INTRODUCCION
La palabra "Evangelio"
viene de la voz griega "Evangelion", que significa buenas
noticias.
Tomaremos como norma que, en
este texto, cada vez que mencionemos la palabra Evangelio,
nos estaremos refiriendo al "Evangelio del
Reino de Dios", o sea, la Buena Noticia de Dios Padre para
la humanidad.
Si bien históricamente se conoce que su significado es el mencionado,
es apropiado hacer la aclaración, ya que en Grecia, un joven podría decirle
a su padre: -"...Papá, tengo un evangelio que contarte... he
aprobado el exámen de ciencias...!!", y estaría expresándose en
forma correcta...
Ya en el Antiguo Testamento encontramos la expresión "dar buenas
noticias", que en la versión griega (LXX) se traduce con un verbo
emparentado con evangelio. Precisamente uno de estos textos se cita
en el Evangelio según San Lucas. En Lc 4.18–19 se dice que
Jesús, en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su actividad pública,
lee este texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los
pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable
del Señor" (cf. Is 61.1–2a). Y luego Jesús dice a sus oyentes:
"Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de
oir." (La misma expresión se usa en la forma griega de Is 40.9;
52.7; 60.6.) Probablemente, Jesús mismo usó la palabra aramea
correspondiente para referirse al mensaje de salvación que él predicó.
Ese mensaje iba especialmente dirigido, como afirma el texto de Isaías, a
los pobres, los enfermos, los oprimidos, los necesitados del perdón de
Dios (cf., por ejemplo, Mc 1.15).
Cuando, después de la muerte
y resurrección de Jesús, los apóstoles y sus discípulos empezaron a
anunciar, en primer lugar a los judíos y luego a los no judíos, la buena
noticia de la salvación que Dios les ofrecía por medio de Jesús, el
Mesías, el Hijo de Dios, fácilmente encontraron que el término "evangelio"
era el más adecuado para designar ese mensaje: era la buena noticia por
excelencia. Pablo usa con frecuencia este término para referirse al
mensaje que él predicaba a los no judíos (cf., por ejemplo, Ro 1.1,9,16;
1 Co 15.1). Marcos también usa esta palabra al comienzo de su libro (Mc
1.1).
Poco a poco la palabra "evangelio"
fue convirtiéndose en la designación técnica de los cuatro relatos de
la iglesia apostólica que nos hablan de Jesús, de sus hechos, de sus
palabras y de su pasión, muerte y resurrección.
De esta manera se habla del
Evangelio según San Mateo, San Marcos, San Lucas o San
Juan, y también se habla de "los cuatro evangelios". Son
cuatro libros, aunque el mensaje de salvación es uno solo.
Encontramos estos cuatro libros al comienzo del Nuevo Testamento.
En las Escrituras de Israel
(lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento) ya habían quedado
consignados muchos de los acontecimientos de la historia de este pueblo.
También los griegos tenían diferentes libros que narraban la historia de
diversos pueblos.
Nuestros evangelistas
conocían las Escrituras del pueblo de Israel, y algunos (como Lucas)
quizá conocían también diversos libros de historia escritos por los
griegos. Sin embargo, al escribir sus evangelios, no tomaron ellos como
modelo ninguno de los libros históricos anteriores. Comprendieron que
estaban narrando una historia diferente y se vieron en la necesidad de
crear una forma literaria propia.
Comparados con los relatos del
Antiguo Testamento, los evangelios se distinguen sobre todo por estar
centrados en una sola persona: Jesús de Nazaret.
Varios libros del Antiguo Testamento presentan relatos sobre diversos
personajes de la historia de Israel, como Abraham, José, Moisés, David,
Elías, etc. Y aun hay libros dedicados a una sola persona, como los de
Rut, Job o Ester. Sin embargo, en ninguno de esos relatos, el personaje
tiene la importancia que Jesús tiene en los evangelios.
Cuando los griegos exponían
en sus libros sus ideas religiosas, lo hacían sobre todo en forma de
mitos y leyendas. Los evangelios nos hablan de una persona real,
histórica; nos hablan de Jesús,
quien vivió en un tiempo y en un país reales. Pero nos dicen que en esa
persona y en su historia ha sucedido algo nuevo y definitivo para la
salvación del ser humano. El mismo Dios de Israel, el Dios de los
patriarcas y de los profetas, se ha revelado ahora de una manera
completamente distinta en su Hijo, Jesús.
Los judíos del tiempo de
Jesús, basándose en diversos textos de las Escrituras y en tradiciones
que se habían desarrollado con el correr del tiempo, esperaban un
personaje que Dios iba a enviar para llevar a cabo su obra de salvación,
en especial en favor del mismo pueblo de Israel. Estas expectativas
variaban según los diversos grupos que había entonces en el judaísmo.
