El Canon Bíblico
Evidencia del canon hebreo por Fernando Saraví |
El conjunto de la evidencia muestra que en tiempos de Jesús los hebreos ya sabían qué libros [del AT obviamente] eran canónicos y cuáles no. Después de Jesús solamente hubo entre los judíos algunas discusiones acerca de la permanencia en el canon de algunos libros como Esther y Eclesiastés (que permanecieron) pero en ningún caso se consideró agregar nada. He aquí una presentación de la evidencia, ordenada en forma aproximadamente cronológica.
I. El testimonio de los Libros Eclesiásticos (Deuterocanónicos o Apócrifos)
Este es mi deuterocanónico/apócrifo favorito (sin ironía). En el prólogo del traductor, leemos: "Muchas e importantes lecciones se nos han transmitido por la Ley, los Profetas y los otros que les han seguido, por los cuales bien se debe encomiar a Israel por su instrucción y sabiduría. Mas como es razón que no sólo los lectores se hagan sabios ... mi abuelo Jesús, después de haberse dado intensamente a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros libros de nuestros antepasados ... se propuso también él escribir algo en lo tocante a instrucción y sabiduría...” Eclesiástico, Prol. 1-12. Aquí se menciona, en un documento del siglo II a.C., la división tripartita del AT –Ley, Profetas y otros Escritos- de la cual el autor habla como cosa conocida a sus lectores. Pero además prosigue: "Estáis, pues, invitados a leerlo con benevolencia y atención, así como a mostrar indulgencia allí donde se crea que, a pesar de nuestros denodados esfuerzos de interpretación, no hemos podido acertar en alguna expresión." Eclesiástico, Prol. 15-20. Esta clase de disculpa por un trabajo posiblemente defectuoso no se escucha jamás en ningún libro del canon palestino.
Igualmente, en otro apócrifo/deuterocanónico, 2 Macabeos, se apela a la buena voluntad del lector: "..esperando la gratitud de muchos, soportamos con gusto esta fatiga [de resumir] , dejando al historiador la tarea de precisar cada suceso y esforzándonos por seguir las normas de un resumen.” (2:27-28). “...yo termino aquí mi relato. Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible.” 2 Macabeos 15:37-38. Los autores de los libros canónicos hablaban de parte de Dios y decían lo que Él les mandaba, sin ningún tipo de disculpas. Es claro que los autores de estos libros tenían conciencia de estar escribiendo por su propia cuenta.
El libro primero de los Macabeos, uno de los que son considerados deuterocanónicos por la Iglesia Católica, da testimonio en reiteradas oportunidades de la convicción de su autor de la ausencia de profetas en su tiempo. Las siguientes citas (con negritas añadidas) provienen de la Biblia de Jerusalén: "Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo para evitar un oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Lo demolieron, pues, y depositaron sus piedras en el monte de la Casa, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que diera respuesta sobre ellas." 1 Macabeos 4:44-46. "Con la muerte de Judas asomaron los sin ley por todo el territorio de Israel y levantaron cabeza todos los que obraban la iniquidad. Hubo entonces un hambre extrema y el país se pasó a ellos ... Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas." 1 Macabeos 9:23s, 27. "En consecuencia, el rey Demetrio le concedió [a Simón] el sumo sacerdocio ... a los judíos y a los sacerdotes les había parecido bien que fuese Simón su hegumeno y sumo sacerdote para siempre hasta que apareciese un profeta digno de fe..." 1 Macabeos 14:38,41. El autor del libro es un judío palestino quien probablemente escribió no mucho después de los sucesos que narra, probablemente a fines del siglo II a.C. Según la Introducción de la Biblia de Jerusalén, con las precauciones del caso, 1 Macabeos «es un documento precioso para la historia de aquel tiempo». Ya que los profetas eran los hombres que hablaban de parte de Dios, la convicción de una ausencia de profetas en su propio tiempo, junto con la esperanza de que en el futuro reaparecerían, es un fuerte testimonio a favor de la idea de que a fines del siglo II a.C. ya se consideraba cerrado el canon de las Escrituras.
