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por Josh
McDowell
Hace varios años Tomás de Aquino describió mi vida cuando dijo que
dentro de cada alma hay una sed insaciable de felicidad. Yo deseaba ser
feliz. ¿Quién no lo desea? Aborrecía estar a solas, y me
preguntaba a mí mismo, "¿Quién soy yo?"
Si alguien me hubiese ofrecido droga en aquel tiempo, yo la habría
aceptado gustoso, porque me sentía frustrado, y buscaba sinceramente
respuestas a mis frustraciones, a mi vacío. En un principio pensé que la
respuesta podría ser la religión, así es que fui a la iglesia.
Pero nunca encontré lo que podría cambiar mi vida. Siempre he sido una
persona muy práctica, y si algo no resulta bien, lo desecho. Así es que
deseché la religión. Luego decidí que la educación
podría ser la respuesta, puesto que todos nuestros dirigentes son
educados. Fui a una universidad, y hablé con los estudiantes acerca de
los problemas, pero no teníamos las soluciones. Y aun cuando mis
profesores podían decirme cómo llevar una vida mejor, no podían, sin
embargo, decirme cómo vivir mejor. Pensé que tal vez la respuesta
fuera el prestigio — de modo que postulé a la presidencia de la
clase del primer año, robamos algunos votos y resulté elegido. Era
emocionante conocer a todos en el plantel, hacer decisiones, decir a la
gente lo que hiciera. Pero después de algunas semanas el entusiasmo
comenzó a declinar. Los estudiantes se me acercaban con problemas y yo
les decía, "Miren muchachos, no puedo
ayudarles. Yo tengo mis propios problemas." Pero por aquel tiempo vi que
algunos estudiantes y unos pocos profesores tenían alrededor de ellos
una dimensión distinta. Parecían estar yendo por encima de sus
circunstancias — no abajo con la masa. Mi "Felicidad" dependía siempre
de las circunstancias. Cuando las cosas iban bien, yo me sentía bien.
Cuando las cosas estaban resultando mal, me sentía mal. Si mi chica me
amaba, yo estaba en las nubes; si ella rompía conmigo, me sentía
abatido. De modo que después de un tiempo
les pregunté muy sencillamente, "¿Qué ha
cambiado sus vidas?" Una joven dama me miró, sonrió y dijo
dos palabras: "Cristo Jesús". La miré y dije,
"Querida, no me des esa basura. Estoy hastiado de
la religión, y estoy hastiado de la iglesia. No me hables de religión."
Pero ella debe haber tenido una muy profunda convicción, pues respondió,
"Señor, yo no le hablé de religión. Ni le
mencioné la iglesia. Yo le hablé de la persona de Jesucristo."
Entonces me disculpé ante ella. Estos estudiantes me señalaron
que el cristianismo no era una religión — sino una relación. Eso me
impactó, pues siempre he apreciado mis relaciones con otras personas. ¿Saben qué fue lo que sucedió
luego? Me invitaron a que examinara intelectualmente las afirmaciones de
Jesús como Hijo de Dios! ¡Figúrense! Pensé que era una farsa. (Siempre
había pensado que todos los cristianos tenían dos cerebros; uno estaba
perdido y el otro andaba por ahí buscándolo). Pero estas gentes me
desafiaban continuamente, de modo que acepté la invitación. El resultado fue que hallé
hechos históricos y evidencias respecto de Jesucristo que jamás me había
imaginado que existieran. Yo solía escuchar a los profesores las
altaneras clases de humanidades, y si ellos no creían en el
cristianismo, usted no iba a sorprenderme a mí creyéndolo. Pero descubrí
que estaba rechazando a Cristo por causa de las tendencias o la
ignorancia de ellos. Efectivamente, yo tenía un
terrible conflicto, pues en mi calidad de estudiante preparatorio de
leyes, había llegado a creer que Dios había visitado este planeta en la
persona del hombre Jesús, quien había muerto en la cruz por los pecados
del hombre, que se levantó de los muertos y vive en la actualidad. Pero
mi voluntad no podía aceptar lo que decía mi mente. Estaba siendo
intelectualmente deshonesto. El conflicto se hacía peor cada vez que
veía a esos cristianos desagradablemente felices. ¿Le ha tocado tener
gente feliz a su alrededor cuando usted está triste? ¿No es cierto que
eso lo afecta a uno? Bueno, a mí me afectó, y muy pronto supe que tenía
que hacer una decisión pues ya me era imposible dormir. Llegué al
convencimiento de que tenía que quitar eso de mi cabeza, pues de otro
modo quedaría malo de la cabeza. Tenía dos elecciones. Podía
invitar a Jesucristo a entrar a mi vida como Salvador y Señor. O, podía
rechazarlo. Me alegro de haber tenido
suficiente sentido común para evaluar la situación. Durante 19 años
había estado insatisfecho con mi vida, y he aquí un grupo de personas
que decían haber hallado la respuesta a la vida en Jesucristo. Llegué a
la conclusión de que sería un necio si no probaba a Dios. Comprendí que
si yo hubiese sido la única persona en el mundo entero, Jesucristo
habría muerto por mí. Una noche de diciembre, a las
8:30 P.M., llegué a ser un cristiano. Primero, me aseguré de que mis
amigos no estaban mirando. La única vez que ellos me habían visto de
rodillas era cuando estaba ajustando el televisor, pero esa noche yo me
puse de rodillas y oré, "Gracias, Señor Jesús,
por morir en la cruz por mí." Luego le dije a Dios que sabía
que era un pecador, ¡qué cosa! esa palabra solía ponerme fuera de forma.
