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Verdadera libertad por Iván David Amadé |
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Iván David Amadé. Nacido en Chacabuco, Argentina, testigo de Jesucristo. |
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Fui
creciendo y algo ya no era igual. Una angustia desconocida hasta
entonces apareció en escena. Era el conocimiento de la maldad que, a
medida que tomaba conciencia, veía también como empezaba a destruirme.
A
los doce años con un amigo
salíamos a robar en los
almacenes, al principio eran solo golosinas y cosas pequeñas; después
fue abrir con un cuchillo la cerradura de un auto para robar la carga
que llevaba y todo explotó
cuando entramos a un almacén de mi barrio llevando mercaderías, dinero
y fichas de flippers. Esa vez nos agarraron. Ahí me di cuenta donde
estaba parado, en la
entrada de un camino que si lo seguía transitando, me conducía donde
yo no quería ir. Arrepentido profundamente me propuse ser
diferente, elegir amigos
y actividades que me alejaran de esas cosas.
Cuando
no podía dormir por mi
cabeza que divagaba tanto,
salía a caminar antes que me encuentren hablando con cualquier objeto o
sólo en mi «torre de marfil». Otras veces, me quedaba en mi cuarto
escribiendo relatos o
dibujando; pasaba toda la noche así
hasta que podía salir de mi casa sin despertar sospechas o que
me vean raro. Ya cuando aparecía públicamente, era porque el efecto
había pasado o lo lograba controlar.
Entrada la tarde o la noche, la
historia volvía a comenzar. Diecisiete
años y como consecuencia de mi manera de vivir,
fracasé en mis estudios que abandoné por dos años, los
cuales viví como acabo de
contar. Mi
familia impotente, nada podía hacer sino ver mi ruina que iba «in
crescendo» en medio de una relación quebrada y arruinada por mi
conducta, ya no sabían lo que podría pasar, es más, no se si
algo les sorprendería de mí. El
descuido físico, el cruel
y despiadado trato a mi cuerpo, corazón y mente por el indiscriminado
bombardeo de drogas, tabaco en cantidad, el alcohol;
todos mis «amados excesos», patrones de vida y alimentación, la
angustia de una existencia a la que no le hallaba sentido, la amargura,
los nervios destrozados corroyéndome
por dentro, la explosión de los conflictos familiares que
había causado y el haber perdido otro año de estudios me
llevaron al borde del abismo. El
empujón que faltaba lo dio el meterme abruptamente al consumo de
cocaína. Tenía todos los días, duró el tiempo suficiente para
enfermarme, todo mi dinero
se iba tan rápido como se toma una línea. Mi
cuerpo y mente pedían a gritos parar.
Por las noches
sufría unos ataques (luego
supe que se le llama agorafobia) que
me era necesario salir de donde estaba y caminar, respirar hondo
porque parecía que mi corazón iba a estallar, mi mente se desbordaba
hacia la locura y la desesperación. Imposible sería describirte
las terribles y espantosas cosas que pasaban
por mi cabeza en esos eternos minutos, cada pasillo era
inmensamente largo, cada calle, como un río enfurecido que no permitía
el paso con vida a nadie, mis pies que se hundían en el suelo o se iban
por cualquier parte y mi respiración cada
vez más agitada como así también la aceleración del pulso y los
latidos del corazón. Buscaba en esos momentos estar cerca de gente o de
una clínica para que me
auxiliaran en caso de desvanecerme. Así
era, tarde tras tarde, noche tras noche. Me despertaba sobresaltado,
ahogado y tenía que salir
desesperadamente afuera para
respirar. Pedí
tregua a Cristo una
noche cuando me encontré en
el punto donde todo lo acumulado en esos años parecía que iba a
explotar. Las
pulsaciones, los latidos, el
sudor frío por todo mi cuerpo y una sensación de que había pasado el
límite de mi resistencia
me despertaron a la realidad de lo que había hecho con mi vida.
Entendí que podía pasar cualquier cosa, para ser mas claro, creí
que moriría o que me volvería loco. La
noche siguió su transcurso y por un momento creí que todo había
pasado, hasta que a bordo
de un taxi me volvió a tomar ese ataque pero esta vez fue más fuerte
que nunca y le pedí al chofer que me bajara, le pagué, no coordinaba
los movimientos, el muchacho que me acompañaba para una «transa» se
asustó y también creyó que iba a morirme. Fuimos a una casa donde nos
habíamos dado cita, tuve miedo de tomar
una línea más y la rechacé. Allí
encuentro un material que cierto predicador nos había entregado en la
calle, leo en su reverso: «El Señor me llama, debo ir»,
violentamente lo dejé sobre la mesa
porque no quería seguir leyendo, no quería enfrentar a Dios en
esa condición. Sentía la muerte impregnada en mí. Sentí por primera
vez con total certeza que
Dios es real y que ni un solo detalle de mi vida se le había escapado,
nunca estuve tan consciente de lo que hice de mi
vida como en ese momento. Vendí
todo y me fui de ese lugar, tranquilo,
sin nada encima. Un
cocainómano desesperado me llama a
gritos desde su auto para poder conseguir algo.