Filón de Alejandría fue un destacado filósofo judío helenista (ca. 20 a.C. – ca. 50 d.C.). Es un testigo importante del canon por tres razones (1) su vida se superpone en el tiempo con la vida terrenal de Jesús ; (2) era judío y vivía en Alejandría, la supuesta cuna del hipotético canon más extenso del Antiguo Testamento; y (3) conocía y utilizaba profusamente las Escrituras. David M. Scholer, en el prólogo de la traducción de las obras completas de Filón al inglés, hace las siguientes observaciones: «La preocupación de Filón de interpretar a Moisés muestra constantemente tanto su profunda devoción y compromiso con su herencia, creencias y comunidad judías, como también refleja su uso desembozado de categorías y tradiciones filosóficas ... La discusión erudita de si Filón es primariamente judío o griego está en realidad desorientada. En tiempo de Filón mucho del judaísmo estaba significativamente helenizado. El compromiso de Filón con la Ley de Moisés y la pasión por ella era genuino y rector. Filón bebió también profundamente en la fuente filosófica de la tradición platónica y la vio como fortalecedora y profundizadora de su entendimiento de la Ley de Moisés... Filón es significativo para la comprensión del judaísmo helenístico del primer siglo d.C. Es la principal figura literaria sobreviviente del judaísmo helenizado del período del segundo Templo del judaísmo antiguo. Filón es crítico para entender muchas de las corrientes, temas y tradiciones interpretativas que existían en la Diáspora y en el judaísmo helenístico. Filón confirma el carácter multifacético del judaísmo del segundo Templo; no era ciertamente un fenómeno monolítico. El judaísmo, a pesar de sus preocupaciones por la pureza y la identidad étnica con referencia a la Ley de Moisés, también halló considerable libertad para participar en muchos aspectos de la cultura helénica, como tan claramente lo evidencia Filón. Filón es asimismo valioso para entender la iglesia primitiva y los escritos del Nuevo Testamento, especialmente los de Pablo, Juan y Hebreos. A veces se olvida que los documentos del Nuevo Testamento fueron escritos en griego por autores que eran judíos (desde luego ahora comprometidos a entender a Jesús como Cristo y Señor), quienes eran parte de la cultura helenística del mundo grecorromano. La mayor parte de las iglesias primitivas reflejadas y descritas en el Nuevo Testamento eran parte de la trama social del mundo helenístico grecorromano. Precisamente porque Filón es un judío helenístico, es esencial para los estudios del Nuevo Testamento. La Iglesia cristiana fue la preservadora primaria de los escritos de Filón, quien era virtualmente desconocido para la tradición judía desde luego de su propio tiempo, hasta el siglo XVI.» The Works of Philo- Complete and unabridged. Transl. C.D. Yonge; New Updated Version. Peabody: Hendrickson, 1993, pp. XIII; negritas añadidas.
Mediante la interpretación alegórica, Filón propuso una forma de compatibilizar las enseñanzas de los filósofos paganos con la revelación bíblica. Por esta razón, en sus escritos se encuentra un gran número de citas bíblicas. La mayor parte de sus citas bíblicas provienen de la Torah o Pentateuco, aunque también cita Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, los Profetas Menores Oseas y Zacarías, los Salmos, Job, Proverbios y el rollo de Crónicas-Esdras-Nehemías. En el índice de la edición de sus obras completas ya citada (pp. 913-918), se cuentan aproximadamente mil citas de las Escrituras, lo cual da una idea de la intensidad del empleo de estos textos por parte suya. Dados todos los hechos señalados acerca de Filón , puede ser una gran sorpresa para algunos que este judío helenístico, contemporáneo de Jesús, que vivió precisamente en Alejandría, jamás cita ninguno de los libros que supuestamente pertenecían al “canon alejandrino”. La ausencia de citas de los libros deuterocanónicos en Filón es todavía más notable cuando se piensa que algunos de estos libros, como por ejemplo, la Sabiduría de Salomón o el Eclesiástico, hubiesen provisto sobresaliente material documental para su propia tesis de la compatibilidad entre la filosofía griega y la revelación bíblica. El hecho de que Filón no emplease estos libros, que de seguro le eran conocidos, es en extremo difícil de explicar de no haber habido en Alejandría un consenso acerca de los libros canónicos esencialmente igual al de Palestina.