La idea que tenía del pecado era que se trataba de mentir, matar,
cometer actos inmorales, etc. Pero el pecado es básicamente una actitud
de indiferencia hacia Dios. De modo que le pedí que me perdonara. Luego oré,
"Jesús, te invito a venir a mi vida como Salvador
y Señor. Cambio mi voluntad por tu voluntad." Finalmente, por
fe, le di gracias por entrar a mi corazón. Nada sucedió. No hubo un
relámpago descendiendo del cielo. No me brotaron alas, y no salí
precipitadamente a comprar un arpa. Pero en seis meses a un año, mi vida
entera estaba revolucionada. Comencé viendo cambios en unos
seis a ocho días. Tenía una gran intranquilidad mental, y siempre tenía
que estar en algún lugar, o con alguien. No podía estar a solas con mis
propios pensamientos. Mi mente parecía un laberinto. Pero cuando hice
esa decisión por Cristo, hubo paz, quietud, en mi mente. Esto no quiere
decir que no tuviera conflictos, sino que tuve la capacidad de encarar
los conflictos, tuve paz. Es difícil describirlo; sencillamente uno
tiene que experimentarlo por sí mismo. Yo había tenido mal genio, y
había estado constantemente metiéndome en dificultades y saliendo de
ellas. Pero después de llegar a ser un cristiano, podría hallarme a
punto de perder la compostura, cuando reaccionaba de súbito
tranquilizándome, y mis amigos lo notaron. Pero mis enemigos lo notaron
mucho más pronto. También tenía mucho odio. No era
algo que siempre se manifestara abiertamente; sino mas bien un efecto
corrosivo interior. Despreciaba al hombre negro, al amarillo, al rojo,
al blanco. ¿Por qué? Porque cualquiera que fuese diferente de mí era una
amenaza para mí; me encontraba inseguro. Pero había un hombre que era el
compendio de todo cuanto yo aborrecía — mi padre. Para mí, él era el
borracho del pueblo. Mis amigos del liceo hacían bromas respecto de él,
constituyéndolo en el hazmerreír del pueblo. Yo me reía, pero en mi
interior estaba llorando. A veces cuando recibíamos visitas en casa, yo
ataba a mi padre en el establo y decía a la gente que él andaba en un
trámite de importancia. Llegué al extremo de tratar de envenenarlo
varias veces, poniendo veneno en sus botellas de whisky. Pero cuando llegué a ser un
cristiano, de algún modo el amor de Dios tomó ese odio y lo convirtió en
amor — en un amor tan fuerte que pude mirar a mi padre directamente a
los ojos y decirle, "Papá, te amo."
Eso lo sacudió de veras. Seis meses más tarde tuve un
serio accidente automovilístico. Cuando mi padre entró a mi habitación,
dijo, "Hijo, ¿cómo puedes amar a un padre como
yo?" Y dije,
"Papá, hace seis meses yo no tenía la capacidad de
hacerlo. Pero por medio de Jesucristo puedo amarte, y a los demás
también." Le expliqué cómo Cristo me había
cambiado desde adentro hacia afuera; y 45 minutos más tarde él se ponía
de rodillas y dedicaba su vida a Jesucristo. Cuando alzó sus ojos, era
literalmente un hombre cambiado. Era como si alguien se hubiera agachado
y se hubiera convertido en un foco de luz. Después de eso tocó el whisky
sólo una vez. Murió trece meses más tarde, pero en aquellos pocos meses,
decenas de personas en mi pueblo natal y en los alrededores dedicaron
sus vidas a Cristo a causa del cambio experimentado en la vida de mi
padre. Por esto es por lo que creo que
Jesucristo es el más grande revolucionario que haya existido. Por esto
creo que la mayor inversión que puedo hacer de mi vida es compartir mi
fe con la mayor cantidad de hombres y mujeres con que pueda hacerlo. En otro tiempo yo estaba
continuamente en movimiento a causa de mi intranquilidad. Ahora estoy en
acción por una razón diferente: quietud. He logrado tener una mente
satisfecha.
Joshe McDowell es, hasta la fecha, autor de más de 65 libros.
Entre sus libros más populares están "Evidencia que exige un
veredicto", "Respuestas a preguntas difíciles" y "Razones",
publicados por Editorial Vida. Josh ha sido representante viajero de
Cruzada Estudiantil para Cristo durante treinta y tres años, y dirige el
Ministerio Internacional Josh McDowell. Josh y Dottie, su esposa durante
veinticinco años, residen en Dallas con dos de sus cuatro hijos. |
Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"
Apologética Cristiana - ® desde Junio 2000
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