ningún papa osaría ser tan irresponsable como para definir una doctrina todavía controvertida y aún no aceptada por la Iglesia en general. No poseyendo ningún especial conocimiento personal en que apoyarse, su única fuente de conocimiento es la misma que tiene a su disposición la Iglesia entera.” (pág. 156) “En general los teólogos aceptan que sólo dos definiciones doctrinales de los papas reúnen con seguridad las condiciones requeridas para ser infalibles: las que se refieren a la inmaculada concepción de María y a su asunción en cuerpo y alma al cielo. Ambas definieron lo que ya era aceptado en la Iglesia [Católica Romana] de un modo general. Es, pues, difícil creer que realmente urgiesen o fuesen necesarias semejantes definiciones. Una prerrogativa que quizá sólo se ha usado dos veces en 1.900 años, y aún entonces únicamente para definir unas doctrinas que no precisaban con urgencia una definición infalible, difícilmente puede ser una prerrogativa necesaria.” (pág. 156-157) “.. la evidencia bíblica, invocada a favor de la infalibilidad eclesiástica, anda muy lejos de ser conclusiva. Por consiguiente, si la evidencia en pro de la infalibilidad eclesiástica no es válida, se derrumba al mismo tiempo que ella toda la argumentación a favor de la infalibilidad papal. Al pedirnos que aceptásemos la sustancia del evangelio de Cristo, Dios respetó nuestra naturaleza racional y nos proporcionó un testimonio de primera mano, accesible no sólo a los contemporáneos de Cristo, sino también a nosotros. ¿Es posible creer que para un conocimiento de importancia secundaria nos pida nuestra ciega sumisión a una autoridad infalible –la cual, a priori, resulta ser muy improbable- sin proporcionarnos una evidencia irresistiblemente convincente acerca de su existencia?” (pág. 158-159)
“..hoy día va encandilándose la rebelión contra la autoridad eclesiástica docente y las doctrinas tradicionales. El papa Pablo [Pablo VI, romano pontífice en la época en que el obispo Simons escribió su libro] está muy preocupado. Pero la única alternativa estriba en afrontar el problema con honestidad. Además, creo que nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que los otros cristianos aceptarán algún día nuestras actuales posiciones sobre la infalibilidad y el poder papal. Nuestra causa, simplemente, no es lo buena que sería de desear. Pero, sobre la base de los evangelios, nos podemos unir. Si nosotros estamos equivocados en nuestras afirmaciones, entonces somos nosotros el obstáculo invencible para la unidad cristiana y no podemos limitarnos a encogernos simplemente de hombros con objeto de no perturbar la paz. Una paz verdadera y permanente sólo puede construirse sobre la base de la verdad manifiesta, la verdad que nos hará libres.” (pág. 193 –párrafo final del libro- y solapa de contratapa)
Francis Simons Obispo de Indore
NOTAS: [1] [cita complementaria] "Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (Catecismo N° 106) "Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (Catecismo N° 107). [2] [esta nota viene en el libro] "Ya en el antiguo Egipto, en la India y en todas partes, los sacerdotes convirtieron en un monopolio su enseñanza y el poder que implicaba, conduciéndolo por caminos que ellos controlaban. ¿Acaso, de un modo inconsciente, el magisterio eclesiástico ha sido víctima de una antigua tentación?.."
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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"
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