El Canon Bíblico
El canon del Antiguo
Testamento por Fernando Saraví |
La opinión ampliamente mayoritaria hasta el
siglo XVI es que el canon del AT como regla
I. El canon del Antiguo Testamento: siglos II y III
Más allá de lo que puede inferirse en base
al uso de determinados libros, el primer autor cristiano cuya opinión
explícita del canon del AT se ha conservado (gracias a Eusebio de Cesarea)
es Melitón, obispo de Sardis en Asia Menor (m. hacia 190). En su carta a
Onésimo da un «catálogo de los escritos admitidos del Antiguo
Testamento» que corresponde esencialmente al canon hebreo, con la
sola Un catálogo similar y probablemente contemporáneo (siglo II) , pero con el añadido de Ester, fue hallado en 1875 en el mismo manuscrito en el que se halló la Didajé, o Doctrina de los Doce Apóstoles, uno de los más antiguos documentos cristianos extracanónicos. A mediados del siguiente siglo, el sobresaliente erudito bíblico Orígenes de Alejandría, quien puede considerarse con justicia el padre de la crítica textual, afirmaba: «No se ha de ignorar que los libros testamentarios, tal como los han transmitido los hebreos, son veintidós, tantos como número de letras hay en entre ellos». Orígenes da luego una lista de tales libros que corresponden casi exactamente al canon hebreo excepto por el añadido de la «carta de Jeremías»; como parte del libro canónico del mismo nombre, y la omisión de los Profetas menores (Eusebio, Historia Eclesiástica VI, 25: 1-2). Esto último es seguramente un desliz original o de transcripción, ya que el total nombrado es de 21 y la canonicidad de dicho libro –los Doce Profetas Menores- nunca estuvo en entredicho. Dice Orígenes explícitamente que los libros de Macabeos están «aparte de estos». Hay que reconocer, sin embargo, que en la práctica, Orígenes se negó a excluir totalmente los apócrifos, porque se los empleaba en la Iglesia, como él mismo lo explica en su Carta a Julio Africano.
II . El canon del Antiguo Testamento: siglos IV y V Una evidencia de la «fluidez» del canon del AT en aquel tiempo, en lo que a los libros Eclesiásticos concierne, está indicada por los más antiguos códices existentes: el Sinaítico y el Vaticano, ambos del siglo IV, y el Alejandrino, del siguiente siglo. Estos manuscritos que son cristianos, incluyen el AT griego de la Septuaginta, la traducción judía alejandrina precristiana, pero (además de pérdidas accidentales) difieren en los libros apócrifos/deuterocanónicos incluidos. El Sinaítico incluye, además de Tobit, Judit, 1 Macabeos, Sabiduría de Salomón y Eclesiástico (Sirá), a 4 Macabeos (que nunca fue tenido por canónico), al tiempo que excluye 2 Macabeos y Baruc. El códice Vaticano excluye todos los libros de Macabeos; por el contrario, el Alejandrino incluye los cuatro libros de Macabeos. En otras palabras, en los manuscritos a veces faltan libros tenidos hoy por canónicos por la Iglesia de Roma, y en otras ocasiones se incluyen libros cuya canonicidad rechaza la citada Iglesia. Atanasio, obispo de Alejandría y campeón de la ortodoxia nicena, en su carta pascual 39ª de 367 da a los obispos africanos una lista de libros del AT similar a la hebrea, con la diferencia de que incluye Baruc y la Carta de Jeremías y omite a Ester. La lista es parecida a la de Orígenes, aunque pone a Ruth separado de Jueces. Dice Atanasio:
"Pero para mayor exactitud
debo ... añadir esto: hay otros libros fuera de éstos, que no están
ciertamente incluidos en el canon, pero que han sido desde el tiempo de
los padres dispuestos para ser leídos a aquellos que son convertidos
recientes a nuestra comunión y desean ser instruidos en la palabra de la
verdadera religión. Estos son la Sabiduría de Salomón, la Nicene and Post-Nicene Fathers, 2nd Series (= NPNF2), 4:551-552
