Respuestas espirituales a preguntas difíciles
Cuestiones fundamentales acerca de Dios y la vida de poder en su Reino


Las siguientes treinta y ocho cruciales e interesantes preguntas han sido seleccionadas debido a la frecuencia con que se formulan y al valor educativo que encierran las respuestas respectivas. Son tomadas de un compendio de Answer to 200 of Life’s Most Probing Questions [Respuestas a las 200 preguntas más trascendentes], derechos reservados (1984) por Pat Robertson (publicado por Thomas Nelson y utilizado con autorización de su autor). [*]

 

"Analizadlo todo, retened lo bueno..."

 

Preguntas sobre la naturaleza de Dios y nuestra salvación

1. ¿Cómo es Dios? (Hch 17.23)

2. ¿Qué dice la Biblia acerca de la Trinidad? (2 Co 13.14)

3. ¿Qué debo hacer para ser salvo? (Jn 3.3)

4. Si peco, ¿perderé mi salvación? (Heb 6.4–6)

Preguntas sobre la vida llena del Espíritu

5. ¿Cómo puedo recibir el bautismo del Espíritu Santo? (Hch 2.38, 39)

6. ¿Puedo vivir en santidad? (Mt 5.8)

7. ¿Cómo puedo conocer la voluntad del Señor? (Ro 12.2)

8. ¿Cómo orar para que ocurra un milagro? (Mt 17.20)

9. ¿Cuál es el pecado imperdonable? (Mt 12.31)

Cuestiones relacionadas con los tiempos postreros

10. ¿Cuándo vendrá Jesucristo de nuevo? (Mt 24.42)

11. ¿Quién es el anticristo? (2 Ts 2.2, 3)

12. ¿Qué es la marca de la bestia? (Ap 13.18)

13. ¿Qué es el Milenio? (Ap 20.2, 3)

14. ¿Estará mi familia en el cielo conmigo? (Ef 6.1)

15. ¿Cómo es el infierno? (Lc 16.23)

Cuestiones de ética y moral

16. ¿Qué dice la Biblia acerca de la homosexualidad? (Ro 1.27)

17. ¿Y del aborto qué? (Sal 139.13)

18. ¿Cuál es la diferencia entre adulterio y fornicación? (Mt 5.27)

19. ¿Debe un cristiano inscribirse en el servicio militar o en la policía? (Ro 13.3, 4)

20. ¿Cuándo debe un cristiano desobedecer al gobierno civil? (Ro 13.7; Hch 5.27–29)

21. ¿Tienen las personas que ser pobres para ser santas? (Lc 18.22)

22. ¿Cómo perdono a mis enemigos? (Mt 5.43, 44)

23. ¿Cómo abandonar la bebida y la drogadicción? (Ro 13.13, 14)

24. ¿Hay algo de malo en los juegos de azar? (Lc 4.12)

Cuestiones en torno a lo demoníaco

25. ¿Qué es un demonio? (Mc 5.2–5)

26. ¿Qué poder tienen los cristianos sobre los demonios? (Mt 10.8)

27. ¿Qué es exorcismo? (Hch 19.13)

28. ¿Qué de las sectas del control de la mente o la ciencia de la mente? (Col 2.8)

Cuestiones relacionadas con las leyes del Reino de Dios

29. ¿Qué es el Reino de Dios? (Lc 17.21)

30. ¿Cuál es la mayor de las virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)

31. ¿Cuál es el pecado más grande en el Reino? (Mt 23.2–12)

32. ¿Qué ley del Reino sostiene todo desarrollo personal y colectivo? (Mt 25.14–30)

33. ¿Qué ley del Reino rige todo tipo de relaciones entre los seres humanos? (Mt 7.12)

34. ¿Qué ley del Reino se necesita para que las leyes sobre la reciprocidad y el uso den resultado? (Mt 7.7, 8)

35. ¿Qué ley garantiza la posibilidad de realizar lo imposible? (Mc 11.22, 23)

36. ¿Cómo es posible que un reino se destruya? (Lc 11.17, 18)

37. ¿Cómo llega uno a ser grande en el Reino de Dios? (Lc 22.25–27)

38. ¿Qué pecado en particular impide que fluya el poder del Reino? (Mt 18.21–35)

 

 

 

Preguntas sobre la naturaleza de Dios y nuestra salvación

1. ¿Cómo es Dios? (Hch 17.23)

Los teólogos han tratado de describir a Dios de muchas maneras. Dios es la sustancia de todas las virtudes humanas. Es todo sabiduría y todo lo sabe. Puede hacer todo lo que nosotros no podemos, y es depositario de todas las bondades a que aspiramos. En otras palabras, Dios es omnipotente (todo lo puede), omnisciente (todo lo sabe) y omnipresente (en todas partes).

Por otra parte, podemos describir a Dios comparándolo con nuestras limitaciones humanas. Por ejemplo, somos mortales, pero Dios es inmortal; somos falibles, pero Él es infalible.

Dios es espíritu eterno e imperecedero. No tiene principio ni fin. Tiene plena conciencia de sí mismo («Yo soy»). Es plenamente moral y responsable («Hagamos»). Es la esencia del amor y ama. Es también un juez recto —totalmente justo y fiel.

Dios es el Padre de la creación, el hacedor de todo lo que existe. Es todopoderoso y sostiene el Universo. Existe fuera del Universo (los teólogos llaman esto trascendencia), aunque su presencia llena toda la creación (los teólogos dicen que es inmanente), y la gobierna. Existe dentro de la naturaleza, pero no es la naturaleza, ni está sujeto a sus leyes como dicen los panteístas. Es la fuente de la vida y de todo lo que existe.

La mejor descripción de Dios es el nombre que le reveló a los primeros israelitas, Jehová. Jehová se traduce a veces como «Señor». Los especialistas creen que se trata de un antiguo modo del verbo hebreo «ser», cuyo significado literal sería: «Aquel gracias al cual existe (todo) lo que es».

2. ¿Qué dice la Biblia acerca de la Trinidad? (2 Co 13.14)

La Trinidad es uno de los grandes misterios teológicos. Algunos piensan que como somos monoteístas y creemos en un solo Dios, no podemos aceptar el concepto de la Trinidad. Pero la Biblia enseña que la divinidad consiste en tres personas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, cada una de ellas plenamente Dios y manifestación plena de la naturaleza divina (Lc 3.21, 22).

El Padre es la persona central de la Trinidad, el Creador, la causa primera, la idea original, el concepto de todo lo que ha sido y será creado. Jesús dijo: «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5.17).

El Hijo es el «Logos» o expresión de Dios —el «Unigénito» del Padre— Él mismo es Dios. Aun más, como Dios encarnado nos revela al Padre (Jn 14.9). El Hijo de Dios es tanto el agente de la creación como el único Redentor de la humanidad.

El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, procede del Padre y es adorado y glorificado junto al Padre y el Hijo. Inspiró las Escrituras, derrama su poder sobre el pueblo de Dios, y «convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Jn 16.8).

Las tres Personas de la Deidad son eternas. El Padre existe y ha existido desde la eternidad. Junto a Él siempre existió su expresión, el Hijo. Siempre el Padre amó al Hijo y el Hijo amó y sirvió al Padre. En esta relación de amor está el Espíritu de Dios, quien ha existido desde la eternidad. No es que el Padre existiera primero, el Hijo después y por último el Espíritu. Los tres han sido desde siempre, antes que nada existiese; tres Personas distintas en un solo Dios. En la ocasión del bautismo de Jesús, las tres personas de la Trinidad estaban presentes y actuantes. El Padre habló desde el cielo, el Hijo cumplía toda justicia, y el Espíritu descendió sobre el Hijo como una paloma (Mt 3.16, 17).

La Trinidad es un misterio que un día podrá ser comprendido con claridad. Por ahora, sabemos que la Biblia habla de ella y Jesús la revela; la iglesia cristiana desde el principio ha confesado y salvaguardado esta preciosa verdad (1 Co 12.4–6; 2 Co 13.14; Ef 4.4–6; 2 Ts 2.13, 14).

3. ¿Qué debo hacer para ser salvo? (Jn 3.3)

Para ser salvo debes darle la espalda al pecado, creer en la muerte y resurrección de Jesús, y recibirlo como Señor y Salvador de tu vida.