Asimismo se atribuían a este personaje diferentes nombres y funciones. El
nombre que llegó a hacerse más común fue el de Mesías (Cristo,
Ungido); otros, más o menos equivalentes, fueron Hijo de David, Hijo del
hombre, Hijo de Dios.
El mensaje de los evangelios
está centrado en este tema, como lo expresa un pasaje del cuarto
evangelio: "(Estas señales milagrosas) se han escrito para que
ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que
creyendo tengan vida por medio de él" (Jn 20.31).
Al leer los evangelios nos damos cuenta de
la importancia tan especial que tiene el periodo final de la historia de Jesús,
desde su entrada mesiánica en Jerusalén hasta su muerte y resurrección,
periodo que comprende aproximadamente una semana. Por la comparación con
otros textos del Nuevo Testamento, como los discursos de Pedro y de Pablo
en los Hechos de los Apóstoles (véase Hch 2.14–42 n.) y las
cartas de Pablo (cf., por ejemplo, 1 Co 15.1–7), podemos decir que la
referencia a la muerte y resurrección de Jesús
era el centro del mensaje de salvación desde los primeros tiempos. Así,
no es de extrañar que ocupe tanto espacio en los evangelios.
Pero los evangelios nos
presentan además muchos aspectos de la actividad anterior de Jesús,
desde que fue bautizado por Juan. Nos narran muchos hechos y palabras de Jesús
en diversas circunstancias y ante diversos oyentes. En cambio, solamente
dos evangelios, los de Mateo y Lucas, nos hablan de la infancia de Jesús.
Ninguno nos habla del largo periodo de su adolescencia y juventud.
Los evangelistas no
pretendieron escribir obras literarias refinadas, como las de muchos
poetas o literatos de su época. Escribieron, más bien, en un lenguaje
sencillo y popular; su interés no estaba en la forma artística sino
en el contenido de su mensaje. Sin embargo, esa misma sencillez y
sobriedad da un valor más duradero y universal a su obra.
No podemos leer los evangelios
como si fueran biografías de Jesús,
escritas al estilo moderno, y según nuestra mentalidad occidental.
Estos libros quieren sobre todo comunicar al lector el sentido salvífico
de la historia de Jesús. Los evangelios nacieron de la fe de la
iglesia apostólica en Jesús, el Hijo
de Dios, muerto y resucitado, y quieren dar testimonio de esa fe (cf. Jn
20.30–31).
Al leer cuidadosamente estos
cuatro libros, nos damos cuenta de que los Evangelios de Mateo, Marcos y
Lucas presentan una semejanza muy grande entre sí, mientras que el
cuarto, el de Juan, se diferencia bastante de los otros. Por su semejanza,
a los tres primeros se les ha dado el nombre de "evangelios
sinópticos" (de sinopsis=vista de conjunto).
Sin embargo, cada evangelio tiene su
perspectiva propia y su manera peculiar de narrar la historia de Jesús.
Estos diversos enfoques se explican por las diversas tradiciones que
utilizan, por los diversos grupos de lectores a que se dirigen, y por el
carácter propio de cada evangelista.
Ninguno de los evangelios
menciona el nombre del autor. Solamente en Lc 1.1–4 hace el autor
referencia a su propia actividad literaria, escribiendo en primera
persona. Fue probablemente en el siglo II cuando en las copias de los
evangelios se hizo común ponerles los siguientes títulos: "Según
Mateo", "Según Marcos", "Según Lucas" y
"Según Juan" (sin incluir la palabra "Evangelio").
Los autores cristianos de esa época muestran que fue entonces cuando se
difundió la tradición acerca de los nombres de los autores. No tenemos
suficiente información para decir cómo se llegó a esta identificación.
Los evangelios, como toda obra
literaria, tuvieron indudablemente sus autores. Sin embargo, pertenecen a
un tipo de literatura en la que, más que la actividad creadora y original
del autor, cuenta la utilización de tradiciones conservadas en una o
varias comunidades. Este tipo de literatura tradicional se encuentra en la
mayor parte del Antiguo Testamento y en los escritos, especialmente los
religiosos, de muchos otros pueblos, sobre todo en el Oriente. Estas
tradiciones se transmitían de viva voz en las comunidades. En 1 Co 11.23–25
y 15.1–7 Pablo recuerda a los cristianos de Corinto algunas de esas
tradiciones que él les enseñó y que tienen sus paralelos en los
evangelios.
Pero el mundo helenístico del
siglo I ya no era una cultura puramente oral. La literatura escrita estaba
ya muy difundida. Los cristianos vieron la necesidad de tener su propia
literatura escrita, en donde se preservaran de manera más fiel y
permanente las tradiciones recibidas en forma oral. En el prólogo de
su evangelio, Lucas hace referencia a esta actividad (Lc 1.1–4).
"Puesto
que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que
entre nosotros han sido ciertísimas,
tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus
ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí,
después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su
origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para
que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido."