Sentí una profunda
tristeza por lo que estaba causando a mi vida y a
la sociedad, formando parte de un sistema diabólico de
autodestrucción y autoengaño. Desde
que oí el Evangelio y entendí
que era algo real y no religión , mi vida se transformó en
una huida de algo que no quería enfrentar y un continuo intento
de anestesiar mi conciencia. Pero esa
noche me alcanzó. La
verdad de Dios que había intentado negar estaba ahora tan real ante mí
como este texto que lees. Allí
me enfrenté con la mayor responsabilidad
de toda vida humana para con Su
Creador: había entendido el mensaje del Evangelio y
tenía que aceptar al Salvador si quería ser salvo
y libre. Lo recibí. Le dije: « si debo
elegir, elijo por Cristo», le pedí que me librara de esa
ola de terror y de la ruina de mi
vida. No
tenia idea de la tremenda
decisión que había tomado y de lo que me sucedería
de ahí en más. Días
más tarde tuve un sueño: en un clima de guerra se oía una voz que
tronaba diciendo: « y se levantaran reino contra reino y nación contra
nación », recordé que
eso es parte de la profecía bíblica acerca del tiempo del retorno de
Jesucristo y el fin (S. Mateo 24 : 7), esto me despertó a la realidad
de que ya estamos en ese tiempo por lo cual fui a visitar a alguien que
me habló con mucha insistencia la Palabra de Dios. Le cuento lo
sucedido y leímos en
La Biblia el texto
completo. Algo
indescriptible me sucedía al oír
la Palabra de Dios, un vacío en mi interior
se iba llenando al oír cada versículo, sentía
como mi alma se alimentaba y refrigeraba al encontrar allí el
mensaje de salvación. Cada vez que me sentía mal, iba a visitar a esa
persona y le pedía que hablara de Cristo. Me iba lleno de una
paz inexplicable. Esa
tarde fui a una carnicería y al dar vuelta
los papeles de diario que se usan para envolver, hallo un
artículo sobre una secta que
intentaba infundir el pánico y recordé otra parte de la profecía de
Jesucristo: «y vendrán muchos en mi nombre...
y a muchos engañaran» (S. Mateo 24:5). Esto
me llamó poderosamente la
atención y comprendí lo que significaba el gran
movimiento de sectas y tantas religiones diferentes. Aun no
terminaba, porque a la noche en un bar encuentro el mismo diario
mientras contaba lo sucedido en el día. Aunque
no asistía a ninguna
Iglesia y prácticamente no había
contado a nadie acerca de mi fe, Cristo
ya había tomado mi vida. Al poco tiempo dejé la cocaína porque, sin
yo saberlo, su
poder adictivo se había cortado. No volví a probarla jamás.
Una
tarde me volví atrás en algo:
saco de la basura el resto de un porro que había tirado y lo
fumo antes de hacer un viaje que
había planificado; era poco, una “tuca”, pero cuando entro a la
casa, me veo obligado a escapar de allí. Otra vez el pánico, las
palpitaciones y ese ahogo que me obligaba a caminar sin detenerme. Esto
me impidió viajar, porque al acercarme al lugar de partida aumentaba,
pero curiosamente, al alejarme disminuía. El ahogo y las
pulsaciones subieron como nunca y en menos tiempo, ya nada parecía
calmarlo. Veo de repente , una persona predicando y oigo una voz
que tronaba: «lo que ellos te dijeron es verdad». Esta
vez creí que moriría de
verdad, entendí más aun la
seriedad del asunto y lo que Dios
me demandaba: entregarme de lleno a vivir la vida de Cristo en
obediencia a Su Palabra. Ese
domingo fui a la Iglesia. Las palabras del predicador parecían
preparadas exclusivamente para mí, instándome a que no sea una noche más.
Me retiré al finalizar la reunión, pero a
las tres cuadras, regresé, porque sabía que esa
era mi gran oportunidad y no quería, ni podía dejarla pasar. Le
comuniqué al pastor sobre mi decisión por Cristo, oramos juntos
y me uní a esa congregación. Esa
noche, fue inolvidable, dejé las drogas totalmente
y algo maravilloso comenzó a producirse en mi interior con una
fuerza sobrenatural mayor de lo que había experimentado hasta ese
momento, día a día podía ver como cosas que no podía vencer, ahora ya
no estaban mas y pude
perdonar a personas que habían marcado terriblemente mi vida. Al
poco tiempo dejo de tomar alcohol,
y me quedaba sólo
un vicio por abandonar hasta que una tarde, salgo de mi casa y
enciendo el tan deseado cigarrillo de después de almorzar. Sentí
algo muy fuerte que me decía: «este es tu momento».
Creyendo solamente que Dios se encargaría del resto, tiro el
cigarrillo, luego el atado y renuncio en el nombre de Jesús
a ese vicio. Fue luego como si nunca en mi vida hubiese fumado. Pero
eso no era todo, porque a los pocos días me animé a salir de mi casa o
ir al colegio sin tomar un tranquilizante que me habían recetado para
mis ataques de cada noche, parecía que jamás podría estar en paz sin
la ayuda de una pastilla, pero Cristo dijo: «La
paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da»
(S. Juan 14:27). Ya no
las necesité.
Dios
me fue enseñando como sus
promesas y bendiciones se cumplían en mi vida,
hallé respuestas a dilemas de la humanidad,
encontré cosas que se descubrieron o sucedieron
en este siglo pero que ya estaban dichas cientos de años antes.
Entendí el porqué de la
situación actual y lo que debe hacer cada uno al respecto. Encontré vivo
y activo al Dios de la Biblia y entendí que su mensaje
a la humanidad es real y
urgente, por esa razón te lo anuncio y lo certifico hoy contándote
como Cristo dio un sentido y un propósito a mi vida.
Por esa misma razón
quiero que sepas que
la salida para tu vida, se llama Jesús. Búscalo. Recibe esta
nueva vida hoy mismo. Llámalo donde estés, con tus palabras.
Está ahí para socorrerte, como a mí...
Iván
iv[email protected]
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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"
Apologética Cristiana - ® desde Junio 2000
http://www.conocereislaverdad.org