La Verdad es Cristo...

por  Beatriz Núñez

Mi nombre es Beatriz Núñez y soy de Costa Rica. Tengo 26 años y fui criada en un ambiente católico muy religioso, como suele ser en la mayoría de los casos en mi país. No encontraba mayor sentido a la vida espiritual que la de ser buena y pensar que algún día algo muy bueno me iba a suceder por ser buena. 

Fui bautizada, hice la primera confesión, la primera comunión, asistía a misa, iba a los retiros, iba a las cruzadas,  a los rosarios, a los rezos del niño, a las procesiones, a la pastoral juvenil, y hacía todo lo que se pudiera hacer para ser una buena católica.... Sí creo, que yo era una buena católica.

Pero no conocía a Jesús.

Había un vacío en mi corazón que no lo podía llenar nada. Ni la misa (aunque la vivía de todo corazón) ni la hostia (aunque me mentalizaba de que eso era el cuerpo de Cristo) ni las buenas acciones... finalmente nada me llenaba ese hondo vacío.

Lo líderes, ¡ni hablar! Ninguno de ellos me llevaba a Jesús, porque NO LO CONOCÍAN. ¿Qué me podían enseñar? Ellos mismos vivían una relación personal con Dios mediocre. Seguían chismeando... mintiendo... no tenían autoridad ninguna para hablarme de Dios. Ahora entiendo que ellos vivían en la misma confusión en que yo vivía.

¿Pero qué podía hacer...? Seguí con mi linda y tranquila iglesia católica, rezando lo que me decían, echando la moneda en el cajoncito del santo que me recomendaban (aunque en realidad nunca supe cuál era la diferencia entre el San Juan Bautista y el San Patricio, o la Santa Juana o la Santa Clara). Seguía asistiendo a misa y seguía buscando. Ni siquiera tenía una Biblia para leer, porque NADIE ME DECÍA que debía leer la Biblia. Pensaba que ese libro sólo lo podía tener el sacerdote o las señoras que cantaban en el coro.

Pero de pronto todo aquello se reformó. Cuando fui adolescente, pude asistir a la famosa pastoral juvenil, donde asistían mis amigos. ¡Claro! Como club social era muy bueno, me mantenía lejos de las drogas y de otros males, pero NO ME HABLABAN DE JESÚS. No me hablaban de que Cristo un día volverá por su novia, ni me dijeron jamás que a quien debemos adorar es a Jesús. ¡Qué mal informada estaría que ni siquiera sabía que el Espíritu Santo es una persona! Lo peor de todo es que no me hablaron de que Jesús es el único camino a Dios, el único camino a la salvación, y de que debemos hacerlo Señor de nuestro corazón si queremos llamarnos sus hijos.

Conocí a Jesús a mis 19 años en un campamento de jóvenes. ¡Qué hermosa noche la que pasé en presencia de Jesús! ¡Jesús mismo había llegado a mi corazón! Me decía que me perdonaba por mis pecados, que me amaba tal y como yo era, que toda culpa por no ser lo suficientemente buena era quitada, que tuviera fe y confianza en él para siempre, y que él haría de mí algo grande.

Le abrí la puerta de mi corazón, compré una Biblia, empecé a leerla y a darme cuenta de había perdido toda mi vida sin Jesús, sin tener una relación con él. Yo quería saber más de él.

Caminé con Jesús en mi corazón por tres años más, viviendo con gozo la misa, rezando con devoción los rosario, echándole la monedita al santo que más me gustaba (que usualmente era el que le pudiera reconocer el nombre). Pero empezaba a sentirme extraña. Algo no calzaba bien. El Espíritu Santo me estaba inquietando a buscar más de Dios... algo me llamaba con más fuerza y más intensidad. ¿Pero qué era?

Yo quería hacer la voluntad de Dios con todo mi corazón, y no quería irme de la Santa Iglesia... porque era la original, la que Cristo había fundado. Además la Evangélica tenía el principio de rebelión porque se había separado... ¡Qué dilema! Además, ¿qué iban a decir en mi casa? Que era “pandereta”, que me había volcado, que había renunciado a la fe...

Una día escuché una enseñanza bíblica acerca del diezmo y la ofrenda. (Malaquías 3 y 4) ¡Vaya! ¡Qué cambio, con qué autoridad me hablaban! Yo le había robado a Dios toda mi vida, le había estado dando las migajas (limosnas y no una verdadera ofrenda) le daba de lo que me sobraba y no lo que él se merecía. Y lo peor... no le estaba dando el lugar que él se merece en mi corazón. En mi corazón entendí que yo debía darle el lugar que se merecía y que debía diezmar y ofrendar lo más pronto posible. ¿Pero dónde? En la Iglesia Católica no recogen los diezmos, y yo no voy a dar mi dinero para que la iglesia se haga de más cálices de oro y más cruces de oro y se sigan engordando los papas y los obispos... NO

Dios me habló una tarde y me dijo:

-Mira esa iglesia de la esquina. Esa será tu casa, ahí darás tu diezmo.

-Pero yo no conozco a nadie ahí, le contesté.

-Esa será tu casa y ahí crecerás.

Era una Iglesia Cristiana.

Podrían decir que estaba resentida, que había tenido malos líderes, que me había enojado porque nunca me dieron lo que yo quería, que debí esperar... lo que quisieran. Pero el Espíritu Santo me urgía a SALIR DE LA IGLESIA CATÓLICA... para crecer, para vivir.

Hoy he aprendido que la verdad es Cristo, que a él debo adorar enteramente, y que no debo poner a nadie en su lugar, que no debo hacerme imágenes ni siquiera de Dios Padre. He aprendido que Cristo más que estar en un pedacito de pan está en el corazón de las personas que lo han recibido.

Soy libre pues no hay condenación para los que creen en él. Porque él vino para salvar precisamente a los que estaban perdidos como yo, a quienes no tenían una razón de ser en medio de la religiosidad de la iglesia. Él vino para hacerse cargo de los que no entienden por qué tantas cargas impuestas. Él vino por mi alma, para libertarla del pecado. Él me salvó... Sólo Jesús... Y aunque sólo él me quedara... sólo él me basta. Porque JESÚS ES MI ÚNICO Y SUFICIENTE SALVADOR.

Hoy no tengo temor. No soy protestante... no soy evangélica... no soy pentecostal... SOY DE CRISTO... SOY CRISTIANA.... SOY SALVA... ALELUYA.

Si has llegado a leer esto en esta página web te recomiendo que tomes una decisión urgente por Jesús. Ámalo solo a él. Búscalo de corazón. Y SAL DE AHÍ...

 


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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

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