(Lucas 1:1-4)
La mayoría de los estudiosos actuales de
la Biblia se inclinan a pensar que el primero de los evangelios que se
redactó fue el de Marcos. También piensan que los de Mateo y Lucas,
redactados posteriormente, utilizaron en gran parte a Marcos, además de
otras tradiciones diferentes. En último lugar debió de escribirse el
Evangelio de Juan, que sigue caminos muy propios. Todo este proceso
literario se desarrolló en la segunda mitad del siglo I. Pero el año
exacto en que se redactó cada uno de estos libros es difícil de
precisar.
EVANGELIO
SEGUN SAN MATEO
El primer libro de los que
componen el Nuevo Testamento es el Evangelio según San Mateo
(=Mt). Como se indicó, el orden de los libros del Nuevo Testamento no
corresponde necesariamente al orden en que fueron escritos.
El evangelista Mateo comienza
su historia presentando una lista de los antepasados de Jesús
y relatando algunos acontecimientos de la infancia de este. Pasa luego a
narrarnos, en cuadros que se van alternando, los hechos y las enseñanzas
de Jesús, para concluir con los
relatos de la pasión y las apariciones del Señor resucitado, y del
envío de los discípulos a todas las naciones.
Este evangelio se distingue de
los otros, ante todo, por la manera sistemática como organiza las
palabras de Jesús. En efecto, las
reúne, en su mayor parte, en cinco grandes sermones o discursos. El uso
de ciertas fórmulas introductorias (véase 5.1–2; 10.1; 13.1–3; 18.1
y 24.1) y sobre todo de fórmulas constantes para concluir estos sermones
y pasar a la sección siguiente (véase 7.28–29; 11.1; 13.53; 19.1 y
26.1) indica el interés del evangelista por resaltarlos. La fórmula con
que concluye el último sermón es especialmente significativa:
"Cuando Jesús terminó toda su
enseñanza..." (26.1). Debe tomarse en cuenta, sin embargo, que en el
propio evangelio hay otras palabras o enseñanzas de Jesús
además de las reunidas en esos cinco sermones (véase, por ej., el cap.
23).
Estos cinco discursos o
sermones están intercalados alternadamente entre secciones narrativas.
Los relatos de la infancia de Jesús
(caps. 1–2) sirven de introducción; y los que tienen que ver con su
pasión, muerte y resurrección constituyen la conclusión de toda la
obra.
A la luz de lo dicho podemos destacar las
siguientes grandes secciones de este evangelio:
I. Infancia de Jesús
(1.1–2.23)
II. Comienzo de la actividad de Jesús
(3.1–4.25)
III. Sermón del monte (5.1–7.29)
IV. Diversos hechos de Jesús
(8.1–9.38)
V. Sermón de instrucción a los apóstoles (10.1–11.1)
VI. Diversos hechos de Jesús
(11.2–12.50)
VII. Un sermón en siete parábolas (13.1–52)
VIII. Diversos hechos de Jesús
(13.53–17.27)
IX. Sermón sobre la vida de la comunidad (18.1–35)
X. Diversos hechos de Jesús
(19.1–23.39)
XI. Sermón sobre el fin de los tiempos
(24.1–25.46)
XII. Pasión, muerte y resurrección (26.1–28.20)
Otros autores, tomando en cuenta sobre todo el aspecto
geográfico, dividen el evangelio de la siguiente manera:
I. Parte preparatoria (1.1–4.11)
II. Actividad de Jesús en Galilea (4.12–13.58)
III. Viajes por diversas regiones
(14.1–20.34)
IV. Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección
(21.1–28.20)
1. Última actividad de Jesús (21.1-25.46)
2. Pasión, muerte y resurrección (26.1-28.20)
En la sección dedicada a la
infancia de Jesús (caps. 1–2) el
evangelista presenta con claridad un aspecto preponderante en todo el
evangelio: Jesús viene a cumplir las
promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Esto lo insinúa ya en la
lista de los antepasados de Jesús
(1.1–17), y lo recalca después, mostrando en cada uno de los episodios
de la infancia cómo se cumplen en ellos las Escrituras. Este tema se
repetirá con frecuencia. Diez veces anota el autor, a lo largo del
evangelio, el cumplimiento de las Escrituras (1.22–23; 2.15; 2.17–18;
2.23; 4.14–16; 8.17; 12.17–21; 13.35; 21.4–5; 27.9–10).
Todo esto sirve para
mostrar que Jesús es el Mesías esperado por
el pueblo de Israel. Este título (o Cristo, que significa lo mismo)
se lo da el evangelista a Jesús desde
la primera frase del evangelio (1.1). La misma idea o una idea semejante
se expresa también con otros títulos, como Hijo del hombre (véase 8.20
nota n), Hijo de Dios (3.17 n.), Hijo de David (1.1 n.), Rey de los
judíos (2.2) o simplemente Rey (25.34).