Cirilo, obispo de Jerusalén entre 348 y 386, sigue básicamente la opinión de Orígenes, pero incluye Baruc (NPNF2, 7:27). Gregorio Nazianceno (330-390) da una lista de libros canónicos en verso, en donde reconoce veintidós libros; omite Ester (Himno 1.1.72.31). Anfiloquio, obispo de Iconio (m. hacia 394) da una lista igual a la de Gregorio, pero añade: «Junto con éstos, algunos incluyen Ester». Epifanio, obispo de Salamis en Chipre (315-403) da una lista de 22 libros similar a la anónima del siglo II mencionada más arriba (Sobre pesos y medidas, 23). En otra parte, añade como apéndice a una lista de libros del Nuevo Testamento a la Sabiduría de Salomón y a la de Sirá (Panarion 76:5). Jerónimo (346-420) fue secretario del obispo de Roma, Dámaso, entre 382 y 384. Por pedido de Dámaso, comenzó a revisar los Salmos y los Evangelios (o quizá todo el Nuevo Testamento) de la versión bíblica llamada Latina Antigua. Luego de la muerte de Dámaso, en 384, comenzó un peregrinaje hasta que se estableció en Belén (Palestina) en 386. Allí prosiguió su tarea. Comenzó con una nueva revisión del Salterio en latín conforme a la Septuaginta (LXX) . Pronto se convenció, empero, de que debía trabajar a partir del texto hebreo. Su obra de traducción del AT fue completada en 405. Al parecer no planeaba incluir los apócrifos/deuterocanónicos pero más tarde cedió al uso prevalente (eclesiástico) y realizó una traducción de Tobit y Judit «del arameo»; el resto de los apócrifos/deuterocanónicos no fue traducido por él, sino añadido por otros tal como se hallaban en la Latina Antigua. No es cierto que los incluyese por orden de Dámaso, quien había estado muerto por más de 20 años cuando Jerónimo completó su trabajo. Jerónimo enumera el canon hebreo palestino exactamente, y da cuenta de la doble numeración como 24 ó 22, según si Rut y Lamentaciones se contasen por separado o añadidos, respectivamente, a Jueces y Jeremías. Luego escribe: "Este prólogo a las Escrituras puede servir como un prefacio con yelmo [galeatus] para todos los libros que hemos vertido del hebreo al latín, para que podamos saber -mis lectores tanto como yo mismo- que cualquiera [libro] que esté más allá de estos debe ser reconocido entre los apócrifos. Por tanto, la Sabiduría de Salomón, como se la titula comúnmente, y el libro del Hijo de Sirá [Eclesiástico] y Judit y Tobías y el Pastor no están en el Canon." Jerónimo trazó la diferencia entre los libros canónicos y los eclesiásticos como sigue: "Como la Iglesia lee los libros de Judit y Tobit y Macabeos, pero no los recibe entre las Escrituras canónicas, así también lee Sabiduría y Eclesiástico para la edificación del pueblo, no como autoridad para la confirmación de la doctrina." De igual modo, subrayó que las adiciones a Ester, Daniel y Jeremías (el libro de Baruc) no tenían lugar entre las Escrituras canónicas.
Desde el tiempo de la restauración del templo entre los judíos no hubo ya reyes, sino príncipes, hasta Aristóbulo. El cálculo del tiempo de éstos no se encuentra en las Santas Escrituras llamadas canónicas, sino en otros escritos, entre los cuales están los libros de los Macabeos, que no tienen por canónicos los judíos, sino la Iglesia... La Ciudad de Dios, XVIII:36
El obispo de Roma Inocencio I, en una carta al obispo de Tolosa, Exuperio, da en 405 una lista de libros del AT que incluye los apócrifos/deuterocanónicos (con 1 Esdras). Rufino, contemporáneo de Jerónimo, en su Comentario al Credo de los Apóstoles da luego del Concilio de Cartago de 397 una lista de libros del AT que corresponde exactamente al canon hebreo. Luego precisa: Pero debiera saberse que hay también otros libros que nuestros padres no llaman canónicos, sino eclesiásticos, es decir, Sabiduría, llamado Sabiduría de Salomón, y otra Sabiduría, llamada la Sabiduría del hijo de Sirá, el último de los cuales los latinos llaman por el título general de Eclesiástico ... A la misma clase pertenecen el libro de Tobit, y el libro de Judit, y los libros de los Macabeos ... todos los cuales se han leído en las Iglesias, pero no se apela a ellos para la confirmación de la doctrina. A los otros escritos les han llamado «Apócrifos»;. Estos no han admitido que se lean en las Iglesias. (NPNF2 3:558)
III. El canon del Antiguo Testamento: siglos VI y VII Un siglo más tarde Gregorio Magno, obispo de Roma (590-604) continuaba insistiendo en la distinción entre libros canónicos y eclesiásticos: Con referencia a tal particular no estamos actuando irregularmente, si de los libros, aunque no canónicos, sin embargo otorgados para la edificación de la Iglesia, extraemos testimonio. Así, Eleazar en la batalla hirió y derribó al elefante, pero cayó debajo de la misma bestia que había matado [1 Macabeos 6:46]. Library of the Fathers of the Holy Catholic Church, 2:424; negritas añadidas.