Paso a paso, trata de seguir el siguiente proceso. Primero, debes reflexionar sobre tu vida y entonces abandonar todo aquello que contraría la voluntad de Dios. Este alejarse de las actitudes egoístas y entregarse a Dios se llama arrepentimiento (Mt 3.7–10; Hch 3.19).

Segundo, debes reconocer que Jesús murió en la Cruz para perdonar tus pecados. Acéptalo como Salvador para que te limpie de pecado, como el sustituto que pagó tus culpas (Ro 5.9, 10; Tito 2.14).

Tercero, debes pedirle que se convierta en el Señor de tu vida, reconociendo abierta y públicamente que Jesús no solo es tu Salvador, sino tu Señor (1 Jn 2.23).

La Biblia dice que a todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1.12). Así que, cuando le recibes y le abres tu corazón, se introduce en él —en tu ser interior— por medio del Espíritu Santo, y comienza a vivir en ti. Desde ese momento es tu privilegio y llamado confesar lo que Dios ha hecho por tu vida (Ro 10.9).

 

4. Si peco, ¿perderé mi salvación? (Heb 6.4–6)

Un acto de pecado no te cuesta tu salvación. Hay quien dice que si pecas tras haber aceptado a Jesús debes ser salvado otra vez. Pero esto no es lo que la Biblia enseña.

¿Puedes concebir que alguien adopte un niño y después lo lance a la calle porque comete una falla cuando está aprendiendo a caminar? Cuando somos salvos, nos adoptan como miembros de la familia de Dios. Debemos, llenos de amor, por un lado, y de santo temor, por el otro, vivir vidas que le agraden. Pero la idea de que un acto pecaminoso pueda hacer que alguien sea expulsado de la familia de Dios no está en la Biblia (1 Jn 1.7, 9). Sin embargo, los pecados y rebeliones te arrebatarán el gozo de la salvación. Cuando David pecó no se sintió gozoso, porque se había rebelado contra Dios (Sal 51.12). Sus palabras de entonces fueron: «Y no quites de mí tu santo Espíritu» (Sal 51.11). Aun cuando había cometido adulterio y era responsable de la muerte de un inocente, esta frase nos revela que todavía poseía el Espíritu Santo. Aunque fue castigado por su pecado, Dios lo perdonó y amó cuando se arrepintió delante del Señor.

Si uno persevera en el pecado, puede perderse la seguridad de la salvación, pero ello no equivale a una perdida efectiva de ella. Cuando la Escritura dice: «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado», el sentido de la frase en griego no es que el cristiano nunca comete pecado, sino que no persevera en él, rehusando confesarlo y arrepentirse. Una persona nacida del Espíritu de Dios será conducida al arrepentimiento cada vez que peque.

Aun más, leemos en Hebreos 10.29 que si alguien menosprecia la sangre de Cristo y renuncia a la salvación que ha recibido, entonces esa persona puede haberla perdido del todo. Pero el mismo libro dice; «Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores» (Heb 6.9). Es muy difícil creer que alguien que ha nacido de nuevo se aparte tanto de Dios. Pero podemos preguntarnos: si somos nuevas criaturas en Cristo, ¿por qué conservamos la capacidad de pecar después del nuevo nacimiento? La respuesta es que la perfección cristiana espera por nosotros en el cielo (1 Co 15.54). Así pues, quedamos unidos a Jesús en la salvación, pero somos transformados a su imagen y semejanza progresivamente (2 Co 3.18). Nuestras vidas se transforman paulatinamente, pero en ningún momento antes de la muerte el creyente alcanza la perfección (1 Jn 1.8).

 

Preguntas sobre la vida llena del Espíritu

5. ¿Cómo puedo recibir el bautismo del Espíritu Santo? (Hch 2.38, 39)

Debes hacer una serie de cosas para recibir esta bendición. Primero, necesitas nacer de nuevo. La persona que va a recibir la plenitud del Espíritu debe primero permitirle morar en su vida y pertenecer a Jesús (Ro 8.9).

La segunda cosa que debes hacer es pedirlo. La Biblia dice que, si invocamos el Espíritu Santo, esa oración será contestada (Lc 11.8).

Lo tercero es rendirte a Él. El apóstol Pablo lo explica claramente en el libro de Romanos: «Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo» (Ro 12.1).

En cuarto lugar, debes disponerte a obedecer al Espíritu. Dios no le entrega este poder a nadie para decirle entonces: «Puedes tomar lo que te convenga y dejar lo demás». Si quieres ser sumergido en el Espíritu debes estar preparado a obedecerle (Hch 5.32).

En quinto lugar, necesitas creer. El apóstol Pablo dice: «¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (Gl 3.2). La respuesta, obviamente, es la fe. Debes creer que si lo pides, lo recibirás.

Finalmente, debes poner por obra lo que Dios te ha dado. Habiendo implorado, habiendo recibido, habiéndote dispuesto a obedecer, y habiendo creído, debes responder a la manera bíblica.

La Biblia dice que quienes fueron bautizados con el Espíritu el día de Pentecostés «comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hch 2.4). Esto significa que decían lo que el Espíritu había puesto en su boca. El Espíritu puso en sus labios las palabras, y los apóstoles y discípulos las hicieron suyas. Su actuación estuvo inspirada en la fe, no constituyó una mera respuesta pasiva ante aquella bendición. Así debe ser la relación con Dios. Dios le ofrece el bautismo del Espíritu Santo a los seres humanos para que lo reciban y gocen de sus bendiciones.

6. ¿Puedo vivir en santidad? (Mt 5.8)

Si fuere imposible vivir en santidad, Dios no lo hubiera ordenado. El Señor dice: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19.2). Ser santo significa ser separado para Dios. La santidad la define la propia naturaleza de Dios. Ser apartados para Dios nos hace santos.

Las buenas obras no nos hacen santos. Somos hechos santos por medio de la fe en Cristo, y también por fe somos salvos. Poco a poco, mientras crecemos y vivimos en el Señor, nos parecemos más y más a Él (2 Co 3.18).

Si ponemos nuestra vista en el Señor Jesús, pensamos en Jesús, estudiamos su vida, oramos a Jesús, y buscamos seguir su ejemplo, nos pareceremos más a Él. Comenzamos a pensar y actuar como Él. Nos asemejaremos a Él porque hemos sido apartados para Él. Esta es la verdadera santidad.

Si eres cristiano, dentro de diez años tu vida será considerablemente diferente de lo que es ahora. Tus motivos y deseos serán cada día más elevados, en la medida que te acerques a Él.

Jesús dice: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5.8). Podemos alcanzar cierto grado de pureza en esta vida. Pero ella viene de Dios, a medida que crecemos en la fe y nos acercamos cada día más a Él. Aunque la perfección no se alcanza completamente en esta vida, debemos buscarla y aspirar a ella en todo momento, porque la madurez cristiana y la santidad forman parte de la vida de los hijos e hijas de Dios responsables. La santidad es también práctica. La madurez en la santidad se observa en aquellos que han dejado de preocuparse por sus propias necesidades y se han identificado totalmente, dentro de la visión global de su Padre, con la tarea de transformar un mundo herido. La santidad engendra la actitud madura que nos impulsa a convertirnos en instrumentos de Cristo, para cumplir con los anhelos de la oración del Señor (Mt 6.10).

7. ¿Cómo puedo conocer la voluntad del Señor? (Ro 12.2)

La mejor manera de conocer la voluntad de Dios es familiarizarse con la Biblia. Esto es así porque todo lo que necesitas saber sobre la voluntad divina está en la Biblia. Si llegas a conocer la Palabra de Dios y la comprendes, puedes conocer su voluntad (Sal 119.6, 7, 9, 105).

Otra forma de conocer la voluntad de Dios es por medio de la oración, momento en que entras en comunión con Él y descubres lo que le agrada. La Biblia dice: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones» (Col 3.15). Esto significa que la paz de Dios es como un regulador, de manera que cuando violas la voluntad divina, su paz te abandona, experimentas una efervescencia interior, e inmediatamente descubres que estás haciendo algo contra su voluntad. Conocer la Palabra de Dios, y la paz que nace de una íntima relación con Él, es la mejor manera de saber cuál es su voluntad (Jn 15.4).

