Tenemos la fotografía
delante de nuestros ojos (Fideliter, nº 132, noviembre-diciembre de
1999, pág. 61). Fue el último 14 de mayo, y así lo narra un testigo
presencial, el Patriarca de Babilonia de los Caldeos: «Fui recibido
por el Papa Juan Pablo II junto con una delegación compuesta por el imán
chiíta de la mezquita de Khadum y el presidente sunnita de la Banca
Islámica Iraquí. Al finalizar la audiencia, el Papa se inclinó sobre el
Corán que le entregaba uno de los miembros musulmanes de la delegación,
y lo besó en señal de respeto. La foto de este ósculo ha sido
retransmitida repetidas veces por la televisión iraquí para mostrar que
el Papa no sólo es sensible a los sufrimientos de la población iraquí,
sino que además tiene un gran respeto por el Islam» (loc. cit.).
Aunque sólo fuese por constituir un nuevo ejemplo del heterodoxo
ecumenismo en el que se hayan embarcadas las más altas jerarquías de la
Iglesia, este acto de Juan Pablo II tendría que ser rechazado. Y sólo
puede producir dos frutos: en los católicos, el indiferentismo
religioso, que considera que todas las creencias tienen igual valor en
orden a la salvación; en los musulmanes, la enorme falta de caridad que
supone confirmarles en sus errores, obstaculizando el apostolado de
conversión entre los mahometanos.
Pero es que este hecho es todavía más grave si tenemos en cuenta que la
única interpretación posible de un gesto de esta naturaleza, es
considerar que el libro que recibe esa veneración es un libro
sagrado.
En efecto, el significado que tiene en las funciones litúrgicas el acto
de besar las Sagradas Escrituras, ¿queda trasladado al Corán, que
debería considerarse entonces, al menos en cierto sentido, como Palabra
de Dios?
Porque besar el suelo de un país que se visita, por más que parezca
inapropiado en el caso de quien no tiene superior sobre la tierra, puede
entenderse como un gesto diplomático y político de buena voluntad. Pero
besar el libro de un falso profeta, que ha engañado a miles de millones
de personas y en cuyo nombre han sido y son torturados y asesinados
millones de cristianos, no puede tener sentido histórico alguno, y hay
que darle a tal gesto una significación religiosa: el Corán sería
entonces un libro revelado. Lo cual, por escandaloso que parezca dicho
así, casa bien con la teología de Juan Pablo II, que ve en todas las
experiencias religiosas de la humanidad la presencia del Espíritu Santo
(sì sì no no, n.91, enero 2000, pág. 4; Johannes Dörmann, El itinerario
teológico de Juan Pablo II; Romano Amerio, Stat Veritas). Y así, Dios
habría hablado también en el Corán, en la medida en que el Espíritu
Santo habría impulsado la experiencia religiosa de Mahoma.
Ésta parece la única explicación posible de un beso y una fotografía que
muchos órganos de información han ocultado pudorosamente a sus lectores.
Lo cual, por vía negativa, viene a decir que lo hemos interpretado bien.
Fuente:
http://www.geocities.com/sisinonodigital/polemicas/elpapabesa.htm
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