Sexto Concilio Ecuménico. En el sínodo de Constantinopla, llamado Trulano, reunido en 692 como una especie de continuación del Sexto Concilio Ecuménico, Tercero de Constantinopla (680-681) se ratificaron los cánones de los Concilios previos, incluyendo el de Cartago. Con esto podría pensarse que implícitamente se ratificó el canon del AT allí determinado. Sin embargo, en el mismo documento los obispos conciliares también ratificaban los «cánones» (cartas decretales) de Atanasio, Gregorio Nazianceno y Anfiloquio, los cuales, como vimos, defendían un canon virtualmente igual al hebreo (NPNF2 14:361). De modo que no queda clara la posición de estos obispos del VI Concilio Ecuménico acerca del canon del AT; es posible que ellos mismos no tuviesen una posición uniforme. En el mismo siglo Juan de Damasco (aprox. 675-749), en su Exposición de la Fe Ortodoxa (4:18) defiende asimismo el canon hebreo, el cual explica con cierto detalle, y agrega: Está también el Panaretus, esto es la Sabiduría de Salomón, y la Sabiduría de Jesús, publicada en hebreo por el padre de Sirá [=Eclesiástico] y posteriormente traducido al griego por su nieto, Jesús hijo de Sirá. Estos son virtuosos y nobles, pero no son contados ni fueron depositados en el arca. (NPNF2 9:89-90)
Podrían citarse muchos otros autores entre los siglos IX y XV que sostuvieron explícitamente el canon hebreo y respetaron la distinción trazada por Jerónimo. Por ejemplo, Beda, Alcuino, Nicéforo de Constantinopla, Rabano Mauro, Agobardo de Lyon, Pedro Mauricio, Hugo y Ricardo de San Víctor, Pedro Comestor, Juan Belet, Juan de Salisbury, el anónimo autor de la Glossa Ordinaria, Juan de Columna, arzobispo de Mesina, Nicolás de Lira, William Occam, Alfonso Tostado, obispo de Avila, y el Cardenal Francisco Ximenes de Cisneros (editor de la famosa Políglota Complutense, el mayor monumento a la erudición bíblica católica del siglo XVI). La posición de este último era la siguiente: El cardenal Ximénez de Cisneros produce en España su monumental Biblia políglota llamada Complutense (1514–1517), con el texto latino de la Vulgata en el centro, el griego de la Septuaginta de un lado y el hebreo masorético del otro, que representan respectivamente la Iglesia Griega y la Sinagoga, y dice que el texto latino se imprime en medio «como Jesús fue crucificado entre dos ladrones». Pero en cuanto a los deuterocanónicos, que van incluidos en la Complutense, explica en su Prefacio que son recibidos por la Iglesia para edificación, más bien que para fundamentar doctrinas, por lo que se ve que el dictamen de San Jerónimo sigue todavía en vigencia. (Gonzalo Báez-Camargo, Breve historia del Canon bíblico , 1980, p. 56; negritas añadidas)
Dos importantes autoridades sobre la Biblia, en esa misma época, son Erasmo de Rotterdam, el eminente humanista, y el cardenal Cayetano. Erasmo da la lista del canon hebreo omitiendo Ester. Y de los deuterocanónicos, entre los cuales pone este libro, sin duda porque está considerándolo en su texto griego (con adiciones) y no en el hebreo, dice que «han sido recibidos para el uso eclesiástico», pero que "seguramente (la Iglesia) no desea que Judit, Tobit y Sabiduría tengan el mismo peso que el Pentateuco". He aquí como resumen la situación en Occidente un autor católico: En la Iglesia latina, a través de toda la Edad Media hallamos evidencia de vacilación acerca del carácter de los deuterocanónicos. Hay una corriente amistosa hacia ellos, otra distintamente desfavorable hacia su autoridad y sacralidad, mientras que oscilando entre ambas hay un número de escritores cuya veneración por estos libros es atemperada por cierta perplejidad acerca de su posición exacta, y entre ellos encontramos a Santo Tomás de Aquino. Se encuentran pocos que reconozcan inequívocamente su canonicidad. La actitud prevalente de los autores occidentales medievales es substancialmente la de los Padres griegos. (George J. Reid, Canon of the Old Testament, en The Catholic Encyclopedia ,1913; negritas añadidas)