Sin embargo, también es verdad que Dios nos muestra su voluntad de muchas otras maneras. Lo hace por medio de consejeros consagrados (Pr 19.20; 20.18; 24.6). También podemos discernir la voluntad de Dios en parte por las circunstancias; por medio de la voz interior del Espíritu de Dios que nos habla; o a través de visiones o sueños (Is 1.1; Hch 2.17). El Señor nos revela su voluntad de varias maneras.

Lo importante es estar seguros de que hemos puesto nuestra vida en sus manos y estamos listos a hacer lo que nos pida. Si nos proponemos cumplir con su voluntad, sabremos cuáles son sus planes.

Por último, a la gente que no es capaz de discernir las directrices positivas de Dios, les recomiendo seguir el método «negativo» de orientación. Decir: «Padre, por encima de todo quiero hacer tu voluntad. Ayúdame a no salirme de tu plan y propósito para mi vida». Tal forma de entrega nos garantiza su guía (Pr 3.5, 6).

8. ¿Cómo orar para que ocurra un milagro? (Mt 17.20)

Cuando frente a una gran necesidad, tanto nuestra como de otros, debemos humildemente buscar la voluntad de Dios sobre esa cuestión: «Padre, ¿qué te propones hacer en esta situación?» Jesús dijo: «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5.17). Escuchó la voz del Padre, y le puso atención. Cuida de no comenzar y terminar oración alguna diciendo torpemente: «Si es tu voluntad». En lugar de ello, debes tratar de conocer la voluntad de Dios en cada situación particular y basar en ella tu oración. Orar por un milagro constituye una invitación al Espíritu Santo para que se manifieste. Cuando ese es su propósito, Él te lo hará saber. Entonces puedes pedirle el milagro que ya sabes desea llevar a cabo.

A menudo es importante utilizar algo clave para implorar un milagro: la palabra hablada. Dios nos ha dado autoridad sobre la enfermedad, los demonios, las tormentas y las finanzas (Mt 10.1; Lc 10.19). A veces le pedimos a Dios que actúe, cuando, de hecho, Él nos llama a emplear su autoridad actuando por medio de declaraciones divinamente autorizadas. Debemos declarar esa autoridad en nombre de Jesús: podemos ordenar que los fondos necesarios fluyan a nuestras manos, que la tormenta cese, que un demonio abandone a alguien, que una aflicción nos deje, o que una enfermedad desaparezca.

Las palabras de Jesús fueron: «Cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho» (Mc 11.23). ¡Cree en tu corazón que ya ha sido hecho! Con la unción de fe que Dios te da, proclámalo. Pero recuerda, los milagros nacen de la fe en el poder de Dios, no de un ritual, fórmula o fuerza de la voluntad humana.

9. ¿Cuál es el pecado imperdonable? (Mt 12.31)

El concepto de un pecado imperdonable ha sido fuente de dificultad para muchos, debido a que parece contradecir las enseñanzas bíblicas acerca de la gracia. Sabemos que la gracia de Dios perdona todo pecado, pero el Señor mencionó un pecado que no puede ser perdonado. Los líderes religiosos fueron a escuchar al Señor, pero se opusieron virtualmente a todo lo que éste decía. Cuando expulsaba demonios alegaban que lo hacía utilizando medios satánicos (Mt 12.24).

Estaban tan ciegos espiritualmente, que atribuían a Satanás la obra del Espíritu Santo. Aun más, rechazaban la acción del Espíritu Santo en sus propias vidas. En esencia, el Espíritu Santo estaba dando testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios, que era Dios, mientras ellos repetían «no es Dios», «es agente de Satanás». Fue entonces cuando Jesús dijo: «Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada» (Mt 12.31).

Obviamente, el pecado imperdonable no consiste en decir algo desagradable sobre el Espíritu Santo. Los líderes religiosos de que se habla rechazaron completamente la revelación de Dios. Habían ido tan lejos en su impiedad, que rechazaron no sólo a Jesús, sino también al Espíritu Santo. Confundían el bien con el mal y el mal con el bien. ¡Llamaron Satanás al Espíritu de Dios!

Al rechazar a Jesús, la única fuente de perdón, nada se podía hacer por ellos. Una persona que rechaza a Jesucristo no puede recibir perdón, y esto es lo que ellos habían hecho.

Si quieres obedecer a Dios, pero estás preocupado con haber cometido el pecado imperdonable, de hecho no lo has cometido. Si alguien lo ha cometido hoy, debe ser uno con el corazón endurecido, que se ha vuelto contra Jesús, lo ha vilipendiado, y ha llegado a convertirse en un ser tan depravado que llama Satanás al Espíritu de Dios.

 

Cuestiones relacionadas con los tiempos postreros

10. ¿Cuándo vendrá Jesucristo de nuevo? (Mt 24.42)

Nadie puede decir, con cierto grado de certeza, cuándo regresa Jesús, porque Él declaró con toda claridad que ni aun los ángeles del cielo sabían el día (Mc 13.32). Nadie sabe qué día será, y el Hijo de Dios, cuando estaba en la tierra, tampoco lo sabía. Ese conocimiento, dijo el Señor Jesús, estaba reservado estrictamente al Padre.

Podemos observar algunas señales, o indicios, de que su regreso se aproxima (Mt 24.3; Lc 21.7). Jesús dijo que habría guerras y rumores de guerras, revoluciones, hambrunas, enfermedades y terremotos en diferentes lugares (Mt 24.6, 7; Lc 21.10, 11). Habrá un incremento de la agitación y la anarquía, y finalmente aparecerá el anticristo (2 Ts 2.3, 4). Junto con «el hombre de pecado» vendrá lo que se denomina la apostasía o la caída de la fe. Muchos creyentes experimentarán un enfriamiento de su fe (Mt 24.12). Habrá persecución de cristianos y un período de desorden general. Todas estas cosas están ya sucediendo con creciente frecuencia.

Muchos piensan que otro acontecimiento que debe suceder antes del retorno de Jesús es el restablecimiento del estado de Israel. El Israel histórico desapareció de la escena mundial hace muchos siglos, pero en 1948 se estableció un nuevo Israel. La reubicación de los judíos en Israel constituye una clara señal, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, de que nuestra era está por concluir (Lc 21.24). El 6 de junio de 1967, los judíos tomaron control de toda Jerusalén por primera vez desde que la ciudad fue capturada por Nabucodonosor en 586 a.C., lo cual indica que la era del poder mundial de los gentiles llega a su fin.

Sin embargo, Jesús dijo que algo importante que anunciaría su regreso sería la proclamación de su evangelio en todo el mundo (Mt 24.14).

Estas son las señales de los tiempos postreros. Siempre debemos estar preparados para el retorno del Señor, porque nadie sabe el día ni la hora en que ocurrirá.

11. ¿Quién es el anticristo? (2 Ts 2.2, 3)

En el libro del Apocalipsis se nos dice que surgirá un dictador mundial, que será investido con el poder del mismo Satanás y dirá que son suyas las prerrogativas de Dios (Ap 13.1–18; 2 Ts 2.4). Le asistirá un Falso Profeta, quien hará señales en nombre del dictador (Ap 13.13–15; 19.20).

Sabemos que el libro del Apocalipsis fue escrito en un período cuando los cristianos eran perseguidos por el Imperio Romano; también que los emperadores romanos se consideraban a sí mismos dioses, mandaban a construirse estatuas y exigían ser adorados por sus súbditos. Creo que esos dictadores antiguos eran típicos del dictador mundial de los últimos días. Siempre existe la posibilidad que el anticristo esté ya en el mundo. Este hombre aparecerá como un gran líder, hablando con sabiduría, y haciendo que todos los pueblos que no son cristianos le rindan culto. Para ellos representará la máxima sabiduría y ofrecerá respuestas a todos sus problemas (Ap 13.18).

Para que una figura como el anticristo aparezca en el mundo moderno, debe producirse una quiebra en el orden mundial, tal como lo conocemos ahora. Debe haber una crisis monetaria, un colapso de la ley y las instituciones internacionales, y de las estructuras de poder de los estados nacionales.