Este evangelio destaca mucho
la labor docente de Jesús. Él es el
único Maestro (véase 23.8). De ahí la importancia que se da a sus
discursos. Su enseñanza no es como la de los otros maestros de la ley,
que se dedican sólo a interpretarla; Jesús
enseña con una autoridad superior aun a la de Moisés (véase 5.20–48).
La enseñanza de Jesús
en el Evangelio según San Mateo está centrada en el tema del reino de
Dios, o, como prefiere llamarlo este evangelio, reino de los cielos. Unas
cincuenta veces se encuentra una u otra expresión en este libro. Jesús
proclama el reino de Dios con su palabra (véanse sobre todo los cinco
grandes sermones); y con sus hechos muestra que ese reino empieza a ser
realidad desde el presente (véase en especial 12.28)
El Evangelio según San Mateo
da particular relieve a la misión que Jesús
confía a los apóstoles (véase principalmente el cap. 10). A ellos les
encarga anunciar la cercanía del reino de los cielos (10.7). También se
preocupa este evangelio por recoger las enseñanzas de Jesús
sobre la vida de la comunidad (de manera particular en el cap. 18).
Una buena parte del contenido
del libro (cerca de la mitad) es común con el Evangelio según San
Marcos. En general, se observa que Mt presenta una forma más breve y
estilísticamente más cuidada que la de Mc, ya que Mt se caracteriza por
la concisión y sobriedad de su estilo. Otras secciones de Mt (menos de
una cuarta parte) tienen paralelos en Lc pero no en Mc, y contienen, sobre
todo, palabras de Jesús. Finalmente,
hay una buena cantidad de materia (más de una cuarta parte) que es propia
de este evangelio, sin paralelo exacto en Mc o Lc. A este último grupo
pertenecen principalmente los capítulos de la infancia (Mt 1–2), las
apariciones de Jesús resucitado (Mt
28.9–20) y también algunos dichos de Jesús,
entre los que puede mencionarse, por ej., el relato del juicio de las
naciones (Mt 25.31–46).
Una antigua tradición sostiene que este
evangelio fue escrito originalmente en hebreo (lo que puede referirse
también al arameo). Pero el único texto primitivo que se ha conocido
siempre es el texto griego. Lo que sí aparece claro es que este
evangelio, en muchas de sus expresiones y temas preferidos, muestra una
especial cercanía al pensamiento hebreo. Tanto el autor como sus primeros
lectores fueron, sin duda, personas familiarizadas con el Antiguo
Testamento y con muchas de las tradiciones judías. El evangelio
muestra, sin embargo, con toda claridad, que el mensaje de salvación iba
dirigido a todos los pueblos (véase 28.19).
EVANGELIO
SEGUN SAN MARCOS
El Evangelio según San
Marcos (=Mc), como parece lo más probable, fue el primero que se
escribió. Mucho de lo que antes se había transmitido de viva voz o en
escritos parciales quedó recogido y organizado en este libro. La primera
frase del evangelio nos indica su contenido: "Principio de la buena
noticia de Jesús el Mesías, el Hijo
de Dios" (1.1).
El evangelista quiere
presentar esa buena noticia para todos. Es "buena noticia de Jesús"
en un doble sentido: porque él mismo empezó a proclamarla, y porque
cuando los enviados por Jesús la
anunciaban, hablaban sobre todo de él.
Este evangelio relaciona el
comienzo de la actividad de Jesús con
la actividad de Juan el Bautista, y a Juan lo relaciona con un texto del
profeta Isaías, complementado con una frase de Malaquías (Mal 3.1; Is
40.3). Sin embargo, no menciona ninguno de los puntos de referencia que
eran comunes en los libros de historia de la época: los gobernantes y los
años de gobierno. De esa manera insinúa Marcos que la historia que él
escribe no es una historia profana, sino la culminación de la historia
del pueblo de Dios, comenzada mucho antes.
El evangelio muestra al lector claramente
quién es Jesús, y así lo destaca en
los momentos más cruciales del libro. Ya en la frase inicial de Mc se
afirma que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios. Una de las primeras escenas del evangelio es la del bautismo
de Jesús, en el que se escucha esta
voz del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido"
(1.11). Los demonios lo reconocen como el Santo de Dios (1.24), como el
Hijo de Dios (3.11; 5.7). En otro momento decisivo, Pedro expresa su fe y
la de sus compañeros al declarar que Jesús
es el Mesías (8.29). Dios mismo lo vuelve a proclamar como su Hijo en la
transfiguración (9.7). Con solemnidad especial, Jesús
declara ante la Junta Suprema de Jerusalén que él es el Mesías, y que
vendrá como Hijo del hombre, sentado a la derecha del Todopoderoso
(14.62). La exclamación del capitán romano, al ver la muerte de Jesús,
resume lo que el evangelista quiere que el lector comprenda:
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15.39).