El peso de la evidencia indica que por mucho tiempo existió una distinción entre los libros canónicos (básicamente el canon hebreo) y los eclesiásticos, que corresponden a los apócrifos/deuterocanónicos. Lamentablemente, la nomenclatura en los autores antiguos no es uniforme, y así el propio Jerónimo llama «apócrifos» a los Eclesiásticos; pero a veces reserva tal apelativo para los libros heréticos. De igual modo, había confusión acerca del término «canónico» que en sentido estricto solía reservarse para los libros considerados inspirados y santos de manera singular, pero que con frecuencia se refería a toda la colección, incluyendo los eclesiásticos. Este problema fue notado por el Cardenal Tomás de Vío (Cayetano): Aquí concluimos nuestros comentarios sobre los libros históricos del Antiguo Testamento. Pues el resto (esto es, Judit, Tobit, y los libros de Macabeos) son contados por Jerónimo fuera de los libros canónicos. Y son puestos entre los apócrifos. Junto con Sabiduría y Eclesiástico, como es evidente del Prólogo con Yelmo. Y no te preocupes, como un erudito principiante, si hallan en cualquier parte, sea en los sagrados concilios o los sagrados doctores, estos libros reconocidos como canónicos. Pues las palabras tanto de los concilios como de los doctores han de ser reducidas a la corrección de Jerónimo. Ahora, según su juicio, en la carta a los obispos Cromacio y Heliodoro, estos libros (y cualesquiera como ellos en el canon de la Biblia) no son canónicos, esto es, no son de la naturaleza de una regla para confirmar asuntos de fe. Empero, ellos pueden ser llamados canónicos, esto es, de la naturaleza de una regla para la edificación de los fieles, como habiendo sido recibidos y autorizados en el canon de la Biblia para este propósito. Con ayuda de esta distinción tú puedes ver tu camino claramente a través de los que dice Agustín, y lo que está escrito en el Concilio provincial de Cartago. (Sobre el último Capítulo de Ester)
Como puede verse, todavía bien entrado el siglo XVI eminentes eruditos católicos sostenían, para el Antiguo Testamento, la distinción entre libros Canónicos propiamente dichos (los del canon hebreo) y libros Eclesiásticos (en un nivel inferior y por tanto no canónicos en sentido estricto). El canon del Antiguo Testamento que la Iglesia Católica determinó a su entera satisfacción no solamente difiere del hebreo y protestante, sino que es diferente del aceptado en Cartago y del admitido por las diversas iglesias Ortodoxas orientales. La decisión dogmática del Concilio de Trento puso (al menos para los católicos) fin a esta distinción muy razonable y sostenida por la mayoría durante siglos.
Fernando D. Saraví "Conoceréis la Verdad" agradece al Hermano Fernando Saraví por la cesión de este material para su publicación Artículos relacionados, del mismo autor: - Reconocimiento del Canon del Nuevo Testamento - El Canon del Antiguo Testamento - Evidencia del Canon Hebreo antes de la discusión de Jamnia |
Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"
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