Un pánico financiero podría allanarle el camino. Lo mismo sucedería en el caso de una guerra nuclear. Catástrofes como esas impulsarían a la gente a clamar por un hombre de paz, el cual constituiría una imitación satánica de Jesucristo. Este hombre se parecerá a Jesús hasta que muestre su verdadera faz. Entonces será increíblemente cruel (Dn 7; 8). El anticristo será el ejemplo más espantoso de poder dictatorial que jamás el mundo haya conocido.

Recuerda que el espíritu del anticristo está en cualquiera que trata de separar a la gente de Jesús, diciéndole «adórame». El espíritu del anticristo se hace presente a menudo en nuestros días cuando le rendimos tributo y veneramos a gobiernos, dictadores, líderes militares, y otras figuras humanas. Los sistemas que se enseñan en nuestras escuelas, en los medios de comunicación o en los medios intelectuales son muy similares a los que a la postre conducirán a la gente al anticristo, porque este será la figura consumada del humanismo.

12. ¿Qué es la marca de la bestia? (Ap 13.18)

En el libro de Apocalipsis se hace referencia al número del anticristo, el 666 (Ap 13.18). El seis representa al hombre en la numerología bíblica, al borde de lo perfecto porque el siete simboliza la perfección. De manera que el número 666 quizás se refiera a la quintaesencia del humanismo. Apocalipsis nos dice que el número 666, o la marca del anticristo, va a ser estampado en la mano y la frente de toda persona durante el reinado del anticristo.

La frente representa nuestros deseos, nuestra voluntad, en tanto la mano simboliza nuestras actividades. De alguna manera, el anticristo dejará su huella sobre la gente en todas partes, haciendo que le sirvan con su mente y sus acciones. No sería raro que el anticristo impusiera el control global de la población (Ap 13.16, 17).

La Biblia nos advierte que si tenemos la marca de la bestia, tendremos su terrible suerte (Ap 14.11). Nadie debe temer llevar «por accidente» la marca de la bestia. Aceptarla implica «adorar» a la Bestia (Ap 13.15), y la decisión sería tan evidente que constituiría un caso de vida o muerte. Sin embargo, debemos mantenernos alertas, porque si consideramos la frente como el centro de la voluntad y la mano como símbolo de lo que hacemos, la marca es algo más que un dispositivo tecnológico. De lo que en realidad hablamos es de a quién nos aliamos. En términos reales, el espíritu del anticristo ya está activo (1 Jn 2.18). ¿Le entregaremos al espíritu del mundo nuestra mente y nuestro trabajo? Si nuestra alianza es con Dios, no serviremos al anticristo, y su marca no dejará su huella en nosotros.

13. ¿Qué es el Milenio? (Ap 20.2, 3)

Un milenio son mil años. El Milenio bíblico será un período de paz, amor y hermandad, cuando toda la naturaleza vivirá en la armonía que debió existir en el huerto del Edén. El libro de Isaías (11.6–9) habla de una época cuando las fieras y los animales domésticos vivirán juntos en paz, cuando las serpientes no inocularán más su veneno. Un pequeño niño podrá jugar con una cobra o apacentar animales salvajes sin sufrir daño. Las escuelas militares serán cerradas, y no se producirán más armas de guerra. El dinero y los recursos que ahora se invierten con fines bélicos se dedicarán a fines pacíficos. Cuando este día llegue, cada persona poseerá su propia parcela de tierra y su propia casa. Todos vivirán en paz con sus vecinos. Nadie temerá que alguien trate de robarle sus pertenencias. Habrá paz universal, porque el conocimiento del Señor cubrirá la tierra como las aguas cubren el fondo de los océanos.

Creo que el Milenio será un período de transición, cuando Jesucristo regresará a la tierra para mostrarle a la humanidad cómo sería el mundo si el pecado nunca hubiese penetrado en él. Será un tiempo cuando Cristo reinará y el Reino de Dios será establecido sobre la tierra. Habrá un gobierno universal bajo la dirección de Jesús con los estados nacionales sujetos a Él. La Biblia dice que representantes de las distintas naciones de la tierra acudirán todos los años a Jerusalén (Is 2.2–4; Zac 14.16).

14. ¿Estará mi familia en el cielo conmigo? (Ef 6.1)

No hay razón para suponer que no habrá familias en el cielo. Sin embargo, todos los cristianos son parte de la familia de Dios ahora, y los vínculos que unen a las familias probablemente no existan en el cielo. Allí seremos parte de una inmensa familia, y sentiremos un profundo amor por todos los demás. No habrá eso de: «Aquí estoy con mi esposa y que nadie nos moleste». Todos seremos uno en Cristo (Ef 3.14, 15).

Aunque probablemente tengamos familiares en el cielo, presta atención a dos cosas: Primero, tu esposa o esposo, hijo o hija o pariente estarán junto a ti en el cielo —si eres cristiano—, solamente si han nacido de nuevo en el Espíritu de Dios (Jn 3.3, 5). Tu cercanía a Dios no salvará a los miembros de tu familia. Cada cual debe establecer su propio vínculo con Jesucristo (Hch 16.31). Segundo, Jesús dijo que no habría procreación humana en el cielo, y la necesidad de concebir y criar niños cesará (Mc 12.25).

15. ¿Cómo es el infierno? (Lc 16.23)

Hay dos descripciones del infierno en la Biblia. Una es la de un fuego ardiendo. Jesús utilizó a menudo la palabra «Gehenna» para referirse al infierno. «Gehenna» era el basurero que en las afueras de Jerusalén siempre estaba ardiendo. Jesús dijo que el infierno era un lugar de tormento, lleno de gusanos, donde el fuego nunca se apaga. De ahí surge el concepto de un lago de fuego que siempre arde. Los impíos sufren allí eterno remordimiento y castigo (Mc 9.43–48).

Jesús también dijo que en el infierno «será el lloro y crujir de dientes» (Mt 8.12). La imagen que se nos ofrece es la de un lugar donde se experimenta una terrible soledad, sin relaciones con Dios u otros seres humanos. Aquellos que sean enviados al infierno quedarán sumidos en un vacío eterno, sin nadie con quien poder comunicarse; constantemente solos. Sufrirán el remordimiento de saber que tuvieron la oportunidad de estar junto a Dios en el cielo, pero la rechazaron.

La Biblia habla de un lago de fuego reservado para Satanás y sus ángeles (Mt 25.41). Nunca se pensó que los seres humanos irían al infierno. Pero aquellos que deciden rechazar a Dios compartirán algún día con Satanás este eterno tormento.

No habrá salida alguna en el infierno, ninguna puerta de escape ni segunda oportunidad. Por ello es tan importante en esta vida recibir el perdón de Dios, que se extiende a todos los seres humanos por medio de la cruz de Jesucristo (Ap 20.11–15).

 

Cuestiones de ética y moral

16. ¿Qué dice la Biblia acerca de la homosexualidad? (Ro 1.27)

La Biblia dice que es abominación que un hombre se acueste con otro hombre como si fuera una mujer, o que una mujer haga lo mismo con otra como si fuera un hombre (Lv 18.22; 20.13). La Biblia dice que a causa de abominaciones como la homosexualidad, la tierra vomitará a sus moradores (Lv 18.25). El apóstol Pablo la llamó «inmundicia», consecuencia de haber sido entregados por Dios a «pasiones vergonzosas» (Ro 1.24–27). En el Antiguo Testamento, los responsables de estas prácticas eran expulsados de la congregación de Israel y ejecutados. En el Nuevo Testamento se nos dice que quienes practican la homosexualidad no entrarán al Reino de Dios (1 Co 6.9, 10). El apóstol Pablo se refiere a ella como la última expresión de la rebelión contra Dios. Cuando las personas cambian la verdad de Dios por una mentira, y comienzan a adorar a la criatura en lugar de al Creador, son entregados al mal. Cuando todos los valores se invierten, y aparece la anarquía moral, los hombres se encienden «en su lascivia unos con otros», al igual que las mujeres unas con las otras, pero en sus propios cuerpos recibirán el castigo de sus acciones (Ro 1.22–27). Desde un punto de vista bíblico, el ascenso de la homosexualidad constituye una señal de que la sociedad se encuentra en las últimas etapas de su decadencia.