Sin embargo, el evangelio nos
muestra, aún con más claridad, quién es Jesús
al hablarnos de lo que él hacía y enseñaba. Los títulos de Mesías,
Hijo de Dios, Hijo del hombre y otros, se entendían en esa época de
diversas maneras. Jesús no comparte
todas las expectativas comunes en esos días, sino que las corrige y las
supera. Y esto lo va dejando claro con sus hechos y sus enseñanzas, y
sobre todo con su muerte y resurrección.
Este evangelio nos dice con
relativa frecuencia que Jesús no
quiere que se divulgue quién es él. A varios enfermos, después de
sanarlos, les prohíbe hablar de lo sucedido (1.44; 5.43; 7.36). También
en diversas ocasiones les prohíbe a los discípulos hablar de él (8.30;
9.9), al igual que a los demonios (1.34; 3.12). Así, tanto los hechos
como la enseñanza de Jesús muestran
más claramente quién es y cuál es su misión.
Él deshace el poder del
demonio sobre los hombres (1.27, 34,39; 5.1–20; 7.24–30; 9.14–29),
da salud a los enfermos (1.29–34) y pan a los que tienen hambre (6.30–44;
8.1–10), salva a los discípulos cuando están en peligro (4.35–41).
Pero la autoridad de Jesús se revela
de otras maneras también: enseña con plena autoridad (1.27), perdona los
pecados (2.5), tiene autoridad sobre el sábado (2.28), declara el
verdadero sentido de la ley (7.1–23; 10.1–12; 12.18–27,28–34),
anuncia lo que sucederá en el futuro (13.1–37). Por eso, no es extraño
que, al dirigirse a Dios, lo haga con una palabra que expresa una
intimidad desconocida hasta entonces: Abbá (14.36).
Jesús
es maestro, pero no como los maestros de la ley (1.22). El evangelio
resume en estas palabras la enseñanza de Jesús:
"Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está
cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias" (1.15).
El resto de sus enseñanzas puede considerarse como una explicación y
ampliación de ese mensaje de Jesús.
Este evangelio destaca con mucha frecuencia que parte muy importante de la
actividad de Jesús era la de enseñar
a la multitud, y de manera particular al grupo de discípulos (cf., por
ejemplo, 4.33–34).
Pero serán, sobre todo, la
pasión, la muerte y la resurrección de Jesús
las que revelarán cuál es su misión y cuál es el sentido de su vida.
Se puede decir que todo este evangelio está orientado hacia ese momento
decisivo de la historia de Jesús.
Esto va haciéndose cada vez más claro a partir del primer anuncio que Jesús
hace de su muerte y su resurrección (8.31). Este anuncio es contrario a
las expectativas de sus discípulos y de todos los demás (cf. 8.32–33).
Otras dos veces repite Jesús este
anuncio (9.31; 10.33–34). Con la entrada en Jerusalén comienza la
semana final de la vida terrena de Jesús,
culminación de su camino (caps. 11–16).
Desde el punto de vista de
esta revelación de la persona y de la misión de Jesús,
el evangelio puede verse dividido en dos grandes partes:
I. Jesús
revela quién es y cuál es su misión por medio de sus acciones y
de su enseñanza. Escoge un grupo especial de colaboradores,a
quienes da instrucciones especiales. El punto culminante es la
proclamación de Pedro: "Tú eres el Mesías" (1.1–8.30).
II. Jesús
muestra que cumplirá su misión en la humillación y la muerte,
pues ha venido para "servir y dar su vida en rescate por una
multitud" (10.45). Sin embargo, la muerte no será el final;
después de resucitar volverá a reunir a sus discípulos, para
encargarles una misión (8.31–16.20).
Otros autores, tomando en cuenta las
indicaciones geográficas, prefieren la siguiente organización de la
materia de este evangelio:
Preparación (1.1–13)
I. Actividad de Jesús
en Galilea (1.14–6.6a)
II. Viajes por diversas regiones (6.6b—10.52)
III. Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección (11.1–16.20)
El estilo de Mc se caracteriza
por su carácter popular, con descripciones bastante pormenorizadas,
incluso con repetición de detalles.
Por otra parte, casi todo el
material de este evangelio se halla también en los otros dos sinópticos
(Mt y Lc) o, por lo menos, en alguno de ellos. Muy pocos pasajes son
exclusivos de Mc (los principales son: 3.20–21; 4.26–29; 7.32–37;
8.22–26; 14.51–52).
Hoy es opinión generalmente
aceptada que los evangelios de Mt y Lc de alguna manera se basan en el de
Mc.
Los mejores manuscritos de Mc
terminan en 16.8. Los vv. 16.9–20 tienen un estilo diferente y parecen
ser un resumen de los relatos que se encuentran en otros evangelios.
