De: Alberto Jenny
Para: [email protected]
Fecha: Viernes, 14 de Febrero de 2003
02:47 PM
Asunto: FW: Hay noticias acerca de
Usted, don Daniel, y nuevamente no queda impecalbe...
etc.
Ayer, en el fluido envío «emails» de su parte, Sr. SAPIA, no todos
pudieron ser respondidos. Ante su insaciabilidad de respuestas
[1]
-pues prometíle <en lo razonable>, siempre mi contestación-, heme
aquí. Unos profesores, que están preparando una tesis doctoral sobre
este intercambio, en permanencia actualizado les tengo- sigilo
profesional.
¿Cómo contentarlo, -es una pregunta pertinente- don Daniel?
Rige en este caso la vieja norma “no hay que intentar contentar a
los que no se van a contentar” ¿será por picardía, capricho,
ficción, fanatismo? ¿Llega a comprender la
dimensión
anormal en la adicción a escribir,
con tal de y cuyo texto “porteñista-bautista”
zarandeado queda? No sé si es una picardía propia a
obtener
beneficios a costa ajena,
cubriendo la
mala
acción
con buenas formas, o para poder seguir consiguiendo sus fines;
el pícaro
quiere mostrar a su víctima que lo ha engañado y burlado, que ha
hecho el primo, que ha quedado por encima, aunque esto le cueste no
poder continuar la explotación. Hay un elemento poco utilitario, que
sacrifica la conveniencia al placer de mostrar que «se ha salido
con la suya”. ¡Insatisfacción es!
Este
elemento de
hostilidad,
de
agresividad,
me parece esencial, y es el revelador del
resentimiento
que aqueja a este tipo de pícaro,
no al «niño inocente». El pícaro no tiene buena idea de sí mismo;
siente un profundo descontento de su realidad, no se estima, y
procura conseguir algo equivalente a costa del prójimo, mismo
bajo
calumnia.
El
perpetuo mentiroso,
el que procura zaherir no desdeña descubrir para pintarse que sabe
algo; inventa, teje y copia por todos los medios (fotografías,
letras, montajes, periódicos, libros, colages, etc.)
en la insaciabilidad de utilitarismo
propio para, a los que no son como ellos –es decir, a casi todos-
agredir con
charlatanerías,
presunción de amabilidad, siendo
un gran
titiritero,
y, sobre temas bíblicos,
un decadente
volatinero.
El hombre necesita un grado, aunque sea muy modesto, de satisfacción
de sí mismo. Por lo menos, de estar «en paz consigo mismo». El
indicio más visible y claro es ocuparse sobre todo de otras personas
o de cosas que no son «suyas», que no tienen que ver directamente
consigo mismo. El que no piensa más que en sí mismo y en lo que le
pertenece –o cree que debería pertenecerle- descubre una anomalía,
una percepción deformada de lo real, una incapacidad de vivir
verdaderamente en el mundo con toda su complejidad y riqueza.
Allí es cuando –sin pitos ni flautas- calumnian, ofenden, dicen…
Dicen estupideces vestidas de angelicalismos que parecen más a
textos de las prosas en las murgas porteñas que una reflexión acerca
las Sagradas Escrituras bíblicas;
siempre en el mismo tenor, sean de las “escolas bautistas,
americanistas, iluministas, o de las diosas guarecidas en el
Himalaya, o conservadas en una atlántida etérea.
Sr. Sapia, sín mucha fatiga, su
celo
proselitista
apela una acción profesional que Usted sugiere a los demás;
un sello
fatal que alguna ciencia le podrá sanar,
o al menos, aliviar, si aún es tiempo.
Las alteraciones de la percepción son sumamente graves, y casi
siempre responden a un malestar de la percepción propia. La vida
humana es «transitiva»: parte de sí misma, de su centro, pero se
dispara en varias direcciones, hacia personas, cosas, asuntos,
problemas, metas. Una persona sana dedica la mayor parte de su
atención a lo que no es ella; al hacerlo, claro es, está presente,
pero precisamente en la forma de verterse sobre lo ajeno; la
culminación de esto es el amor efusivo, lo más precioso que nos es
posible. Por eso el hombre sano, incluso cuando es ambicioso,
consiste primariamente en sus proyectos. Quiere «hacer» algo, que
sea interesante y valioso por sí mismo, aunque lo haga contando con
que vierta sobre él alguna –gloria-, cierto resplandor. La escasez o
pobreza de proyectos es otro síntoma de anormalidad. Y esto hace que
los «propósitos», lo que se proponen los descontentadizos
incurables, sea siempre algo negativo, sin contenido propio, casi
siempre sin porvenir, una especie de «clausura» sin horizonte. Esta
actitud es terriblemente monótona, y por eso fatigosa. Por lo
pronto, para el que la padece, porque se mueve en un espacio
angostísimo, dando vueltas y vueltas a lo mismo, encerrándose en el
propio descontento, sin abrirse al resto de la realidad, sin querer
darse ni recibir nada de ella. Al cabo de algún tiempo, se vive en
una fantasmagoría que se convierte en lo que podría llamarse una
«prisión interna». Y esa fatiga se extiende a los demás, a los que
tienen que convivir con los eternos descontentadizos. Ya se sabe lo
que van a hacer, lo que van a decir: está previsto, sin esperanza de
novedad y sorpresa. Y sin esperanza de cambio, de llevarlos a una
visión real y razonable de las cosas. Lo cual no puede tener sino
malas consecuencias. Hay un momento en que se siente que ante esa
actitud hay que «dejarla por imposible», es decir, renunciar a
superarla.
No es fácilmente curable esa disposición de ánimo, que además es
contagiosa; puede partir de un núcleo reducido, acaso mínimo, y
difundirse, nutriéndose de sí misma. Pero hay que intentarlo
siempre, sin descanso. Los estados de sonambulismo pueden tener
remedio. En todo caso, y es lo mínimo, no hay que favorecerlos. Creo
que una de las causas principales del incremento de estos fenómenos
es que se les da excesiva resonancia. Se habla de ellos mucho más de
lo que merecen, de lo que su realidad justifica. Cada acto «veros o
falsos» de agresividad se publica, comenta, repite, multiplica, y
así prolifera. Mientras se calla sobre casi todo lo que es
interesante –no digamos si es cordial, generoso, efusivo-, se vuelve
morosamente sobre lo que no merece más que silencio; piadoso
mientras sea posible, mientras no llegue a un límite que ya no lo
permita.
Hay que volver al buen sentido y al «amor justo» del inocente. Hay
que atreverse a irradiar la maravillosa luz diáfana y madura, que
sobre todo vierte la Sagrada Escritura, enseñada por la santa Madre
Iglesia Católica, Apóstólica desde hace 2.000 años.-
Al sufrir de insomnio, leeré sus respuestas,
Sr. Daniel
Sapia, recordándole que
propalar sus conjeturas y falacias, es obra de malvados o de tontos.
Ni un
terrorista de los de Dostoyevsky
tiene
el cerebro tan averiado,
como el autor de ciertas páginas bautistas,
Dios gracias, forzosamente no todas las protestantes, de tal tenor.-
Muy respetuosamente, ardiendo de deseos de no tener que responder
[2]
burdos
atropellos conocidos antes del Paleolítico:
A. ROMEGIALLI JENNY, sf.jms, dkef, dlçiuz.
[3]
2003-02-14
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