17. ¿Y del aborto qué? (Sal 139.13)

El aborto constituye definitivamente un mal. Es suprimir una vida humana, ya que la Biblia muestra que la vida comienza con la concepción. Dios nos da forma cuando aun estamos en el vientre de nuestra madre (Sal 139.13). El profeta Jeremías y el apóstol Pablo fueron llamados desde antes de su nacimiento (Jer 1.5; Gl 1.15). Juan el Bautista saltó en el vientre de su madre cuando se escuchó la voz de María, la madre del Señor (Lc 1.44). Obviamente, los niños ya poseen identidad espiritual desde que están en el vientre de sus madres.

Desde el momento en que ocurre la concepción comienza un proceso de desarrollo que continúa hasta la edad adulta. Dios condenó a los israelitas que sacrificaban sus hijos al dios pagano Moloc. Esas criaturas se consumían en el fuego del sacrificio (Lv 20.2), ofrecidos a un dios de la sensualidad y las conveniencias humanas. Lo mismo ocurre en nuestros días, y al actuar de esa manera confesamos que los seres humanos no valen nada para nosotros. Esta es una terrible mancha en nuestra sociedad.

La Biblia no es más específica en el caso del aborto porque tal práctica era algo impensable para el pueblo de Dios. Por ejemplo, cuando Israel estaba en Egipto, un faraón cruel forzó a los israelitas a matar a sus niños recién nacidos. En la Biblia se considera este incidente como el más alto exponente de la crueldad y la opresión (Éx 1.15–22). La idea de matar a sus propios hijos era anatema entre los hebreos. A todo lo largo del Antiguo Testamento, las mujeres soñaban con los hijos. Los hijos se consideraban un don de Dios. Las mujeres imploraban no estar estériles. ¿Cómo puede una mujer creyente destruir a su propio hijo? El aborto no solo es inconcebible, sino el máximo exponente de la barbarie pagana.

18. ¿Cuál es la diferencia entre adulterio y fornicación? (Mt 5.27)

Las relaciones sexuales entre una persona casada y alguien que no es su compañero constituye adulterio.

Los Diez Mandamientos contienen la prohibición del adulterio: «No cometerás adulterio» (Éx 20.14). La razón es simple: el matrimonio constituye el fundamento de la sociedad y viene acompañado de la responsabilidad de criar a los hijos. Las relaciones extramatrimoniales fortuitas no sólo ponen en peligro el matrimonio, sino destruyen los sentimientos paternales y maternales por los hijos, y opacan los vínculos familiares.

La fornicación es sexo entre dos personas que no están casadas. El apóstol Pablo dijo que ello constituye un pecado contra el cuerpo. Recomienda a los cristianos huir de la fornicación como un pecado contra Dios y nosotros mismos, porque el cuerpo de los creyentes es el templo del Espíritu Santo (1 Co 6.18, 19). Pablo dice que si un creyente une su cuerpo al de una ramera (o alguien inmoral) está uniendo a Jesucristo con esa persona (1 Co 6.15, 16).

Es muy importante saber que ni los fornicarios ni los adúlteros entrarán en el Reino de los cielos (1 Co 6.9, 10). En el mundo de hoy, el término fornicación se usa raramente y las inmoralidades entre personas no casadas son comúnmente aceptadas como parte del estilo moderno de vida. Pero la inmoralidad, aunque algo corriente, es un pecado que privará a millones de la salvación, a menos que se arrepientan.

19. ¿Debe un cristiano inscribirse en el servicio militar o en la policía? (Ro 13.3, 4)

Hay algunos que no creen que los cristianos pueden actuar como soldados o policías, pero el apóstol Pablo muestra que tales «autoridades», si cumplen justicieramente con sus atribuciones, son «servidores de Dios» (Ro 13.2–7), porque contienen el mal. El policía, como «servidor de Dios», provee un bien esencial a la sociedad. Mientras haya pecadores harán falta policías. En tanto los hombres y mujeres no se sometan a la justicia de Dios, será necesario utilizar la fuerza para impedir los asesinatos, violaciones, secuestros y robos que sufren víctimas inocentes. No es algo inapropiado, pues, que un cristiano forme parte de los cuerpos armados, la policía o el ejército. Hay que mantener la ley y el orden, porque nadie está a salvo en medio de la anarquía.

Hay quienes, a causa de creencias religiosas sinceras, sienten que nunca podrían matar a otro ser humano, aun en la guerra. La sociedad debe respetar los puntos de vista de estas personas, pero la Biblia no obliga a los cristianos a convertirse en objetores de conciencia.

20. ¿Cuándo debe un cristiano desobedecer al gobierno civil? (Ro 13.7; Hch 5.27–29)

Cuando un gobierno civil priva a la gente de su derecho a adorar y obedecer a Dios libremente, pierde el mandato o la autoridad recibida de Dios. Entonces la desobediencia del cristiano está justificada.

Thomas Jefferson creía que cuando un gobierno comenzaba a transformarse en una tiranía, los ciudadanos tenían no sólo el derecho, sino también el deber de rebelarse contra él. Sin embargo, el cristiano está llamado a sufrir su gobierno todo lo posible. Jesús no llamó a la revolución contra Roma, aunque era un cruel conquistador que oprimía a Israel. Por otro lado, los apóstoles rehusaron cumplir una orden de no predicar ni enseñar en el nombre de Jesús (Hch 5.27–29). Siempre que el gobierno civil nos prohíba poner en práctica aquello que Dios nos ha mandado a hacer, o nos inste a hacer cosas que Dios nos ha prohibido, está justificada nuestra desobediencia. La obediencia ciega a un gobierno nunca es correcta. No obstante lo difícil o costoso que pueda ser, debemos reservarnos el derecho de decir no a las cosas que consideramos opresivas o inmorales.

21. ¿Tienen las personas que ser pobres para ser santas? (Lc 18.22)

Se ha enseñado durante muchos años que la santidad y la pobreza van juntas. El apóstol Pablo dice: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia». Entonces añadió: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Flp 4.12, 13).

Puedes ser tan santo cuando tu situación financiera es confortable como cuando eres pobre. Quizás sea más fácil clamar a Dios cuando se está en necesidad. Pero si los cristianos santifican a Dios en sus corazones más allá de las preocupaciones materiales, deben ser capaces de vivir por encima de las circunstancias que los rodean, ya sean éstas de prosperidad o pobreza.

La pobreza es una maldición, no una bendición. No es ciertamente sinónimo de rectitud. A veces es producto de los horrores de la guerra, de un gobierno injusto o poco previsor; en ocasiones es resultado de la opresión de los ambiciosos y egoístas, o de la desobediencia humana a los mandamientos divinos, o de ignorar los principios que encierran las bendiciones de Dios. A veces la pobreza temporal es el resultado de un ataque satánico o de una seria e inexplicable calamidad. Cualquiera sea su causa, pobreza y santidad no son equivalentes.

Algunos hacen voluntariamente un voto de pobreza para poder entregarse completamente a Dios. En tal situación, la pobreza se convierte en una bendición para esas personas, debido a que han renunciado a todos sus bienes materiales para servir al Señor. Sin embargo, la simple pobreza no constituye una señal de santidad. Por supuesto, lo mismo puede decirse de la riqueza. Los santos son aquellos que están contentos allí donde Dios los ha situado, y sirven al Señor de todo corazón, independientemente de las circunstancias materiales que los rodean (1 Ti 6.6, 17–19).

22. ¿Cómo perdono a mis enemigos? (Mt 5.43, 44)

El primer paso para perdonar es reconocer tu resentimiento contra un enemigo. Debes identificar al enemigo y lo que ha hecho para herirte. Entonces debes decir: «Lo perdono por las siguientes ofensas». Entonces arrepiéntete de lo que sientes y pídele a Dios que te perdone, como dijo Jesús (Lc 11.4).

Después de eso, ora fervientemente por el bien de tu enemigo. Jesús nos dijo que orásemos por nuestros enemigos y que ello nos ayudaría a amarlos (Mt 5.43–48). Cuando oras por tus enemigos, le pides a Dios que se manifieste ante ellos y llene sus necesidades, estás venciendo con el bien el mal. En lugar de llenar tu mente de pensamientos negativos, aliméntala con pensamientos positivos sobre el amor de Dios hacia esa persona. Si Dios responde a tu oración, como es tu deseo, la persona por la que oras será bendecida, y recibirás una lección sobre la redención, el más alto exponente del perdón divino (Mt 18.21–35). Si pides a Dios que bendiga a alguien que te ha herido, ¡el resultado será un pecador arrepentido y un nuevo hermano o hermana en el Señor!