Probablemente son de otra mano y se añadieron en un momento posterior.
Debemos a los autores
cristianos del siglo II la atribución de este evangelio a Marcos
(identificado con el personaje del mismo nombre que se menciona en Hch
12.12, 25; 15.37, 39; Col 4.10; 2 Ti 4.11; Flm 24; 1 P 5.13). De esa misma
época es la noticia de que el evangelio fue escrito en Roma, después de
la muerte de Pedro y de Pablo. Se puede colegir de diversos textos (cf.,
por ejemplo, Mc 7.3–4; 10.11–12) que los lectores a quienes se
destinó en primer lugar este evangelio eran cristianos no judíos,
posiblemente romanos.
La ciencia bíblica actual ha
reconocido la importancia de este evangelio como testimonio valioso de la
más antigua enseñanza de la iglesia sobre Jesús,
el Hijo de Dios.
Se ofrece a continuación una posible
manera de entender las principales secciones del evangelio:
Introducción (1.1–15)
I. Jesús revela quién es (1.16–8.30)
1. Enseña
con plena autoridad (1.16–3.12)
2. Los
secretos del reino de Dios (3.13–6.6a)
3.
"Tú eres el Mesías"
(6.6b—8.30)
II. Jesús revela y
cumple su misión
(8.31–16.20)
1.
Jesús anuncia su muerte (8.31–11.11)
2.
En Jerusalén (11.12–13.37)
3.
Pasión, muerte y resurrección (14.1–16.20)
EVANGELIO
SEGUN SAN LUCAS
El Evangelio según San
Lucas (=Lc) muestra evidentes semejanzas con los otros dos evangelios
sinópticos (Mt y Mc), y a la vez presenta de manera peculiar la persona y
la obra de Jesucristo. Por otra parte,
este evangelio forma una unidad literaria y teológica con los Hechos
de los Apóstoles, como claramente se indica al comienzo de este
último libro, donde el autor mismo resume el contenido de su evangelio
con estas palabras: "En mi primer libro... escribí acerca de todo lo
que Jesús había hecho y enseñado desde el principio y hasta el día en
que subió al cielo" (Hch 1.1–2).
Lo mismo que Mt, aunque, sin
duda, de manera independiente, el Evangelio según San Lucas
comienza con los relatos sobre la concepción y el nacimiento de Jesús
(caps. 1–2). Pero lo hace de una manera especial: estableciendo un
paralelismo con la concepción y el nacimiento de Juan el Bautista. De
este modo, desde el principio nos muestra claramente quién es Jesús
y cuál es su misión. Jesús es el
Mesías esperado por el pueblo de Israel, el Hijo de Dios, cuyo origen
está en Dios mismo. El paralelismo entre las dos series de relatos sirve
para resaltar más la superioridad de Jesús.
En estos primeros capítulos predomina un marcado ambiente israelita, y
solo ocasionalmente aflora el tema de la universalidad de la salvación
(cf. 2.30–32), que expondrá en forma más clara en otros lugares.
A partir del cap. 3, este evangelio se
refiere a la actividad pública de Jesús,
y entonces se manifiesta más claramente la semejanza con Mt y Mc, a la
vez que se revelan sus rasgos propios. Así, por ejemplo, Lc inicia esta
parte de su narración con la mención de los gobernantes de ese tiempo
(3.1–2), y la sitúa en el marco de la historia general. En este, como
en otros detalles, el autor muestra un espíritu y una cultura
característicos del mundo griego.
Mateo comienza su evangelio
con la lista de los antepasados de Jesús.
Lucas, por su parte, coloca esta lista después del relato del bautismo
(3.23–38), y la hace remontar hasta Adán, con lo que también insinúa
otro aspecto importante tanto de su evangelio como de Hechos: Jesús
vino a traer la salvación no solo al pueblo de Israel sino a toda la
humanidad. Este tema lo insinúa en otros lugares del evangelio, pero lo
desarrollará principalmente en Hechos, al mostrar la difusión del
mensaje cristiano desde Jerusalén hasta Roma (véase Introducción
a Hechos).
Al narrar lo que Jesús
hizo y enseñó después de su bautismo, Lc va siguiendo sustancialmente
el mismo orden de Mc, del cual parece que depende en alguna manera. Sin
embargo, Lc incluye otras tradiciones que no se encuentran en Mc.
Así, por ejemplo, en la
sección que narra la preparación de la actividad de Jesús
(3.1–4.13), Lc añade la enseñanza de Juan el Bautista (3.7–14), la
lista de los antepasados de Jesús
(3.23–38) y las pruebas en el desierto (4.1–13): estos pasajes tienen,
parcialmente, paralelos en Mt.