Pierre Grelot explica: "La palabra targum pasó al arameo y luego al hebreo a partir del acadio targumanu, el «intérprete», que se designaba a sí mismo con una palabra de origen extranjero (hitita). En el judaísmo se la utiliza para hablar de todo un sector de la literatura rabínica que presenta «traducciones interpretativas» de los libros sagrados. Traducciones, porque los libros sagrados siguen estando en su base; se trata de hacerlos inteligibles a gentes que no leen el hebreo, oralmente o por escrito; interpretativas, porque no se trata, al menos muchas veces, de traducciones literales, sino de textos en los que la interpretación del original se ha incorporado a la lectura mediante ampliaciones más o menos extensas." Pierre Grelot, Los tárgumes. Textos escogidos. Estella: Verbo Divino, 1987, p. 5
No hay, en cambio, targumes tempranos que expliquen los libros deuterocanónicos. Los pocos que existen son tardíos, se basan en el texto griego de Tobit y en las adiciones a Daniel y la oración de Ester. Por tanto, el uso de las Escrituras parafraseadas en la liturgia hebrea, corrobora la autenticidad del canon hebreo del Antiguo Testamento.
Si bien el exacto proceso de agregado de los deuterocanónicos/apócrifos al canon hebreo por el uso de la Iglesia antigua genera muchos interrogantes, lo que queda claro es que tales adiciones carecen por completo de autoridad por parte del Señor Jesús, de los Apóstoles o de los autores del Nuevo Testamento, ni explícitamente ni por vía de ejemplo a través de citarlos como Escrituras. En cambio, es una evidencia indirecta del canon hebreo palestino, sobre el cual a todas luces sí existía un consenso en el siglo I, el modo en que Jesús hizo referencia al primer y al último mártir según el orden tradicional hebreo: "Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el santuario. Sí os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación." Lucas 11:49-51 Jesús se refiere aquí a todos los justos y enviados de Dios que sufrieron el martirio según las Escrituras. La frase griega apo haimatos Abel eôs haimatos Zajariou, «desde (la) sangre de Abel ... hasta (la) sangre de Zacarías» (Lucas 11:51 = Mateo 23:35) parece abarcar la totalidad de los mártires del Antiguo Testamento, desde Abel a manos de su hermano Caín, hasta el de Zacarías, que se narra en 2 Crónicas: "Yahveh les envió profetas que dieron testimonio contra ellos para que se convirtieran a él, pero no les prestaron oído. Entonces el Espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá que, presentándole delante del pueblo, les dijo: «Así dice Dios: ¿por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito, pues, por haber abandonado a Yahveh, él os abandonará a vosotros». Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey le apedrearon en el atrio de la casa de Yahveh." 2 Crónicas 24:17-21 Sin embargo, la referencia a Abel y Zacarías como el primer y el último mártir, respectivamente, registrados en las Escrituras no es cronológica. Hay al menos un mártir posterior a Zacarías, a saber, Urías, hijo de Semaías, quien fue asesinado en el siglo VII a.C., durante el reino de Joacim (Jeremías 26:20-24); en tanto que Zacarías había sido martirizado mucho antes, en el siglo IX a.C., durante del reino de Joás en Judá. ¿Cómo ha de entenderse entonces la referencia de Jesús a Abel y Zacarías? La amplitud de la lista de mártires no es evidente en el Antiguo Testamento de nuestras versiones modernas, pues el orden de los libros difiere del orden hebreo. En el Antiguo Testamento de la mayoría de las ediciones modernas, los libros de los Profetas van al final, comenzando por Isaías y finalizando con Malaquías. En cambio, los 24 libros del canon hebreo (que corresponden a los 39 de las Biblias protestantes) se ordenaban como sigue:
En otras palabras, aquí Crónicas figuraba al final de la lista. La abarcativa expresión de Jesús adquiere sentido cuando, en el contexto de juicio por la sangre inocente derramada, se entiende como referida al primer y último asesinato registrado en las Escrituras, según el orden tradicional del canon palestino: decir «desde Abel hasta Zacarías» era equivalente a «de Génesis a Crónicas», o sea desde el primer hasta el último libro del canon del Antiguo Testamento. Es como si hoy dijésemos, según el orden tradicional de nuestro Antiguo Testamento, «De Génesis a Malaquías». Luego estas palabras del Señor implícitamente corroboran el canon hebreo, y no el llamado alejandrino. Una evidencia adicional de lo dicho proviene del hecho de en que los grandes unciales Sinaítico (Alef, siglo IV) y Alejandrino (A, siglo V) que contienen libros de los Macabeos, éstos se encuentran después de Crónicas. Por tanto, si Jesús hubiera admitido el supuesto canon alejandrino (con deuterocanónicos) los últimos mártires, tanto cronológicamente como según el orden de los libros, hubiesen sido los héroes macabeos como Judas o Jonatán. Cabe notar que, aunque el Nuevo Testamento no da un canon o lista autorizada de libros considerados inspirados para lo que llamamos Antiguo Testamento, la evidencia indirecta sugiere firmemente un canon definido y ya fijado de libros a cuya autoridad era válido apelar.
Un pasaje (Juan 10:35) en el cual se emplea el término “escritura” parece referirse al canon del AT en su conjunto: “y la Escritura no puede ser quebrantada.” De igual modo la expresión “la ley y los profetas” es a menudo empleada en un sentido genérico refiriéndose a mucho más que meramente la primera y segunda divisiones del AT; parece más bien referirse a la antigua dispensación en su conjunto; pero el término “la Ley” es el más general de todos. Se aplica frecuentemente a todo el AT, y aparentemente tenía en tiempos de Jesús entre los judíos un lugar similar al que el término “la Biblia” tiene entre nosotros. Por ejemplo, en Juan 10:34; 12:34; 15:25, textos de los profetas o aún de los Salmos son citados como parte de “la Ley”; en 1 Corintios 14:21 también, Pablo habla de Isaías 28:11 como de una parte de “la Ley.” Estos nombres y títulos, consecuentemente, son extremadamente importantes; jamás son aplicados por escritores del NT a los apócrifos.» G.L. Robinson y Roland K. Harrison, Canon of the Old Testament. En G.W. Bromiley, Ed.: International Standard Bible Encyclopedia, Rev. Ed. Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 1979, 1: 597; negritas añadidas.
Casi todos los libros del AT según el canon palestino son citados individualmente en el NT. Las excepciones son Ester, Eclesiastés, Cantares, Esdras-Nehemías y los profetas menores Abdías, Nahum y Sofonías. Sin embargo, estos tres últimos formaban parte de un mismo rollo de los doce profetas “menores” que sí es citado; Esdras y Nehemías estaban unidos a Crónicas, que también es citado. En cuanto a Ester, Eclesiastés (Qohélet) y Cantares, probablemente los autores del NT no tuvieron necesidad de emplearlos. En resumen, si se los toma por sus títulos, se citan aproximadamente 80% de los libros del canon hebreo, porcentaje que se eleva a 90% si se los considera según los rollos de los que formaban parte. En marcado contraste, no hay ni tan sólo una cita de un libro deuterocanónico como Escritura en todo el Nuevo Testamento. El caso de los deuterocanónicos/apócrifos es que existen muchas alusiones a ellos en el NT (ver la lista exhaustiva de Craig A. Stevens, Noncanonical writings and New Testament Interpretation. Peabody: Hendrickson, 1993; Appendix 2, pp. 190-219), lo cual indica que no eran desconocidos para los autores sagrados. En vista de este hecho es harto significativo que, al igual que Filón de Alejandría, ellos nunca los citan como Escritura o equivalente. De hecho, los autores del NT citaron de otras fuentes, incluyendo autores paganos y obras pseudoepigráficas jamás aceptadas por los cristianos de ninguna denominación, a las cuales, desde luego, tampoco llaman “Escritura.”