23. ¿Cómo abandonar la bebida y la drogadicción? (Ro 13.13, 14)

En cualquiera de estos dos casos una persona debe reflexionar sobre la conducta a seguir. No creo en el abandono paulatino de los cigarrillos, los narcóticos o el alcohol. Con estas cosas hay que romper de forma total. Ello significa que debes romper con todo lo que pueda tentarte (Ro 13.13, 14).

En mi caso, cuando encontré a Jesús, derramé una botella de licor de gran precio, para sorpresa de mi esposa, la cual todavía no había tomado la misma decisión. Ese momento fue decisivo para mí: no bebería más. Pienso que este es el caso de cualquier hábito que una persona considere pecaminoso. Ella o él deben decir: «Pues bien, esta fue la última vez. Se acabó». Y de ese momento en adelante, pídele a Dios que te ayude.

Debes confesar que has estado haciendo algo que consideras perjudicial, y que has estado profanando el templo de Dios (1 Co 6.19, 20). Debes decirle a Dios que deseas y necesitas su perdón y salvación. Debes renunciar a tu hábito y expulsar de tu cuerpo el espíritu del alcohol, los narcóticos o la nicotina. Ordénale que salga y decide que, con la ayuda de Dios, nunca más fumarás un cigarrillo, usarás la marihuana o recaerás en cualquiera de los malos hábitos que has abandonado.

Después de eso, no te reúnas con aquellos que te indujeron a adquirir esos vicios, ni con quienes puedan intentar hacerte volver atrás. Quizás sea difícil, pero es necesario. En su lugar, debes buscar nuevas amistades, preferiblemente cristianas, que hayan abandonado esos mismos hábitos y puedan apoyar tu decisión en esos difíciles momentos.

Toma alrededor de treinta días adquirir un nuevo hábito. Pasará aproximadamente el mismo lapso de tiempo antes que el cuerpo quede libre de venenos o sustancias químicas que provocan dependencia. Mantente lleno del Espíritu Santo. Reemplaza aquello que te ha esclavizado con la nueva experiencia de la plenitud del Espíritu (Ef 5.18).

24. ¿Hay algo de malo en los juegos de azar? (Lc 4.12)

Según la Biblia, se echaban suertes para determinar la voluntad de Dios (Lv 16.7–10; Jn 1.7; Hch 1.24–26). En el antiguo Israel se creía que Dios controlaba los dados y que de esa manera hablaría a su pueblo. Como no existe eso que llaman suerte, y Dios tiene en sus manos todas las cosas, cuando alguien toma dinero de Dios (porque todo lo que tenemos pertenece a Dios) y lo apuesta a la ruleta, o a las cartas, está metiéndose en un problema. Con ello está diciendo: «Señor, arriesgo tu dinero y mi fe, ¡en la esperanza de que la suerte me favorezca! Cuando actúas de esa manera, pones a Dios a prueba. Lo tientas, y eso es pecado (Dt 6.16; Lc 4.10–12).

El juego puede destruir a una persona, convirtiéndose en una obsesión y en algo que crea dependencia, al igual que el alcohol. El jugador habitual arruina a su familia y su vida, y hay quien ha robado para poder jugar. El juego puede convertirse en una enfermedad, la cual ha destruido a decenas de miles de personas.

La indulgencia con el juego en nuestra sociedad le inculca a la gente que la fama, el éxito y la fortuna se pueden obtener sin trabajar ni esforzarse. Las virtudes de la industria, las artes, la inversión inteligente y la constancia son minadas por este vicio, que abre paso a la ambición, la codicia, la avaricia, la pereza y la mentalidad de vivir el momento. ¡Qué triste es contemplar cómo algunas legislaturas vinculan sus futuros presupuestos a la lotería y el juego legalizado, prácticas que socavan las virtudes ciudadanas necesarias para alcanzar el desarrollo económico y la prosperidad!

 

Cuestiones en torno a lo demoníaco

25. ¿Qué es un demonio? (Mc 5.2–5)

Un demonio es un ángel caído. Cuando Satanás, que era el ángel de más elevado rango, se rebeló contra Dios, arrastró a un gran número de seres como él (Is 14.12–15; Ap 12.3, 4). Cuando la rebelión fracasó, fueron expulsados del cielo. Los ángeles ahora son demonios. Al igual que los ángeles son capaces de alcanzar las cumbres de la espiritualidad, los demonios alcanzan el más profundo abismo del odio, el rencor y la perversión. Los demonios atormentan a las personas, las poseen, y las apartan de Dios y su verdad (Mc 5.2–5; Hch 13.6–12).

Aunque la lascivia, la homosexualidad, la embriaguez y la maledicencia son expresiones pecaminosas de la carne, también pueden constituir manifestaciones demoníacas. Las perversiones sexuales, como el sadomasoquismo y la pedofilia, tienen raíces demoníacas. De forma similar, la esquizofrenia es una enfermedad mental, pero también puede ser causada por la posesión demoníaca.

Así como los ángeles tienen arcángeles y potencias superiores los demonios tienen lo que se llama «principados y potestades». Es posible que varios príncipes demoníacos estén a cargo de regiones y ciudades específicas de la tierra.

Hay un conflicto en el mundo invisible entre los leales mensajeros de Dios y las huestes de demonios. De alguna manera, dentro del maravilloso orden por Él creado, Dios utiliza las oraciones de su pueblo para restringir la actividad demoníaca y dirigir las acciones de los ángeles a fin de controlar las potencias del mal (véase Dn 10).

26. ¿Qué poder tienen los cristianos sobre los demonios? (Mt 10.8)

La Biblia dice: «Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn 4.4). El creyente en Cristo, en posesión del Espíritu Santo, tiene poder sobre todos los demonios. Cuando Jesucristo envió a sus apóstoles en su misión, dijo que les daba autoridad (exousia) sobre toda fuerza (dunamys) del enemigo (Lc 10.19). La autoridad de Jesús es mayor que el poder satánico. Cuando los discípulos dijeron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre», Jesús replicó: «Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lc 10.17, 20). El creyente en Cristo posee ilimitada autoridad sobre los demonios cuando invoca el nombre de Jesús, pero ella no es comparable con la gloria y la autoridad que conoceremos en el cielo.

27. ¿Qué es exorcismo? (Hch 19.13)

Exorcismo es ordenar, en el nombre de Jesús, que un demonio salga de un individuo, una casa, o dondequiera que esté. Se realiza por medio de la palabra hablada, en el nombre de Jesús, a través del poder del Espíritu Santo, y se lleva a cabo de forma simple y rápida (Hch 16.16–18).

La persona que ejecuta el exorcismo debe estar llena del Espíritu de Dios. No debe mantener oculto en su vida ningún pecado, porque el demonio se aprovechará de cualquier debilidad (Hch 19.13–16). De manera que debe ser alguien despojado de motivos mezquinos, impurezas sexuales, avaricia y cualquier cosa con que pueda acusarlo el demonio, quien es el acusador de los hermanos.

Otra precaución: La gente no debe buscar demonios o inventar demonios allí donde no los hay. El creyente debe estar preparado para enfrentarse a ellos cuando sea necesario, pero no propiciar este tipo de encuentro.

28. ¿Qué de las sectas del control de la mente o la ciencia de la mente? (Col 2.8)

Esas sectas se centran en el concepto de una «conciencia universal» que hace a los seres humanos: 1) parte de una conciencia infinita y eterna; 2) divinos, en esencia; 3) inmortales a través de varias formas (reencarnación y otras cosas por el estilo); 4) capaces de comunicarse con los muertos y otros espíritus; y 5) capaces de recibir energía por medio de ejercicios síquicos o físicos a fin de trascender la naturaleza, descifrar misterios, e influir sobre sus propios destinos o la vida de quienes los rodean.

Estos grupos, en nombre de la «investigación y la ilustración», «las investigaciones síquicas», la «meditación trascendental», el «yoga», y otras prácticas, no están estableciendo contacto con la «conciencia de Dios», ni con los poderes síquicos, sino con Satanás y los demonios.