En la sección siguiente (4.14–6.19),
la semejanza con Mc es mucho más clara. Pero después, Lc añade un
bloque de materia propia: el sermón en el llano (6.20–49) y otros
relatos (7.1–8.3). Estos no se encuentran en Mc, aunque en gran parte
tienen paralelos en Mt. En la sección 8.4–9.50 vuelve a aparecer el
paralelismo con Mc.
Más adelante viene una gran sección
característica de Lc: el viaje a Jerusalén (9.51–19.27), donde
encontramos mucha materia propia. Parte de esta se halla también en Mt, y
solo una parte pequeña (especialmente al final: Lc 18.15–43) tiene
paralelos en Mc. Lc da realce especial a este viaje a Jerusalén (véase
9.51–19.27 n.), por ser el lugar donde Jesús
llevará a término su obra.
En esta sección, Lc incluye
como materia propia diversos hechos y palabras de Jesús
que pertenecen a los textos más apreciados de los evangelios. Entre estos
podemos recordar: la parábola del buen samaritano (10.30–37), la
parábola del padre que recobra a su hijo (15.11–32), la parábola del
rico y del pobre Lázaro (16.19–31), el relato de la curación de diez
leprosos (17.11–19), la parábola del fariseo y del cobrador de
impuestos (18.9–14), el relato de Jesús
y Zaqueo (19.1–10), y otros más.
La sección final, como en los
otros evangelios, está dedicada a la última semana de la vida terrena de
Jesús, a su actividad en Jerusalén,
su pasión, muerte y resurrección. Pero Lc termina con la ascensión de Jesús
al cielo, e incluye algunos relatos propios.
De manera global, puede
decirse que cerca de la mitad de este evangelio es materia que se
encuentra también en los otros dos sinópticos o al menos en alguno de
ellos. La otra mitad es propia de Lc.
Este evangelio, además de
presentar a Jesús como el Mesías, el
Hijo de Dios y Salvador de todos los hombres, hace resaltar especialmente
la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación. Este
último aspecto lo presentará el autor con especial relieve en los Hechos
de los Apóstoles. El tercer evangelio destaca de manera particular la
parte que tuvieron las mujeres en los acontecimientos que relata, y
muestra un interés muy especial en señalar el amor de Dios por los
pobres y los pecadores.
El Evangelio según San Lucas fue
escrito, sin duda, por un autor cuya lengua materna era el griego. En el
prólogo (1.1–4) muestra que puede escribir como los mejores literatos
de su época. Sin embargo, en el resto del evangelio prefiere conservar el
estilo sencillo y aun popular de las tradiciones anteriores y de los
libros del Antiguo Testamento traducidos al griego, que él y sus lectores
conocían bien. El evangelio parece estar destinado sobre todo a lectores
cristianos de origen no judío.
Los autores cristianos del
siglo II atribuyen la composición de este evangelio y de Hechos a
Lucas, compañero de Pablo, mencionado en Col 4.14; 2 Ti 4.11 y Flm 24. En
Col 4.14 se le llama "el médico amado".
Las principales secciones en
que puede dividirse el evangelio son estas:
Prólogo (1.1–4)
I. La
infancia de Juan el Bautista y la de Jesús (1.5–2.52)
1. Los anuncios (1.5–56)
2. Los nacimientos (1.57–2.52)
II. Preparación de la actividad de Jesús (3.1–4.13)
1. Juan el Bautista en el desierto (3.1–20)
2. Preparación de la actividad de Jesús (3.21–4.13)
III. Actividad de Jesús en
Galilea
(4.14–9.50)
IV. El viaje a Jerusalén
(9.51–19.27)
V. En Jerusalén (19.28–24.53)
1. Actividad en Jerusalén (19.28–21.38)
2. Pasión, muerte y resurrección (22.1–24.53)
EVANGELIO
SEGUN SAN JUAN
El Evangelio según San
Juan (=Jn), comparado con los otros tres evangelios, aparece con
rasgos literarios y teológicos muy definidos. Desde el principio nos
presenta a Jesús como la Palabra
divina, el Hijo único de Dios enviado por el Padre a dar a los hombres la
luz y la vida, si lo aceptan con fe. Esta revelación se va realizando
paso a paso: comienza con el testimonio de Juan el Bautista, y se va
perfeccionando en el encuentro personal con Jesús,
en sus actos poderosos (que este evangelio llama "señales
milagrosas") realizados por encargo del Padre, y en sus palabras,
pronunciadas ante diversos públicos, en las cuales él revela claramente
su origen, su verdadero ser y su misión salvadora.