El Apocalipsis de Esdras (4 Esdras) es una obra pseudoepigráfica escrita en griego en el siglo I de nuestra era, que refleja tradiciones considerablemente más antiguas. Según este escrito hebreo, Esdras recibe el total de la revelación divina en 94 libros que dicta a cinco amanuenses. Al concluir la tarea, al cabo de cuarenta días, recibe una instrucción de Dios. Por supuesto que la historia es ficticia, pero el dato interesante se refiere al número de libros en las Escrituras hebreas: "Y aconteció que cuando se cumplieron los cuarenta días, el Altísimo habló conmigo, y me dijo: Los veinticuatro libros que habéis escrito primero, hazlos públicos para que quienes son dignos y quienes no son dignos puedan leer de allí; pero los [otros] setenta los guardarás y se los entregarás a los sabios de tu pueblo." The Apocalypse of Ezra. Transl. G.H. Box. London: SPCK, 1917; 14:45-46, p. 113; negritas añadidas.
- La Torah: (1) Génesis, (2) Exodo, (3)
Levítico, (4)Números, (5) Deuteronomio.
En la misma época de 4 Esdras (fines del siglo I d.C.) el historiador judío romanizado Josefo (37-100) publicó Contra Apión o Antigüedades de los Judíos. Dice Paul L. Maier: "Josefo sigue siendo nuestra única fuente superviviente para tanta información extrabíblica, y ninguna lista le haría justicia. Arroja también una luz llena de significado sobre las tácticas romanas militares y de asedio, así como algunos detalles singulares acerca de los emperadores julio-claudios. Sabe cómo sostener el interés, incluir diálogos, plasmar descripciones gráficas, ejemplificar con cosas específicas, y en general deleitar al lector con el color, drama y excitación de Palestina en las varias eras sin evitar nada del horror de sus conquistas o de sus pendencias civiles. También sobresale en sus descripciones geográficas y arquitectónicas de la tierra y de sus estructuras en la antigüedad –áreas a veces silenciadas en las Escrituras- y su exactitud está siendo progresivamente afirmada en la actualidad por excavaciones arqueológicas." Paul L. Maier, Josefo. Las obras esenciales. Grand Rapids: Editorial Portavoz, 1994, p. 10-11.
Antigüedades de los judíos 1:42 (negritas añadidas).
En resumen ... para la época de Jesús y los Apóstoles, el número de libros estaba fijado, y a todas luces correspondía a los del Canon palestino, el único del AT que puede llamarse propiamente tal. Además, estos libros eran tenidos por divinos, y no otros. Finalmente, nos indica la fecha aproximada del cierre del canon a mediados del siglo V a.C., al mencionar el reinado de Artajerjes. En resumen, mucho antes que se ratificase el canon en Jamnia, existía obviamente un consenso entre los judíos acerca de cuáles libros debían considerarse sagrados y canónicos, y cuáles no.
Fernando D. Saraví "Conoceréis la Verdad" agradece al Hermano Fernando Saraví por la cesión de este material para su publicación Artículos relacionados, del mismo autor: - Reconocimiento del Canon del Nuevo Testamento - El Canon del Antiguo Testamento - El Canon del Antiguo Testamento antes del Concilio de Trento |
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