La palabra griega psuche se traduce «alma», y de ahí deriva el término psique. Muchos de estos grupos se ocupan de los fenómenos síquicos o del alma. Primera de Corintios 2.14 dice que la persona psuchikos, dominada por el alma («hombre natural»), no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura. Las enseñanzas sobre el control de la mente o del Movimiento de la Nueva Era apelan todas al hombre síquico, porque no requieren que éste se arrepienta o nazca de nuevo (Jn 3.3, 5). Un concepto prevaleciente en el seno de estos grupos es que, si una persona alcanza suficientes conocimientos, puede dominar o controlar los acontecimientos, porque forma parte de Dios, o es dios.

Debemos recordar que el mundo del alma es el ámbito de los demonios. Los demonios pueden entrar, y a menudo lo hacen, en la esfera de la sique. La gente que mantiene contactos con los muertos o «el más allá» no están escuchando los mensajes de conciencia universal alguna, sino de los demonios. Los demonios se mueven por detrás de ciertas religiones orientales, así como se ocultan tras este tipo de doctrinas sobre el control de la mente.

 

Cuestiones relacionadas con las leyes del Reino de Dios

29. ¿Qué es el Reino de Dios? (Lc 17.21)

Un reino es el lugar donde gobierna un monarca. El Reino de Dios está allí donde el Señor reina sobre la vida de las personas. El Reino de Dios no es visible porque Él no lo es. Se trata de un Reino espiritual, no de uno visible. Jesucristo dijo: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17.21).

Jesús nos enseñó, en la oración del Señor, a elevar a Dios la siguiente petición: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt 6.10). Esta oración muestra la importancia que concedió Jesús al Reino de Dios. ¿No podemos afirmar que el Reino de Dios vendrá cuando su voluntad se respete en la tierra como se respeta en los cielos, cuando el mundo visible refleje por completo al mundo invisible? Pienso que sí. En el Reino de Dios todas las cosas están sujetas al poder divino, al instante, sin dilación. En el mundo visible se resiste la voluntad de Dios.

El Reino de Dios es eterno. Por el momento se trata de un reino invisible que está entre nosotros. Dondequiera que se reúnan dos que honran a Jesucristo, el Rey, y dondequiera que se halle su Espíritu, allí está el Reino de Dios (véase también «Dinámica del Reino»: el Reino de Dios, comenzando en Gn 1.1).

30. ¿Cuál es la mayor de las virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)

Si la soberbia es el mayor de los pecados (y lo es), la humildad debe ser la mayor virtud. La humildad es la que me permite reconocer que Dios reclama mi vida, que soy una criatura mortal y falible y que Él es el dueño del universo. La humildad es la que me hace decir: «Soy un pecador, necesito ser salvo». En la humildad está el origen de toda sabiduría (Pr 22.4). Las verdades del Reino solamente son percibidas por los humildes. Ningún soberbio recibirá nunca nada de Dios, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Stg 4.6). Los humildes reciben la gracia de Dios y los secretos del Reino, porque vienen a Él como mendigos. Jesucristo dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3).

31. ¿Cuál es el pecado más grande en el Reino? (Mt 23.2–12)

El mayor de los pecados es la soberbia, debido a una serie de razones (Sal 59.12; Pr 8.13; 16.18; 29.23). En primer lugar, la soberbia fue la causa de que Satanás pecara la primera vez que desobedeció. La soberbia dice: «Puedo hacerlo mejor que Dios», ¡y Satanás pensó que podía gobernar el universo mejor que su creador! (Is 14.12–14; Ez 28.12–19). En segundo lugar, la soberbia conduce inevitablemente al pecado de rebelión. Llevar a cabo llenos de orgullo nuestros propios planes nos pone necesariamente en conflicto con el plan de Dios. Por eso la Biblia dice: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Stg 4.6).

No hay forma de mantenerse neutral en el Reino. O estamos con Jesús o en su contra. Los soberbios se ponen inmediatamente contra Él, porque no le han rendido sus vidas, poniéndolas al servicio de su causa.

Por último, la soberbia da lugar a los sentimientos de autosuficiencia, haciendo que no estemos dispuestos a aprender de Dios ni de otras personas. Jesús dijo que nos convirtiéramos y fuésemos como niños (Mt 18.3, 4). Estos son confiados y capaces de aprender; siempre están atentos a las enseñanzas del Padre.

Pero el soberbio supone que lo sabe todo y no quiere aprender, mientras las bendiciones del Reino son para aquellos que las imploran. Si no pides, no recibes.

El nombre de Dios revela esta verdad. Él es «Yo soy el que soy» (Éx 3.14). ¿Qué soy? La respuesta: El que provee tu necesidad. Soy sanidad, sabiduría, santificación, provisión, victoria y salvación. Su gran poder se extiende a todos como un cheque en blanco. Sólo hay que llenar el espacio de acuerdo con nuestra necesidad. Sólo puedes experimentar verdaderamente a Dios cuando comprendes que tienes necesidad de Él. Si creemos que nada nos hace falta, si somos totalmente autosuficientes, no dejamos lugar para Dios en nuestras vidas. De ahí que la soberbia nos prive de todas las bendiciones del Reino. La soberbia nos hace pecar contra Dios y contra nosotros mismos.

32. ¿Qué ley del Reino sostiene todo desarrollo personal y colectivo? (Mt 25.14–30)

A esto se le llama «la ley del uso». Jesús contó de un hombre rico que iba a efectuar un largo viaje y distribuyó sus bienes entre sus siervos (Mt 25.14–30). Les dijo: «Negociad con ellos hasta que yo regrese». Dos de los siervos invirtieron lo que habían recibido, pero el tercero no. Cuando su señor volvió les hizo rendir cuentas. Los primeros dos recibieron alabanzas y premios por su diligencia, pero cuando Jesús concluyó la historia, su final pareció injusto. El viajero le quitó el talento a quien no lo había invertido y se lo dio al que tenía más, anunciando con firmeza la siguiente ley del Reino: «Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado» (Mt 25.29). En otras palabras, si usas lo que se te da, ganarás más. Si no usas lo que has recibido, perderás hasta lo que piensas tener. En cualquier tipo de tratos, ya sean materiales, personales, intelectuales o financieros, usa cualquier cosa que te haya sido dada, no importa lo insignificante que sea. Hazlo diligentemente y en una escala creciente. Busca alcanzar metas más altas cada día. Este es el secreto del Reino, lo que garantiza el éxito a cualquier cristiano que sepa ponerlo en práctica.

33. ¿Qué ley del Reino rige todo tipo de relaciones entre los seres humanos? (Mt 7.12)

Jesucristo formuló un importante principio, el cual debe ser adoptado por toda sociedad: la ley de la reciprocidad. Utilizo el término «ley» porque se trata de una norma universal: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mt 7.12). ¡Qué profundos efectos se derivarían de esta «regla de oro» si ella se aplicara a todos los niveles en el mundo de hoy!

Si no te gusta que tu vecino robe tus cosas, no tomes tú las de él. No quisieras ser atropellado por un chofer negligente, no manejes descuidadamente. Anhelas recibir ayuda en momentos de necesidad, auxilia a otros cuando lo necesiten. No nos agrada que la gente de la industria contamine el curso superior del río que nos pasa por delante, no lo hagamos nosotros a quienes viven corriente abajo. No queremos respirar aire lleno de toxinas, no hagamos sufrir a otros ese inconveniente. En nuestro centro de trabajo, no aceptamos ser oprimidos, así que no oprimamos a nuestros empleados. Si se aplicase esta ley del Reino no serían necesarios los ejércitos, la policía ni las prisiones; los problemas se resolverían pacíficamente, las cargas públicas se reducirían y se liberaría la energía de todos. «Haz con otros como quieres que los demás hagan contigo», llevado a la práctica, revolucionaría la sociedad. Este es el principio del Reino que debe regir todas nuestras relaciones sociales.