Confrontados los hombres con esta
revelación, van acentuándose cada vez más dos actitudes opuestas: la de
los que lo aceptan y creen en él, y la de los que lo rechazan. A los que
creen en él, Jesús les ofrece la
vida eterna, dada por Dios no solo al final de los tiempos sino aquí y
ahora. Los que lo rechazan atraen sobre sí mismos, también aquí y
ahora, la pérdida de la vida eterna. Estos últimos aparecen
personificados en los dirigentes del pueblo judío, que lo rechazan como
el enviado de Dios y decretan su muerte. Pero para Jesús
esta es la manera de llevar a término su misión y volver al Padre. Antes
de su regreso, Jesús instruye
especialmente a sus discípulos y les promete el envío del Espíritu
Santo. Su muerte en la cruz es su exaltación suprema y su resurrección
es el triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús
resucitado comunica el Espíritu a sus discípulos.
Este evangelio nos presenta la
actividad pública, la pasión y la resurrección de Jesús
de manera muy propia. Por ejemplo, hace mención de tres pascuas (2.23;
6.4; 13.1), mientras que los sinópticos solo mencionan una (Mt 26.17 y
paralelos). De los muchos milagros que Jesús
realizó, este evangelio solo narra siete, muy significativos para el
mensaje que comunica. Es notable también la diferencia que ofrecen los
discursos de Jesús en el cuarto
evangelio, si los comparamos con los de los sinópticos. El Evangelio
según San Juan, no pretende simplemente completar o precisar a los
otros tres, sino que presenta al lector una imagen de Jesús
y de su historia en la que aparece con toda claridad su sentido profundo,
y quiere que el lector se sienta movido poderosamente a reafirmar su fe en
Jesucristo.
Uno de los medios que este
evangelio utiliza, para lograr el fin que se propone, es el del
simbolismo. Se percibe mucho más claramente que en los sinópticos un
lenguaje que, partiendo de las cosas de este mundo, lleva al lector a las
realidades de la esfera divina. El vino que Jesús
da en Caná (Jn 2.1–11) es símbolo de los bienes mesiánicos que él
trae a la humanidad. El agua que ofrece a la samaritana (4.1–42) no es
un elemento físico, sino el agua de la vida eterna, comunicada por el
Espíritu. El pan que da Jesús (6.1–59)
es mucho más que el pan material; es Jesús
mismo, pan bajado del cielo, que da la vida al mundo. Si Jesús
da la vista a un ciego (9.1–41), es para mostrar que él es la luz del
mundo. Al resucitar a Lázaro (11.1–44), está mostrando que él es la
resurrección y la vida. El ser levantado en la cruz es símbolo de su
exaltación y glorificación, para salvación de todos (cf. 3.13–15;
8.28; 12.32). El carácter simbólico penetra el conjunto de los relatos y
de las palabras de Jesús.
En este evangelio pueden distinguirse dos
grandes partes:
I. Caps. 1–12: El
Hijo de Dios viene al mundo para comunicar la vida eterna a los que creen;
Jesús se revela con hechos y
palabras. Se manifiestan dos actitudes frente a Jesús:
aceptación y rechazo.
II. Caps 13–21: Jesús
da una instrucción especial a sus discípulos y regresa al Padre pasando
por la muerte y la resurrección.
El cuarto evangelio menciona
en varios lugares a un discípulo "a quien Jesús
quería mucho" (Jn 13.23; 19.26–27, 35; 20.2–10; 21.20–24). En
ninguna parte se dice su nombre. Desde el siglo II este discípulo ha sido
identificado con el apóstol Juan, hijo de Zebedeo.
Más importante, sin embargo,
que la identificación de este discípulo, cuyo nombre se calla de manera
intencional, es el mensaje que este evangelio comunica: una reflexión
profunda y claramente centrada en la persona de Jesús
y su relación con el Padre, lo mismo que en su obra salvadora. Tal
reflexión plantea a toda persona la urgencia de dar una respuesta de fe a
la iniciativa del amor de Dios.
Es opinión generalmente
aceptada que el cuarto evangelio fue redactado después de los evangelios
sinópticos, a fines del siglo I. Puede pensarse que este evangelio
representa el resultado de una larga reflexión y transmisión del mensaje
de salvación en comunidades que tuvieron que sostener duros
enfrentamientos con grupos judíos.
El desarrollo del contenido de este
evangelio ha sido percibido de diversas maneras. El siguiente esquema
puede ayudar al lector a descubrir las principales secciones del libro.
I. El Hijo de
Dios viene al mundo. Revelación y respuesta (1.1–12.50).
Prólogo (1.1–18)
1. Revelación de
Jesús con hechos y palabras: respuesta de fe
(1.19–3.36)
2. Diversas
actitudes frente a Jesús (4.1–6.71)
3. Jesús es
rechazado por su propio pueblo (7.1–12.50)
II. Jesús regresa al Padre. Pasión de Jesús (13.1–21.25)
1. Cena de
despedida con los discípulos (13.1–17.26)
2. Pasión y
muerte (18.1–19.42)
3. Apariciones
de Jesús resucitado (20.1–21.25)
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