34. ¿Qué ley del Reino se necesita para que las leyes sobre la reciprocidad y el uso den resultado? (Mt 7.7, 8)

Jesús nos enseñó la ley de la oración constante (dirigida a Dios) y de la perseverancia (en la conducta humana). En una ocasión dijo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mt 7.7). El presente griego hace énfasis en la acción continua: Jesús no decía llama una vez y detente, sino sigue llamando hasta que se abra la puerta. Dios, en su maravillosa sabiduría, ha construido el mundo de tal manera que solo los diligentes y los que perseveran obtienen la victoria. Las personas decididas a alcanzar la meta que Dios les ha fijado, por encima de cualquier obstáculo, triunfarán. Los temerosos y vacilantes, los que no perseveran, siempre perderán.

Dios nos hace elevarnos para que alcancemos metas superiores. Sólo algunos se esfuerzan lo suficiente para lograrlo.

Hace falta perseverar todo lo que sea necesario para que las leyes de la reciprocidad y el uso den resultado. El apóstol Pablo declaró con orgullo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Ti 4.7). También escribió a los Gálatas: «No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gl 6.9). En cualquier tarea que Dios te haya encomendado, no te des por vencido, sigue adelante.

35. ¿Qué ley garantiza la posibilidad de realizar lo imposible? (Mc 11.22, 23)

La ley de los milagros garantiza la realización de cosas imposibles. Los milagros ocurren en nombre de Jesús, debido al poder que fluye del mundo invisible donde está Dios. Esto se realiza a través del espíritu humano, donde se halla el centro de nuestro ser, por medio de la mente, donde surgen las ideas, y desde donde se comunican hacia el mundo que nos rodea a través de la palabra hablada (véase la pregunta #8 en cuanto a los pasos a seguir).

Pero existe una condición. No dudes en tu corazón (Mc 11.22–24). Quienes vacilan no recibirán respuesta (Stg 1.6–8). Jesús dijo además: «Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas» (Mc 11.25). El gran obstáculo para que se produzca un milagro es la renuencia a perdonar. Esté justificada o no esa actitud por las circunstancias, tenemos que librarnos de la amargura y el resentimiento, o no habrá milagros que muevan montañas. No puede haber resentimiento, ni amargura, ni celos, ni envidia, ni nada por el estilo. Si queremos ver milagros, tenemos que amar y perdonar.

36. ¿Cómo es posible que un reino se destruya? (Lc 11.17, 18)

Jesús dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae» (Lc 11.17, 18).

Esta es una verdad universal. El mejor de los proyectos fracasa si no hay unidad. Cuando hay división, ningún plan prospera. Por ello Satanás causa divisiones entre los cristianos. Al dividirnos, sospechar unos de otros y fijarnos en nuestros puntos débiles, estamos violando el más sagrado principio del éxito colectivo: la unidad.

Jesús dijo que el mundo sabría que Dios lo había enviado si sus discípulos eran uno (Jn 17.20–23). La unidad sirve para mostrar al mundo el origen sobrenatural de la iglesia cristiana. «¡Cómo se aman unos a otros estos cristianos!», decía asombrada la gente del Imperio Romano. Con unidad, la iglesia puede ganar al mundo para Cristo. Sin unidad, la iglesia es impotente. Aun los impíos tienen éxito cuando se unen. Observando la torre de Babel, Dios dijo: «He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje... y nada los hará desistir ahora de lo que han pensado hacer» (Gn 11.6). Esta es la visión divina en cuanto a una humanidad unida. ¡La unidad posee una fuerza increíble! Nada es imposible para un pueblo unido.

En los tiempos del Antiguo Testamento, cuando Dios deseó destruir a los enemigos de Israel, puso división en su seno e hizo que se enfrentaran entre sí. A menudo Israel no tuvo que acudir al campo de batalla, porque sus enemigos se destruyeron a sí mismos. Siempre que comienzan los enfrentamientos dentro de una organización, ésta se debilita. A menos que avance unida, nada puede hacer, ni para bien ni para mal. Medita en lo que puede lograr el pueblo de Dios trabajando unido, y bajo Su bendición, de acuerdo con las leyes del Reino.

37. ¿Cómo llega uno a ser grande en el Reino de Dios? (Lc 22.25–27)

El Señor Jesús escogió hombres —por lo general, gente humilde— para que fuesen sus discípulos. Como sucede con la generalidad de las personas, eran orgullosos y tenían ambiciones (Mt 20.20–23). Ante esa situación, Jesús puso un niño en medio de ellos, diciéndoles que en el Reino serían como aquel niño: humildes, confiables, ávidos de aprender (Mt 18.4). Más tarde, cuando de nuevo se manifestó su preocupación por la posición que ocuparían en el Reino, Jesús formuló el principio de que el mayor entre ellos sería «como el que sirve» (Lc 22.25–27). ¡Esta norma está vigente en nuestros días! Los más destacados en nuestra sociedad son los que sirven al enfermo, al necesitado, al herido. Son grandes porque se han entregado a otros. Y Jesús encabeza la lista; es el mayor de todos porque entregó su vida para quitar el pecado del mundo (Flp 2.1–11).

El principio de la grandeza se manifiesta en la vida cotidiana de nuestros días. Aquellos que sirven a más personas pueden a menudo ser los más famosos y prósperos, pero sus motivos no son esos; más bien es que el reconocimiento público parece ser el fruto inevitable de la entrega desinteresada al servicio de los demás.

38. ¿Qué pecado en particular impide que fluya el poder del Reino? (Mt 18.21–35)

La renuencia a perdonar obstaculiza el acceso al Reino y a su maravilloso poder (véanse también Mt 6.5–15; Mc 11.22–26).

La primera persona que probablemente no has perdonado eres tú mismo. A muchos les hace falta perdonarse a sí mismo más que a cualquier otra persona. Son renuentes a perdonarse y reconocer que Dios dijo: «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal 103.12). Si eres creyente, el Señor ya ha limpiado tu conciencia de obras muertas, para que sirvas al Dios vivo (Heb 9.14). Dios nos limpia de pecado, a fin de que sirvamos sin que nos estorbe el sentimiento de pasadas culpas. Estas deben estar muertas, enterradas y olvidadas.

«Si nuestro corazón no nos reprende», dice la Biblia, «confianza tenemos en Dios» (1 Jn 3.21). Obviamente, no podemos continuar pecando y esperar ser perdonados. Debemos librarnos del pecado consciente y de las rebeliones contra Dios. Pero si andamos en la luz, y en la senda del perdón, la sangre de nuestro Señor Jesucristo nos limpia continuamente de todo pecado (1 Jn 1.7).

La segunda persona que debemos «perdonar», si estamos amargados, es al mismo Dios. Hay quien culpa a Dios por la muerte de un hijo, porque el esposo o la esposa lo abandonaron, porque se han enfermado, porque no ganan suficiente dinero. Consciente o inconscientemente acusan a Dios de todas estas cosas. Si existe un fondo de resentimiento, no puedes experimentar el poder del Reino fluyendo a través de tu vida; debes librarte de todo resentimiento hacia Dios. Eso puede requerir cierta introspección. Debes preguntarte a ti mismo: «¿Estoy culpando a Dios de mi situación?»

La tercera persona que debes perdonar quizás sea algún miembro de la familia de quien te hayas alejado. Ahuyenta los resentimientos, especialmente hacia quienes están más cerca de ti. Los esposos, las esposas, los hijos, los padres, todos deben ser perdonados cuando surgen pequeños resentimientos en el seno de la familia. Muchos dicen: «No pensé que eso tenía importancia. Para mí era solamente un asunto de familia». Toda renuencia a perdonar debe ser eliminada, especialmente hacia otro miembro de la familia.

Por último, debes perdonar a cualquier persona que haya hecho algo contra ti. Puede que tu resentimiento esté justificado. Es posible que alguien haya hecho algo terrible contra ti. Quizás tengas pleno derecho y suficientes razones para rechazar y odiar a esa persona. Pero si quieres ver la vida y el poder del Reino fluyendo a través de tu vida, es absolutamente necesario que aprendas a perdonar.

Perdona hasta el punto que te sientas libre de resentimiento y amargura, y seas capaz de orar por quienes te hayan herido. Si no lo haces, la renuencia a perdonar impedirá que el poder de Dios te alcance y llene tu vida. Una vida milagrosa depende ciento por ciento de tu relación con Dios el Padre. Esta relación se levanta estrictamente sobre el firme cimiento del perdón que Dios te concede.

 

  

[*] Hayford, Jack W., General Editor, Biblia Plenitud, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1994.

 

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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

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